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Vuelta | 19/10/2021

Un presidente en “guerra”

Hernán Terrazas E.
Hernán Terrazas E.

Al MAS ya no le va tan bien con el golpe y menos con la polarización. La teoría del golpe le sirvió primero a Morales para falsear el origen de su derrota y luego a Arce para marcar diferencias con el pasado e identificar el “ajuste de cuentas” como una tarea prioritaria de su gestión.

Pero el golpe fue perdiendo credibilidad interna y ha comenzado también a debilitarse aceleradamente en el mundo e incluso entre  algunas ONGs que al principio acogieron el argumento con entusiasmo.

Lo mismo pasa con la polarización. Le sirvió al MAS en el pasado para dividir, porque logró agrupar artificialmente de un lado a pobres e indígenas y del otro a ricos y blancos.  La estrategia funcionó para conseguir votos, ganar elecciones, gobernar e identificar enemigos, pero tampoco eso es tan simple ahora. El bando opositor es hoy mucho más diverso, plural y difícil de encasillar.

La teoría del golpe se impuso al principio por la debilidad del gobierno de Jeanine Añez para contrarrestarla.  Hubo uno que otro intento y hasta se designó a un ex mandatario como vocero, pero se llevó el debate hacia un escenario incierto de derechas e izquierdas que únicamente reforzó la idea de que lo que hubo fue una pulseta ideológica y no un fraude monumental.

Total que de buenas a primeras Bolivia,  donde hubo tantos golpes, apareció como el mismo país de siempre en el que la inestabilidad se veía casi como un elemento más del paisaje. En los mercados ideológicos de exportación -Venezuela, Argentina y México – la historia se vendió bien.

Pero así como no hay mal que dure cien años, ni mentira que lo resista, la versión del golpe comenzó a perder credibilidad en el mundo  prácticamente por las mismas razones que influyeron para que el MAS  pusiera en circulación esa versión.

A los excesos, que los hubo, de la gestión de Añez en el manejo de las crisis de Senkata y Sacaba, correspondieron conductas autoritarias y atentatorias contra los derechos humanos en un gobierno como el de Arce, afectado por la manía persecutoria y las imposiciones de Evo Morales

Muy pronto se vio que en lugar de recuperar la democracia de manos de los "golpistas", lo que se hizo fue transitar hacia un gobierno formalmente democrático en su elección, pero evidentemente autoritario en su gestión.

Y en el mundo, los países o gobiernos que habían visto con cierta preocupación el asunto del "golpe", advirtieron cuál era en verdad el objetivo de tan atrevida y siniestra teoría.

De aparente villana a evidente víctima, la expresidenta Añez  - presa sin causa, ni juicio y casi aislada de todo y todos - recuperó en parte aquella imagen de los primeros momentos de su gobierno. No en vano algunas encuestas muestran hoy que su popularidad está mucho mejor que antes de que fuera sometida a un auténtico calvario judicial y que incluso ha sido considerada y figura en la terna final para el premio Sajarov, establecido en  1988 por el Parlamento Europeo como  medio para "homenajear a personas u organizaciones que han dedicado sus vidas o acciones a la defensa de los derechos humanos y las libertades".

La teoría del golpe comenzó fuera, pero Arce la “nacionalizó” con el refuerzo  de una justicia sometida y de algunos recursos propagandísticos  de los que se echó mano para afianzar el convencimiento de las audiencias.

Al promover la idea del golpe, sin embargo, Arce minó la propia legalidad de su elección, que obviamente no debió haberse dado si lo que hubo fue una interrupción del mandato constitucional de su antecesor o, lo que es peor, el desconocimiento del resultado de unos comicios en los que, como repiten hasta el cansancio los voceros oficiales, “no hubo fraude”.

La obsesión de Arce por el golpe, reiterada en cuanto discurso nacional o internacional pronunció desde que asumió la presidencia, fue y todavía es la factura que debió pagar por haber sido nominado candidato por el dedo del jefe y la principal razón por la que  es cada vez más acentuada la sensación de que en realidad otros gobiernan en su lugar y que la verdadera víctima de un nuevo tipo de golpe - interno - es él mismo.

El presidente, al que no parece incomodarle que se lo perciba como un instrumento de Evo Morales y del partido, sistemáticamente se esfuerza por agradar a la militancia con discursos incendiarios en los que declara la guerra a un adversario de rostros múltiples como el de las organizaciones que ofrecieron resistencia a la Ley de Ganancias Ilícitas.

Pero el gobierno ya no tiene un enemigo específico del otro lado: un día son los indígenas del oriente, al otro los cooperativistas mineros, los gremiales, los cívicos, el Conade, grupos de transportistas, periodistas y medios independientes o ex presidentes, lo cual genera una dificultad aparte que es la imposibilidad de agrupar a todos como “la derecha”, los “fascistas”, los ¨”golpistas”, los “ricos”, u otros adjetivos que refuerzan los esquemas de polarización política que con tanta aplicación manejó el MAS desde hace casi dos décadas.

Mientras más diversa la oposición, la posibilidad de polarizar es menor y, por lo tanto, el gobierno queda solo como representante de sí mismo y posiblemente de los cocaleros, pero ya no del bloque popular que ha sido su sostén  político y fuente de respaldo electoral en las últimas décadas.

Fragmentado el bloque popular, el de comienza a fortalecerse e incorpora no solo personalidades como la de la respetada defensora de los derechos humanos, Amparo Carvajal o la del líder indígena oriental, Marcial Fabricano, sino a otras organizaciones y sectores, que circunstancialmente le dan una fuerza mucho mayor y le permiten conseguir en las calles victorias que nunca podría lograr en el ámbito político parlamentario.

Ya no es Evo - el indígena pobre que recogía las naranjas que echaban desde los camiones en los polvorientos caminos rurales de Orinoca -, el que polariza con Goni, Mesa, Quiroga, Camacho o Añez. Es el clasemediero  Arce, formado en universidades de Bolivia y Gran Bretaña el que “choca” con otros dirigentes indígenas o representantes de sectores populares. En ese nuevo esquema de polarización naturalmente el que pierde es el gobierno.

Como en noviembre de 2019,  una nueva oposición vuelve a tomar las calles para resistir decisiones o normas que buscan, como dijo recientemente el ex vicepresidente, Álvaro García Línera, revisar los  “impuestos, propiedades y cuentas bancarias de las "clases dominantes".

El problema, que no parecen advertir los ideólogos populistas es que las “clases dominantes” ahora no son las mismas que las de ayer o que, en realidad, se trata de un “bloque” que la propia bonanza de los años de oro -2008-2014-  contribuyó a crear.

Los beneficiarios  directos de la gestión masista  de casi 15 años son hoy el  bloque dominante, el “pueblo” devenido en élite que cuida sus intereses y no quiere que le metan las manos a los bolsillos, ni le espíen sus cuentas: son transportistas, gremiales y contrabandistas, entre otros,  los inesperados adversarios en esta nueva versión de un proceso afectado por sus propios cambios.

Sin golpe, ni polarización, al MAS ya le quedan pocos insumos para sostener su estrategia y el margen de acción de Arce es cada vez más limitado en prácticamente todos los frentes. Acorralado, el presidente pierde el control y tal vez por eso le declara la guerra cada vez  con más frecuencia a sus propias creaciones y fantasmas.

Hernán Terrazas E. es periodista y analista



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