“Yo sí creo que es una historia institucional”, lo contradijo Mauricio Souza en su comentario durante la presentación del libro, que se dio en la propia carrera de Sociología. “Lo es porque en Bolivia las instituciones equivalen a las personas que trabajan en ellas”, explicó. Un fenómeno que cualquier observador con cierta sensibilidad también tiene que haber notado. Muertos o distantes sus creadores e impulsores, las instituciones bolivianas decaen y se empantanan; en cambio, florecen cuando gozan del concurso de personalidades eminentes.
De esta manera, es posible que la historia de la carrera de Sociología -de esta institución- emerja de las veintitantas entrevistas realizadas por Mario Murillo y de las semblanzas que este hace de cinco o seis profesores fundamentales. Entre ellos se encuentran Mauricio Lefebvre, Silvia Rivera, Alisson Spedding, Salvador Romero y un par más. Se trata de una selección discutible, toda vez que por esta carrera también pasaron Alipio Valencia Vega, Fernando Calderón, Guillermo Lora, Álvaro García Linera y René Zavaleta, entre otros importantes intelectuales bolivianos. No obstante, lo que cuenta para ella es la relación de los homenajeados con la carrera.
El resultado logrado por Murillo es persuasivo, aunque quizá no del todo exhaustivo. También se pudiera haber hecho hincapié en las tendencias ideológicas que adquirieron predominio en las aulas a lo largo de estos 50 años. O intentar retratar los efectos del trabajo de la carrera en la sociedad... Ahora bien, como al inicio el autor limita explícitamente los alcances que ha de tener su trabajo, solo nos corresponde apreciar este por lo que efectivamente contiene y no por lo que, hipotéticamente, podría contener.
Mario Murillo tiene un gran talento como “periodista histórico” y también como “detective de problemas sociales”. Además, escribe bien, trasuntando una fuerte personalidad y despertando el interés del lector. Acaso pueda reclamársele una excesiva confianza en las fuentes testimoniales, que, aunque él sepa contextualizar con acierto, plantean ciertos límites en sí mismas.
No se me entienda mal. También creo que la recogida de testimonios es un método de primer orden para la investigación social. La historiografía lo toma del periodismo para tratar los temas contemporáneos. No obstante, si ha de ser fructífero, este método necesita funcionar dentro de cierta “estructura intelectual”, junto a un conjunto de procesos de composición que obligadamente debe incluir, al menos, los siguientes:
Una adecuada “contextualización” o ubicación en el marco histórico pertinente de la información que surge de las declaraciones. Como he dicho, en este caso, Murillo cumple este requisito con suficiencia.
Luego, una relativización del material obtenido de los informantes, ya que la memoria siempre es frágil y engañosa, y entonces conviene contrastarla. Este contraste solo se realiza parcialmente en esta investigación (quizá porque tampoco lo ameritaba su tema, acotado y relativamente sencillo).
Tercero, una selección completa o al menos altamente representativa de las fuentes primarias, a fin de garantizar que se expresen todas las tendencias, percepciones, opiniones e intereses. Parece haberse logrado en “Medio siglo de sociología en Bolivia”, aunque no lo sé a ciencia cierta.
Y, finalmente, una transcripción y edición de lo escuchado que no traicione las intenciones de los testigos y, al mismo tiempo, tampoco impida una lectura fluida del escrito. Un objetivo que en este libro se logra en un 80 por ciento, ya que a veces el tono coloquial de las citas -su incorrección, por tanto- produce “saltos” en la lectura.
La carrera de Sociología nació en 1967, como un desgajamiento de la Facultad de Derecho. Fue a la vez resultado y vector causal de la radicalización de la Universidad y de la juventud boliviana en este tiempo de ruptura mundial con los grandes baluartes ideológicos previos: la Iglesia Católica, renovada por el Concilio Vaticano II; el dominio soviético de la izquierda, desafiado por otras versiones nacionales del comunismo, y el establishment universitario europeo, que en “Mayo del 68” estalló en pedazos.
La carrera vivió intensamente la Revolución Universitaria de 1970 y también sufrió como pocas el frenazo del proceso, causado por el golpe de Estado de Banzer en 1971. En este, el jefe de Sociología, Mauricio Lefebvre, fue acribillado mientras intentaba ayudar a las personas heridas durante los combates contra el ejército. Luego se sucedieron los “años oscuros” de la intervención dictatorial, que enmarcaron fuertes cambios ideológicos y pedagógicos en la enseñanza de la sociología, como ocurrió también con el resto de las ciencias, en particular las humanísticas.
Un tercer periodo se abrió con la reconquista de la democracia en 1982, que dio paso al predominio del marxismo durante esta década, hasta su sustitución por el del indigenismo, luego de la conmemoración del quinto centenario de la invasión de América en 1992.
También en los 90, algunos alumnos de Sociología se hicieron célebres, y unos cuantos encontraron finales de vida trágicos, por su vinculación con dos grupos políticos que, intoxicados de utopías, se lanzaron a la “lucha armada” por el poder. La parte que narra estos hechos es, a mi juicio, la más atractiva del libro.
Finalmente, la carrera se internó, junto con el resto de la universidad boliviana, aunque con sus propias peculiaridades, en una última etapa histórica muy compleja, imposible de describir en pocas palabras, que es la actual. En ella se suman y combinan la masificación, la extrema burocratización y la despolitización universitarias, y el ingrediente de la nueva mentalidad, individualista y escéptica, de la juventud contemporánea.
A juzgar por la obra que va acumulando, no resulta alocado profetizar que Mario Murillo conseguirá hacer un aporte perdurable a la bibliografía boliviana, tanto si continúa usando el método testimonial -con las salvaguardas anotadas-, como si lo cambia por modalidades más ortodoxas de aproximación a la realidad nacional.
Fernando Molina es periodista y escritor.