Cuando esta campaña presidencial se inició, a finales del año pasado, una de las propuestas que comenzó a ganar tracción entre los sectores llamados de oposición era la necesidad de conformar un bloque que llevara un candidato único a las elecciones. Este clamor se siguió escuchando hasta el momento en que Tuto le echó un balde de agua fría al entusiasmo, en una maniobra que, según las malas lenguas, no mostró lo mejor de su carácter, pero que no parece haberle costado votos.
No era la primera vez que se hacía una propuesta de unidad como respuesta a una debilidad percibida, pero esta vez adquirió un carácter dramático que no había tenido en anteriores ocasiones. Sus más ardientes defensores argumentaron que si la oposición no se unía, el MAS se quedaría en el poder per secula seculorum, que Bolivia se iba a convertir en otra Venezuela e incluso que los candidatos que no se unieran a ese esfuerzo cargarían la ignominia hasta su quinta generación, etc.
Nada de eso ha sucedido. Ni la oposición se ha unido, por las varias razones que quienes acompañamos las noticias conocemos –al menos parcialmente– Bolivia no se ha convertido en Venezuela y lo de la ignominia quedó para el anecdotario del olvido. Pero el objetivo deseado se ha cumplido: la oposición ha derrotado electoralmente a los candidatos del MAS; que a la luz del objetivo pregonado de “derrotarlo”, cuenta como victoria total.
Sin embargo, apenas muerto el MAS sin plañideras que lo lloren, antes de que se hayan barrido las serpentinas de los festejos, se oyen los pasos del fantasma del MAS en los pasillos. Como el dolor de un miembro amputado, el MAS ya no está pero se lo siente. El espectro del MAS vuelve a asustar y se oyen los alaridos de espanto. ¡Vade retro, satamás! Sin duda, el trauma de los veinte años es real.
Metáforas aparte, hay al menos dos cosas que se puede decir sobre aquella unidad y sus consecuencias. La primera es que, efectivamente, la oposición unida habría llevado al Parlamento un solo bloque mayoritario, en lugar de tres bancadas minoritarias.
Sin embargo, a la luz de sus sicologías, equipos y propuestas, si no se unieron antes, no hay razones para creer que se mantendrían unidos ahora. Pero la ingenuidad no escarmienta y ya hay buenos ciudadanos que piden que Tuto, Samuel y Rodrigo se unan, como si fuera cosa de pedir a los chicos que dejen de pelear.
Lo segundo y más importante que se debe observar es que los candidatos de la oposición, además de sacarse los ojos, se han concentrado durante la campaña en derrotar a los candidatos del MAS echándole al partido y sus gestiones el barro archiconocido, pero ninguno de los favoritos ha mostrado reconocer las causas que le dieron cuatro victorias consecutivas al MAS. Es decir, se han dedicado a quitar las hojas de la mala hierba, descuidando sus raíces.
El MAS no ha sido impuesto por una potencia extranjera, no es un invento de los cubanos ni de los chinos; es un síntoma de un mal antiguo y profundo. Sin atacar ese mal, no desaparecerán los síntomas. El MAS ha nacido como respuesta a demandas insatisfechas que han encontrado en el MAS la respuesta.
Esa respuesta ha resultado fraudulenta, es cierto, y ha traicionado aquellas expectativas. El precio de esta traición lo han pagado caro en esta elección sus candidatos, pero sería ingenuo esperar que ese pueblo abandone sus aspiraciones; simplemente irá a buscar otro que las atienda. Ni Samuel ni Tuto las tomaron en cuenta; la campaña de Rodrigo sí, y ahí está el resultado.
En una reciente entrevista, Tuto ha hecho una importante distinción entre el masismo –la ciudadanía que creyó en un proyecto político– y Evo Morales y otros dirigentes del MAS que la estafaron. Esperemos que, si es elegido, escuche y dé respuesta a las genuinas expectativas de esa ciudadanía.
El atroz dilema que nos plantea esta segunda vuelta es tener que elegir entre Rodrigo, un hombre poco calificado para gobernar, para no hablar del peligro que lo acompaña en su binomio, y Tuto, un hombre capaz, pero que, por su visión excluyente del país, las heridas que deja su campaña y su vicepresidente poco calificado, su gestión se enfrentará a una dinámica de conflictos en la calle y resistencia en el Parlamento, que este país, todavía herido, apenas se puede permitir.
En estos veinte años nos ha tocado un MAS, el del Evo. Un partido corrupto con un líder autoritario, ignorante, mezquino e incompetente. Podríamos, con mejor suerte, haber tenido un Mujica o un Mandela, pero podría también habernos tocado un Pol Pot, más dedicado a exterminar que a robar. Mientras no demos respuesta a aquellas aspiraciones insatisfechas que dieron lugar al MAS, más temprano que tarde nos tocará otro Evo, peor o mejor según la suerte, y quizá otro MAS con otro nombre.
Rodrigo es el candidato que más ha sabido acercarse a las bases populares afines al masismo -o bases populares simplemente, para los que prefieren abstenerse de esta conexión- pero todavía no sabemos cómo esa relación se va a manifestar en su programa de gobierno, si es elegido, ni en el comportamiento de su bancada, que no se sabe todavía a qué liderazgo o tendencia obedecerá.
Hay quienes dicen que el MAS ya está de vuelta, infiltrado en la bancada del PDC; lo que no es descabellado. Pero las etiquetas no importan, sino el reconocimiento de que el país tiene una agenda pendiente; la misma que arrastra desde su creación: la construcción de un país inclusivo bajo un Gobierno honesto.
Esta debe ser la verdadera bandera; no derrotar al MAS o su heredero, sino a la pobreza y la exclusión. Mientras no lo asumamos como prioridad nacional, con las políticas de justicia social que la deben acompañar, el fantasma reencarnado del MAS volverá una y otra vez.
También es bueno recordar, que las promesas electorales de los candidatos (Tuto y Rodrigo) no detallaron los perfiles de un nuevo modelo económico (que supere el extractivismo), sino medidas de emergencia para encarar un plan de estabilización. En el primer caso con un híper endeudamiento y en otro con promesas populistas dirigidas a los informales.
Las bancadas parlamentarias de reciente elección ¿tendrán cualidades políticas necesarias para encarar reformas constitucionales, atender juicios de responsabilidades, emitir leyes de orden económico para salvar la crisis y cimentar la transición hacia un nuevo modelo económico, tendrán la lucidez para aportar a la reforma de la justicia, la re institucionalización del país o caerán víctimas de la tendencia de fragmentación que ya vivimos con el MAS, CC y CREEMOS?
Como ejemplo de la fragmentación adelantada, se tiene a la bancada de Unidad de Doria Medina, que sin estar posesionados ya el grupo de Vicente Cuellar anuncia votar por Tuto Quiroga en la segunda vuelta y no por el PDC como anuncio el candidato presidencial perdedor de la alianza Unidad.
Jorge Patiño Sarcinelli es escritor boliviano.