El paralelo entre la crisis de la UDP y la multicrisis del MAS es evidente. Uno de los efectos inesperado pero positivo de ambas crisis es haber generado un sistema multipartidista moderado y centrípeto. No la multitud radicalizada, sino el sosiego parlamentarizado.
Hoy dejamos atrás un régimen de mayoría, donde se anestesió el pluralismo y el acuerdo para sacralizar el caudillismo monologante de Morales (y la soberbia suicida de Arce). Sí, esto quedará atrás (debe quedar sepultado entre las capas tectónicas del pasado), pues resurge nuevamente la democracia pluralista y esperemos su método per excellence: la negociación, donde adversarios que se ven como suegras, ante la mordedura de la coyuntura acuciante, acuerdan como amantes.
A Carlos Hugo Molina (CHM) este horizonte de posibilidad tampoco le pasa desapercibido. En su reciente columna “Rodrigo, Tuto y Samuel: no desaprovechan esta oportunidad irrepetible”, remarca que las fuerzas que lideran “no tienen divergencias ideológicas”, que entre los tres “superarán los 2/3 de la Asamblea Legislativa con la que pueden enfrentar todos los retos”. Es decir, CHM aspira y reclama una madurez magnánima, lejos de la democracia agonal a la que nos quisieron acostumbrar los masistas, donde cada día, y como si se tratara de un ritual demoniaco, se celebraba la descalificación y el incordio ponzoñoso.
Y, precisamente, ahora toca recordar este principio democrático: los tres formarán una poderosa mayoría, podrán hacer a un lado a todas las facciones del MAS, pero hay que diferenciar entre dirigencia y bases sociales. Esas bases son sociedad forman parte del Todos y si algo aprendimos en el periodo decadente del MAS es que la gran tarea de Bolivia entera es hilar y conjugar ese Todos en un tejido fraterno. Este reto le tocará encarar al nuevo gobierno, no por un generoso desprendimiento, sino para construir una estabilidad triunfante.
César Rojas es comunicador social y sociólogo.