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02/02/2019
El Compás

Sociología del mesismo

Fernando Molina
Fernando Molina
El más importante fenómeno político de los últimos meses ha sido la reconstitución del mesismo, corriente que se formó inicialmente durante el gobierno de Carlos Mesa (2003-2005), en guerra contra los partidos “tradicionales” o “neoliberales”, de los que, sin embargo, era una suerte de escisión “por izquierda”.
Como la mayor parte de las fundaciones políticas en nuestro país, esta se ha debido a la existencia de un caudillo popular y, simultáneamente, de una oportunidad electoral: la de expresar el malestar por el estado de cosas en las elecciones de octubre. Es probable que, conforme vaya cumpliendo este papel, el mesismo se haga más complejo, en una versión digamos “ampliada”; pero hasta aquí hay –pues acaba de terminar de conformarse– un mesismo “nuclear”, que es el que este artículo analiza.

El mesismo ha sido poco estudiado. La brevedad de su estadía en el poder y el triunfo inmediatamente posterior de la revolución evista apartaron a esta corriente política de la mirada de los sociólogos y los autores. Supusimos que era una articulación pasajera de fuerzas remanentes de la debacle del orden neoliberal. Ahora ha probado que tiene un trasfondo sociológico más sólido. Resulta evidente que el mesismo y, por supuesto, el mismo Mesa, encarnan y representan políticamente a una parte bien delimitada de las élites sociales bolivianas.

¿Qué parte es esta? Para responder revisemos cómo esta corriente se reconstituyó en este último tiempo. Conocemos ya el perfil de sus principales dirigentes. Casi todos ellos pertenecen a la intelligentsia nacional: periodistas, editores, académicos, exfuncionarios internacionales y exdiplomáticos. No hay empresarios y los políticos de oficio, cuya filiación consignaremos más adelante, son muy pocos. El grupo inicial, formado por los colaboradores de Mesa cuando era presidente, ha buscado extenderse conquistando jóvenes que repiten el mismo perfil: “bien estudiados”, exalumnos de colegios y universidades de renombre.

La intelligentsia es una de las varias clases medias nacionales, la que se destaca por la posesión de capital educativo o, dicho de manera más clásica, “medios espirituales de producción”. En Bolivia, como digo en un libro que está por aparecer (Modos del privilegio), el capital educativo más valioso se adquiere por medio de la educación elitista, de la cual han quedado marginados por barreras pedagógica y sociales los grupos de estatus menos prestigiosos, como los cholos e indígenas. En suma, el acceso a la educación elitista (colegios de renombre, estudios en el extranjero) requiere de capitales simbólicos elevados, que en nuestro país se asocian a la “blanquitud”.

El núcleo mesista es principalmente occidental. Muchos de sus miembros ostentan apellidos prestigiosos en esta región del país (Quiroga, Paz, Aliaga, Gumucio, Mariaca, Ormachea, Urioste, etc.). Estos dirigentes salen directamente de la élite blanca tradicional, aunque los mesistas preferirían ser considerados “mestizos”, como se desprende de la obra escrita de Mesa. El truco está en que casi no encontramos entre ellos “mestizos” en el sentido de “cholos”, si usamos esta palabra en uno de los dos significados habituales que ha tenido en la literatura nacional: arribistas con poco capital simbólico que buscan “blanquearse” o habitantes de origen indígena de las ciudades. “Mestizo” es en este caso la auto-identificación moderna –post Revolución Nacional– de uno de los grupos de estatus más elevado del país.

La justificación de este estilo de crecimiento es de índole aristocrática o, para ser más precisos, tecnocrática: si se ha convocado a tales o cuales ha sido porque se busca que gobiernen los “mejores”. Los mejores, a la vez, son aquellos que se destacan en distintos campos profesionales. Ahora bien, puesto que logran esta distinción gracias a la educación elitista ya descrita, esta distinción está determinada por la jerarquía tradicional del estatus en el país, que pone a los blancos (aunque se llamen “mestizos”) arriba y a los indios (aunque no se reconozcan como tales) abajo.

La intelligentsia blanca ha tenido varias expresiones políticas a lo largo de la historia: en el siglo XIX, el “setembrismo” y el partido liberal, aunque este también fue un instrumento político de los cholos. En el siglo XX, el silismo, el MNR (otro que también fue simultáneamente cholo), el falangismo y los partidos radicales de izquierda surgidos de la Democracia Cristiana a fines de los años 60, el ELN y el MIR. Y ahora, el mesismo.

Como se ve, las ideologías adoptadas por la intelligentsia han sido muy diferentes. El común denominador de estos diversos partidos proviene de estar constituidos por grupos de estatus alto que a la vez son ilustrados, lo que los impregna de una misma actitud respecto a los “otros” con los que compiten en el campo político, los cholos. Esta actitud repetitiva cristaliza en un fuerte sentimiento de superioridad (a veces clasista, a veces intelectual, a veces moral) que funciona como elemento cohesionador, casi siempre inconsciente, de quienes lo ostentan.

No dudo, por ejemplo, que hoy los mesistas no lo noten. Si les preguntáramos, probablemente no aceptarían que: a) casi todos forman parte del estatus blanco, en relaciones íntimas con el grupo más elevado en nuestra escala del prestigio social, que es el que denominamos “jailón”, y b) tienden a ver a los sectores poblacionales cholos e indígenas con paternalismo y superioridad, anotando los defectos de mentalidad que estos supuestamente tienen (autoritarios, depredadores, corporativos, maleantes –los cholos– e ignorantes, ingenuos, carne de cañón, mal comprendidos –los indios–).

En el MIR, igual que en el MNR, la intelligentsia tuvo que mezclarse con sectores plebeyos de gran fortaleza; una vez que el MIR se dividió, en 1985, el sector intelectual blanco formó su propio partido, el MBL, que no por casualidad es el lugar de proveniencia de varios de los actuales dirigentes y asesores del mesismo. Hace años, como se sabe, parte del MBL devino en el MSM, que tampoco por casualidad es la matriz de SOL.BO, el principal aliado “externo” de Mesa. Otro aliado importante, el frente del gobernador tarijeño Adrián Oliva, muestra el mismo perfil sociológico, pues está conformado por jóvenes tecnócratas.

Otros grupos han querido entrar en Comunidad Ciudadana, pero no han mostrado las credenciales necesarias para lograrlo.

Fernando Molina es periodista y escritor.



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