Que los bolivianos asuman una posición pragmática y voten por quienes ofrecen soluciones para la crisis económica no debe entenderse como derechización. Aquí no es como en Argentina, donde la corriente que respaldó a Milei es una suerte de secta que incluso se reúne en una por lo menos curiosa Derecha Fest.
Ni Doría Medina ni Jorge Quiroga se parecen a Milei, en primer lugar, porque ninguno de los dos es un outsider que llegó a la política cuando el sistema dejó entreabierta la puerta. Uno fue ministro de planificación y candidato frecuente y, el otro, expresidente. Los dos nacieron en partidos tradicionales. Samuel en el Movimiento de Izquierda Democrática (MIR) y Tuto en Acción Democrática Nacionalista (ADN). Para resumir, ninguno es nuevo.
En términos de Milei, los candidatos que encabezan las encuestas en Bolivia serían parte de la “casta”, definición utilizada por el “turbado” mandatario argentino para agrupar a todos los que ejercieron el poder y se beneficiaron de él, pero sobre todo al “zurderío”, el casillero ideológico despectivo, donde, según el argentino, cabe todo mundo, desde Maduro hasta Felipe González o Willy Brandt.
Otra diferencia, más de “estilo” es que los aspirantes bolivianos no son histriónicos, no representan un papel, ni llevan consigo una motosierra para arrasar con el pasado.
Esa prudencia, obviamente más andina que porteña, impide que “los nuestros” sean proclives al show, aunque de vez en cuando recurran al Tik tok para despojarse de formalidad.
Doria Medina no mandó representantes a la Derecha Fest, pero Quiroga sí lo hizo. Juan Pablo Velasco, el candidato a vicepresidente, estuvo por allí. Saludó al mandatario argentino en medio de la euforia de la “secta” y, cuando no, difundió una fotito de su encuentro.
El “somos de derecha y qué” se puso de moda entre algunos dirigentes y militantes de la alianza Libre, tal vez porque después de 20 años de “encierro” había que respirar fuera del closet y afirmar una posición radical frente a la supuesta “tibieza” de otros.
Hay el intento de conformar una secta, pero no hay mucho fanático para darle “cuerpo” y, mucho menos, un “profeta” que marque el camino, comparta la doctrina y construya el proyecto.
Por ahora es poco probable que en Bolivia haya un brusco movimiento pendular. Ni siquiera una victoria electoral de los opositores debería ser interpretada como un giro ideológico de la población.
Sacar al MAS del poder o votar en contra de los candidatos que lo representan no significa sacar boleto para la “Derecha fest” ni reemplazar el puño por la motosierra; sino poner fin a otra fiesta más vergonzosa, quizá, la de los impostores del cambio, que de tanto “cambiar” llevaron al país a la incertidumbre y la quiebra.
Hernán Terrazas es periodista.