El martes pasado (18|03|25) tuvo lugar el segundo debate de la serie Bolivia sin filtro organizado por la UPB, cuyo primero evento, con Tuto Quiroga, comenté hace 15 días. En ese artículo ya señalé la importancia de este tipo de eventos, que contribuyen no solo a orientar el voto ciudadano, sino a la formación política de los jóvenes, ya que los eventos se realizan en los campus de la UPB con asistencia mayoritaria de estudiantes. Ojalá que los que asistieron al debate en La Paz, vean también en las redes la transmisión de los que se realizan en Cochabamba, y viceversa, para no quedarse con la visión de un solo candidato.
En este segundo evento, el invitado fue Samuel Doria Medina, hombre con varias décadas de trayectoria política y empresarial en Bolivia. Una de las cosas que más se dice de él es que no tiene carisma, y que esta deficiencia imposibilita sus aspiraciones presidenciales. Quién sabe, empero, no habiéndolo visto en muchos años, excepto en sus ineludibles gigantografías, lo primero que me llamó la atención es que la edad le está dando la dignidad (gravitas) que acabará por compensar esa supuesta falta de carisma. Es cuestión de unos años más.
Pero no es de caras sino de contenidos el objeto de esta reflexión; así que vamos a lo dicho. El precandidato comenzó su participación haciendo un resumen de su trayectoria de vida, en el que presumió de sus varios éxitos empresariales, como los de llevar el valor de una empresa cementera de cero a 180 millones, ser el King del Burger, el dueño del mejor hotel de Santa Cruz (en sus palabras) y otros logros nada despreciables. Que en este resumen no mencionara una de sus experiencias más relevantes para la presidencia –la de ministro– es significativo. Supongo que quiere mostrarse como empresario, como hombre que hace; no como funcionario de Gobierno; clase que tiene hoy una muy mala imagen. El hecho de que el público fuera mayormente de estudiantes de una universidad con un fuerte sello empresarial quizá explique su intención.
De hecho, Doria Medina es un hombre que inspira la confianza de alguien que sabe hacer. Él mismo se define como una “persona pragmática”. Si nos imaginamos que el traje natural de Tuto es el terno oscuro con corbata y el de Manfred el verde con botas, el de Samuel es el overol azul con una caja de herramientas en la mano. Y esto no es sorna; todo lo contrario. No creo que haya una virtud mayor en un político en nuestros tiempos que la imagen de saber hacer. Pregúntese el lector, a cuál de los tres le pediría que le arregle su auto. Y en el imaginario, lo que vale para un auto vale para la economía.
La entrevista colectiva siguió la misma fórmula de la anterior; esta vez teniendo como panelistas a José Luis Exeni, Maggy Talavera y Mery Vaca; los tres, al igual que los anteriores, prestigiosos intelectuales de nuestro medio. Ya sea porque el candidato imprimiera un sello más de campaña que de anécdotas o por las personalidades de los panelistas, en este segundo debate se plantearon más preguntas que, sin poner a Doria Medina contra la pared, contenían interesantes disyuntivas. Todo se puede prometer; eso es fácil. La cosa es cómo hacer, y en este “cómo” están las disyuntivas delicadas. Saber gobernar es saber administrarlas y, por esto, preguntas que planteen disyuntivas son particularmente interesantes en estas oportunidades.
Si medimos por los aplausos, el público que asistió a este debate recuperó con creces el tiempo invertido, pero los aplausos también demuestran cuánto de circo emocional tienen estas cosas. La afirmación de Doria Medina que más aplausos arrancó fue su promesa de meter a la cárcel a Evo Morales. Dado el prontuario de este, una buena parte del país quisiera verlo detrás de las rejas, pero es una promesa sin mérito.
Una cuestión en la que se destacaron Doria Medina y los panelistas fue la política social. Durante su resumen de antecedentes, él no quiso o se olvidó de decir lo que hizo cuando fue ministro de Planeamiento, pero se lució con su respuesta sobre Educación, recordando que en su gestión se inició la hoy tan injustamente olvidada Reforma Educativa y que, como él mismo lo reconoció, fue un éxito que entregó en bandeja al siguiente Gobierno. La cuestión no es trivial, no solo por la importancia de la Educación, sobre la que Tuto no dijo ni mu, sino porque en política social no se avanza si no hay compromisos de largo plazo, lo que exige continuidad de un Gobierno a otro.
Otra cuestión interesante que apareció en la conversación, pero que ameritaba mayor discusión son los avances que ha tenido el país durante los veinte años del desastre masista. No todo ha sido retroceso. Doria Medina mencionó el gran crecimiento de las exportaciones y los panelistas y el propio precandidato reconocieron la mayor inclusión y menor desigualdad que existen hoy en el país. En un análisis desapasionado se debe reconocer que estos avances son la marca que quedará del MAS para el futuro y hace bien Doria Medina en decir que quiere conservarlos.
Cada asistente al debate habrá encontrado unas preguntas y respuestas más interesantes que otras. A mí, las preguntas en las que el panelista quiere lucirse haciendo su diagnóstico de la cuestión de su pregunta son las que me parecen menos interesantes. En cambio, las que tocan temas sin solución alimentan la reflexión. Entre estas, volvió la cuestión del racismo. “¿Qué haría usted para resolver el tema del racismo?”
Esta es indudablemente una de nuestras lacras sociales, pero es ingenuo creer que se la puede resolver como la inflación o la escasez de dólares, con políticas de corto plazo. En su respuesta falló el precandidato al decir que quisiera integrar a quechuas y aimaras (sin mencionar a los demás pueblos) –como si no lo estuvieran ya a todos los niveles– o que quiere hacer de ellos emprendedores, como si en esta materia ellos no pudieran dar cátedra. En Bolivia, lo que no se puede es hablar de racismo sin hablar de clasismo.
Una de las afirmaciones de Doria Medina que más me llamó la atención fue la de que “el pueblo es inteligente” y sabrá votar para elegir un candidato que tenga mayoría en el Parlamento. Esto es absurdo. En primer lugar, esa supuesta inteligencia del pueblo ya se mostró dudosa cuando eligió a Luis Arce con 55% de los votos. En segundo lugar, sin una coordinación, ningún grupo de personas podría votar apuntando a un resultado deseado.
El analista Fernando Prado Salmón coloca a Doria Medina como un candidato de centro en el actual espectro político (El Deber, 15|03|25). En el debate, el empresario dijo que quiere sustituir el actual modelo por un “capitalismo con rostro humano”; lo que quizá lo coloque más en un centro derecha. La precisión no es importante, pero ante el agotamiento del actual modelo, si sabe modular su discurso y si el nada estratégico proceso de selección del bloque de unidad no resulta en un candidato de derecha, Doria Medina podría disputarle ese centro a Reyes Villa. El capitán está por ahora bien posicionado y con ventajas estratégicas, con un discurso más populista pero menos sofisticado y una experiencia menos significativa que Doria Medina. El pueblo valora a los candidatos a su manera; así que estas virtudes pueden resultar irrelevantes.
Si el MAS comete el error de no lanzar a Andrónico, podríamos tener una interesante lucha entre Doria Medina y Reyes Villa, como dos gladiadores que entran en el circo con armas distintas: espada y escudo contra tridente y red, Garfield contra charro, empresario contra militar, experiencia nacional contra municipal, credibilidad contra grandes promesas, pragmatismo contra populismo. El que gane el centro ganará la presidencia.