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Cartuchos de Harina | 19/04/2025

Usted es mi invitado, pero la verdad es mi madre

Gonzalo Mendieta Romero
Gonzalo Mendieta Romero

El proverbio ruso que da título a esta columna fue usado por el premier soviético Nikita Kruschev en una comida en Moscú con el vicepresidente estadounidense Richard Nixon, en julio de 1959. Kruschev quería apuntar así que él nunca evadía las preguntas difíciles.

Nixon le reclamaba por qué las radios soviéticas habían aprobado la violencia callejera en Caracas contra el vehículo de Nixon y su esposa. Nikita, dirigiéndose a la pareja del vicepresidente, Pat, le confió que la postura de las emisoras moscovitas no era personal. El problema eran las políticas imperialistas: Estados Unidos buscaba controlar Venezuela por su importancia estratégica. Revirtiendo roles entre Rusia y Estados Unidos, luce como una conversación actual. La historia no es lineal; se parece a las mareas, que vienen y van (Bobbio).

Aquel proverbio ruso suena a otro, más difundido, atribuido a Aristóteles: “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”. Al escribir este artículo, me entero de que fue el franciscano empirista Roger Bacon quien lo puso en esos términos. Esa frase colgada a Aristóteles tiene, no obstante, origen en líneas de la Ética a Nicómaco y del dialogo platónico Fedón (los que nos desayunamos al aprender todo esto, repetimos el corolario de Elías Canetti: “solo sé que nada sé, pero cada día lo sé mejor”).

Pasado el almuerzo con Kruschev, Nixon se fue a la legación estadounidense en Moscú. Allí evocó a un embajador europeo. Este le había contado del primer viaje de Nikita fuera de Rusia, cuando visitó Praga. El consenso de los medios fue que Nikita era un peso pluma, comparado con Stalin. Es “grosero y sin clase”. Sería arduo lidiar con él por su “falta de sofisticación y conocimiento de los asuntos internacionales”.

Ese enviado europeo le remarcó a Nixon que tales “observaciones no podían ser más superficiales o erradas”. Ponderaban en exceso las maneras, “el lenguaje elegante”, el aroma, la ropa adecuada. Para decirlo con otra máxima, esta vez del inglés: “no juzgues un libro por su tapa” (la escuché por primera vez hace décadas en un noticiero de TV. Juraba un joven ministro de Finanzas, menor que Andrónico ahora, y replicaba así a quienes le cuestionaban su edad para ejercer el cargo. Ese joven es Tuto). Pensando en el rústico Kruschev, para Nixon nadie habría sobrevivido a “la jungla de la intriga comunista”, entre Lenin, Trotsky, Stalin y Bulganin sin una determinación de hierro, aguante y un talento integral.

En la clase media boliviana se forma a los hijos para que sean profesionales, aunque después acaben de concejales o disc-jockeys. Por la cultura católica, bebemos un indirecto brebaje platónico. Como los ibéricos de otrora, creemos que las personas de ideas están más cerca del mundo espiritual que los que se procuran la vida con las manos (o que quienes tienen aptitudes prácticas, pero se asoman solo a la tapa de los libros, como varios políticos). Por esas manías, evaluamos a los demás por sus estudios o su traza. Los más livianos adjetivan por la fragancia ajena o su déficit de perfume. Pero en la marea de la historia, muchos salen “de la nada” para conquistar todo, sin aromas.

Y se acercan las elecciones de agosto. Evo, por ejemplo, bien podría ser el Kruschev que calificaban con desdén en Europa. Los modales de Evo son los de un machista rapaz, insoportable para las adornadas formas occidentales de hoy. Es malevo, poco pulido y no sospecha de economía, pero nadie duda de su voluntad de acero y huaipe. Nixon mismo es recordado someramente por sus matufias, no por su mirada fría y aguda, como la que destila su libro “Seis crisis”.

En una carta al presidente Bill Clinton, Nixon, poco antes de morir, le aseguraba que los funcionarios del servicio exterior estadounidense son “raramente ignorantes, pero casi siempre arrogantes”.

En los siguientes meses vendrán preguntas difíciles, como la que absolvía Nikita al matrimonio Nixon. En general, la verdad no será nuestra madre. Espero, sin embargo, no pecar como esos diplomáticos extranjeros de cliché: soberanos en los cocteles y extraviados en el país.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.



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