Vivimos en un mundo geopolíticamente bipolar, dominado por Estados Unidos y China, cuyos productos nacionales brutos sumados representan el 43% del total mundial. Estos dos gigantes compiten en varias carreras; poder económico, dominación geopolítica, innovación tecnológica, etc. Solo sus culturas permanecen mutuamente impermeables. En un planeta impredecible es arriesgado especular sobre quién ganará esas carreras. Sin embargo, un artículo del New York Times titulado “Por esto Estados Unidos está perdiendo con China” (4.9.25) aventura predicciones más interesantes como reflexiones que como vaticinio. Basaré lo que sigue en las que hace el pensador chino Dan Wang en dicha entrevista.
Dice él: “China construye y Estados Unidos no (…); esto refleja una diferencia fundamental en nuestras élites y en quién gobierna nuestras sociedades. EE. UU. es una sociedad de abogados. La mayoría de los padres fundadores eran abogados. China es una sociedad de ingenieros: el Partido Comunista está lleno de ellos. Deng Xiaoping promovió a esos profesionales a los niveles más altos del PCC y en 2002, ya los nueve miembros del comité permanente del Politburó eran ingenieros. China es un Estado ingenieril que intenta construir una salida para cada problema”.
“En EE. UU., Silicon Valley se ha convertido en una máquina para desarrollar nuevas apps y hacer que las entregas lleguen más rápido, pero perdieron la conexión directa con la construcción de autos voladores, nueva infraestructura y otros tipos de avances. Por su parte, China sacó a los profesionales más brillantes del desarrollo de criptomonedas o tecnologías de consumo y fondos financieros para llevarlos hacia la construcción de industrias que son más críticas para las necesidades estratégicas, como los semiconductores, la aviación y la química”.
Esta cita podría estar dedicada al ingeniero Tuto Quiroga, quien ha elegido como acompañante de fórmula a un hombre de las apps (y de nada más). Esta valoración china de la ingeniería debe también ser relevante para los universitarios que están ofuscados con las maravillas de Silicon Valley. Un país donde todo está por construir, como el nuestro, debe poner énfasis en las profesiones correspondientes, si es que orientamos nuestro modelo de desarrollo hacia nuestras necesidades básicas, más que a lo tecnológicamente vistoso.
La mayoría de mis lectores conoce más de la realidad estadounidense que de la china, y me incluyo en esta ignorancia parcial. De China conocemos partes, muchos de ellas no actualizadas, con mucha desinformación y sin el debido contexto. Algo proyectamos a partir de su enorme población, pero el avance de ese país sorprende por la velocidad en que el desarrollo material ha llegado hasta a sus provincias más pobres.
Como ejemplo, Wang cuenta que “la cuarta provincia más pobre de China, Guizhou, cuyo PIB per cápita es cercano al de Botswana, tiene 11 aeropuertos, 50 de los puentes más altos del mundo y elegantes carreteras. Las ciudades de China son, yo diría, bastante mejores que las ciudades de los EE. UU.”. Este contraste entre el nivel de ingresos y la infraestructura es uno de los resultados de ese énfasis chino en construir.
Sin embargo, el avance chino no se limita a la construcción civil.
“El consejo de Estado anunció un importante plan industrial llamado Made in China 2025. Este era un plan ambicioso del Partido Comunista, que incluía tecnologías limpias, vehículos eléctricos, tecnologías marítimas, equipos agrícolas, etc.. Ahora China es el líder en vehículos eléctricos y en todo tipo de robótica industrial”.
Aunque China es hoy el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero, hay buenas noticias. Mientras Trump promueve la perforación de pozos y les hace la guerra a las energías renovables, “(d)iez años después del Acuerdo de París (…) las energías renovables están avanzando gracias en gran parte al espectacular ascenso de China como un gigante industrial verde. El año pasado, las energías renovables representaron el 93 por ciento de las adiciones de energía globales, y en julio, China estaba construyendo el 74 por ciento de los proyectos eólicos y solares en todo el mundo”. (NYT, 24.9.25)
Para que esto no parezca una propaganda del modello chino, es importante recordar que se trata de un “socialismo a la china”, como dice Wang, donde “gana el Estado, ganan los consumidores, pero es un ambiente duro para las empresas”. Sin embargo, a pesar del control del Estado en la economía, la competencia en China es más salvaje que en EE. UU.
Un ensayo reciente de Bob Davis (NYT, 23.9.25) señala:
“La competencia en China suele ser mucho más despiadada que en EE. UU., donde hay solo un puñado de fabricantes de automóviles. China tiene más de 100 fabricantes de vehículos eléctricos que luchan por su cuota de mercado. China tiene tantos fabricantes de paneles solares, que produce un 50 por ciento más que la demanda mundial. Alrededor de 100 productores chinos de baterías de litio producen un 25 por ciento más de baterías que nadie quiere comprar”.
La ironía es que, en un país socialista, el capitalismo es más salvaje que en su meca. La consecuencia (de mercado) es que China está exportando esos excesos a precios por debajo de costo, con los que los fabricantes de otros países no pueden competir. A ver cómo nos va con nuestras baterías de litio en ese mercado.
Trump ha impuesto recientemente una tasa de 100 mil dólares para cada visa de trabajo, normalmente usadas por empresas para importar personal calificado; 70% de los que las obtienen son hindús. China ha visto ahí una oportunidad y ha creado la visa K, ofreciendo incentivos a los hindús que quieran ir a trabajar a China. Quienes creen que el paraíso está al norte del Rio Grande, podrían cambiar de parecer. En primer lugar, EE. UU. es un lugar cada día más hostil para los extranjeros y las ciudades chinas cada vez mejores. Hay otras barreras y atractivos -el idioma, por ejemplo-, y el tiempo dirá dónde se da el equilibrio, pero ahí vemos dos estrategias distintas para desarrollar capital humano.
En China, los empresarios no dictan políticas económicas como en EE. UU., donde el lema que ha definido el rumbo de su modelo es “What is good for business is good for America”, (General Motors en la frase original), y al business no le gustan los impuestos ni la regulación. Como resultado de la influencia cada vez mayor del capital en la política económica, la tasa promedio de los impuestos a las utilidades ha ido cayendo de un máximo de 58% en 1949 a 21% hoy, y el total pagado por las empresas representa hoy el 1% del GDP, mientras que en 1945 esa cifra era 7%.
En su último presupuesto, Trump ha bajado aún más los impuestos a los ricos y cortado más servicios para los pobres, entre ellos salud y educación. China, que invierte en educación, está en segundo lugar en las pruebas PISA, cerca de Singapur, mientras que EE. UU. está en el 34, detrás de Vietnam. Otra muestra de las distintas estrategias de desarrollo humano.
Ese socialismo a la china quizá tenga ventajas, pero adolece de graves defectos, según cuánto se valoren, por ejemplo, las libertades individuales o cuánta importancia se dé al bien común. China sin duda no es el paraíso de la libertad individual, la que ha sido sacrificada durante todo su desarrollo, y sigue siéndolo hasta el día de hoy, en nombre del bien común. El grado de control que tiene el Estado sobre la vida de los ciudadanos y la represión política son sofocantes.
Sin embargo, Estados Unidos está siguiendo sus pasos en el control de la vida ciudadana. Gracias a la IA, por ejemplo, la policía de Nueva York: “Dondequiera que vayas en la ciudad es muy probable que la policía te esté rastreando. Ingresas al metro y tu identidad, información bancaria y ubicación se recogerán en las bases de datos de la ciudad”. (NYT, 21.9.25) Es asustador, pero sucederá cada día más en un país que se preciaba de las libertades de sus ciudadanos y ahora está limitando las libertades de expresión y académica de manera abiertamente autocrática.
El mayor contraste entre el capitalismo norteamericano y el socialismo chino está en el papel del mercado como gran asignador versus el Estado como gran planificador. Esto no quiere decir que en EE. UU. el Estado no intervenga en la economía, como lo está haciendo Trump, ni que en la economía china no haya espacio para la iniciativa individual.
De hecho, esa libertad de mercado ha sido una de las trampas del sistema capitalista, ya que las empresas norteamericanas han usado su libertad para instalarse en China porque los costos eran menores, y los chinos han aprovechado esa “invasión industrial” para aprender a hacer, y como ellos son “muy buenos en trepar las escaleras que los otros ponen”, como dice Wang, al poco tiempo lo están haciendo en muchas industrias mejor que los maestros.
Wang cierra con esta reflexión: “Lo importante es cumplir con la gente. Triunfará el país que sea capaz de satisfacer las necesidades de su pueblo”.
La lección que deja el sistema chino para países como Bolivia es que hay un papel para el mercado, pero no se puede dejar de proteger a la población de sus excesos con regulación apropiada, y hay un papel para un Estado que interviene inteligentemente en la planificación, conducción del desarrollo y protección de lo más vulnerables. La combinación apropiada de mercado y Estado es algo que cada país debe encontrar en función de sus grado, modelo y metas de desarrollo.
Jorge Patiño es escritor boliviano.