Bolivia, Bolivia, Bolivia”. El nombre de la patria lo ha repetido como un mantra el Presidente Rodrigo Paz Pereira en diversos actos públicos. Y sí, este es el horizonte histórico de nuestro colectivo nacional y vale la pena recordarlo, una y otra vez, sobre todo cuando los sucesivos gobiernos del MAS convirtieron lo que debiera ser el árbol de nuestras vidas en madera seca casi apiñada para albergar nuestros huesos, nuestros sueños y nuestros dolores.
Ahí no debemos volver.
Ahí nunca jamás.
Precisamente por eso, para no caer en el envilecimiento del espíritu debemos repetirnos, también una y otra vez, que lo que requerimos de abajo hacia arriba, desde los gobernantes a los gobernados, es legitimidad, legitimidad y legitimidad.
El drama hamletiano es nuestro caso se resuelve por descarte: en el pasado ciclo político nos aposentamos en el no-ser de lo moral y lo legítimo, de lo debido y lo deseable, en una corrupción desenfrenada cuyos hilos dorados se van descubriendo hoy día a día. Pero todo eso colapsó, porque la política sin moral, carece de alma y solo convoca al desprecio. O sea, bajo esa fórmula política hoy yace un cadáver partidario.
Bolivia si quiere levantarse, abrigar un futuro, debe limpiar la casa, retirar los escombros y oxigenar de respeto todas las reparticiones públicas (aunque uno no sabe si toda el agua del mar será suficiente para lavar tanta podredumbre). Devolverle majestad al Estado, que no es otra cosa que legitimidad, legitimidad y legitimidad. Es decir, lograr que los ciudadanos con-sintamos desde el fondo de nuestras almas que lo que se hace y pretende hacer desde el gobierno, dignifica a los seres humanos y no los degrada en un soliloquio de un poder ajeno a toda moral y ética. Y así la vida resultará mejor para todos.
César Rojas es conflictólogo.