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Sin embargo | 25/10/2024

Una gran señora

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

Toda mujer merece a partir de una cierta edad ser llamada señora, hasta que demuestre lo contrario. Es una cuestión del elemental respeto que lubrica las relaciones sociales. Un reconocimiento especial otorgamos a aquellas de quienes decimos que “es toda una señora” (supongo que el lector tiene sus acepciones específicas) y otro aún más exclusivo a aquella que merece ser llamada “una gran señora”. Estas son las que ejercen un liderazgo social, convocando y reuniendo personas y así, como un líder –hombre o mujer– de otros ámbitos, ellas influencian comportamientos y estimulan cualidades.

Algunas mujeres notables en la historia han ejercido ese papel. Los conocedores de la historia social podrían darnos ejemplos de su linaje e impacto intelectual. Hay logros que se explican por lo que sucedía en sus salones, donde en medio de la frivolidad germinaba la creatividad. El impacto social que estas personas tienen es similar al de la acupuntura, cuyos beneficios son siempre mayores a lo que se podría suponer por el tamaño de la punta de la aguja. Ahí está el secreto y el misterio; en saber tocar las fibras sociales de mayor y mejor conexión.

Hace unas semanas ha partido una señora paceña que podría merecer ese calificativo. No la conocía lo suficiente para afirmarlo a partir de mi propia experiencia, pero la calidad de quienes lo han hecho me permite darle ese reconocimiento. El dolor de esa partida se debe medir no solamente por la intensidad de las relaciones que quedaron truncas, dejando a cada parte con el extremo de una cuerda floja en la mano, sino por el repentino vacío del espacio social que ella había creado. Un vacío con ecos de copas y voces.

Mi conocimiento de la sociedad paceña, incluso de la clase a la que pertenezco, es muy limitado, pero me atrevo a decir que las grandes señoras, en la acepción sugerida arriba, son cada vez menos. Esto no es síntoma de un retroceso del papel de la mujer, sino de que ese modelo, propio de una clase social, está desapareciendo en medio de la decadencia de esa clase, que ha perdido capacidad económica, poder de reacción como consecuencia del proceso político y seguridad en sí misma para asumir liderazgos.

Cada sociedad tiene sus personajes emblemáticos –chiflados, femmes fatales, pavos reales, bohemios, arribistas, artistas, personajes grises, fantoches, iconoclastas, ovejas negras, nuevos ricos, beatas mentecatas, etc.– y entre ellos, en ese gran zoológico social –o nave de los locos, en la acepción más literaria–, están las grandes señoras y los mecenas. Uno de los síntomas del cambio que vivimos es la desaparición de estas figuras. La desazón entre aquellos que se beneficiaban de sus liderazgos y generosidad social o monetaria se asemeja a un sentimiento de orfandad.

Ese modelo de gran señora al que me refiero no es el único en nuestra sociedad. Las que llamamos clases populares, que hoy en día se van configurando como una poderosa clase emergente, también tienen sus grandes señoras. ¿Por qué no habrían de tenerlas? Aunque quizá el nombre más apropiado no sea “gran señora” –asociado a un modelo y clase particulares– sino “matriarca”. Ellas también ejercen sus formas propias de liderazgos dentro y fuera de la familia. El liderazgo en todos los ámbitos se rige siempre por códigos culturales propios.

La decadencia que explica esa desaparición en medio de las innegables crisis política, social, económica y moral que vive el país, es motivo de desesperación; lo que me hace pensar en alguien que está en una canoa y oye el ruido de la catarata a la que se acerca. Concentrado como está en su impotencia de impedir ser arrastrado por la corriente o de huir hacia la orilla, no puede ver ni imaginar lo que podría esperarle después de la caída.

Para el país, la turbulencia y la caída que vivimos están teniendo y tendrán enormes costos institucionales y financieros, pero yo alimento la esperanza de que lo que viene después es mejor de lo que teníamos río arriba. Lo que hay después de la catarata es la nueva Bolivia, donde tendremos quizá nuevas matriarcas, pero lo que es más importante, los nuevos líderes que llevarán esa sociedad a construir el país imprevisible que todavía espera su momento.

Bolivia tiene todo para ser grande y próspero, y lo será.



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