En Latinoamérica nos identificamos como parte del mundo occidental, pero ello, en muchos casos, nos da vergüenza, como ahora, por lo que ocurre en el Medio Oriente con el consentimiento de Europa y la complicidad de Estados Unidos. En este artículo quiero explicar porque nos da vergüenza y rabia.
La Palestina es, desde la antigüedad, tierra de tránsito y punto intermedio entre diferentes civilizaciones. Fue y es el hogar de musulmanes sunitas y chitas, drusos, judíos, samaritanos, cristianos y otros grupos religiosos y étnicos minoritarios. En esa gran diversidad cultural, étnica y religiosa, al mundo occidental, liderado por Inglaterra, se le ocurrió crear un Estado para un pequeño grupo de la población, los judíos.
Sería un Estado teocrático “un hogar nacional para el pueblo judío”. La propuesta fue rechazada por el resto de los habitantes del lugar y por los países vecinos, que veían en ella una fuente de conflictos permanentes, como lo que ocurrió efectivamente. Las Naciones Unidas avalaron la propuesta inglesa y se comprometieron a crear un segundo Estado, esta vez, para el resto de la población. No pensaron o no quisieron apoyar la creación de un estado único, plurinacional, democrático y moderno que sirviera de hogar a todos los que habitaban la Palestina, independientemente de sus culturas o religiones y a los que quisieran migrar.
El segundo Estado nunca fue creado. Ayudaron a Israel para que se convirtiera en el Estado más poderoso del Medio Oriente, incluso colaborándole para que tenga la bomba atómica. El mal estaba hecho. Poco a poco, Israel se convirtió en el terror de la región, se apropió de territorios de países vecinos y de los lugareños.
Desde el 2023, después de un grave ataque cometido por un grupo de palestinos agrupados en Hamas, Israel ejecuta un plan de exterminio de los otros residentes, sean o no miembros de Hamas, con el apoyo de Estados Unidos y de Europa que le proporcionan armas. No se salva nadie. Niños, mujeres, ancianos son asesinados por igual. No solamente los mata con armas también privándoles de comida y agua.
La vieja Europa, culta y humanista, con la cual nos hemos identificado durante mucho tiempo, cierra los ojos frente a estos crímenes. Pide ayuda humanitaria para las víctimas y envía armas a Israel para continuar la masacre.
El 13 de mayo 2025, Israel decide ir más allá de sus fronteras atacando a Irán en una estrategia “preventiva” para evitar que, en el futuro, este país lo agrediera. La agresión a Irán fue cuidadosamente planificada con Estados Unidos, que pocos días después participaría en ese ataque para evitar que Irán continuara su programa nuclear.
Entre la noche del 20 y el 21 de junio, Estados Unidos bombardeó los complejos nucleares de Fordow, Isfahán y Natanz. Estratégicamente, el plan fue perfecto, era una buena jugada de ajedrez. En una manifestación de cinismo sin precedentes, el G7, reunido en Canadá, apoyó el ataque de Israel a Irán, el 17 de junio 2025.
El G7 está conformado por Estados Unidos, Canadá, Japón, el Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, además de la Unión Europea. Según el G7, Israel tenía el derecho a defenderse, ignorando que era el agresor.
Los hechos son muy graves, pero sería un error pensar que el pueblo judío es culpable de los crímenes cometidos por sus dirigentes políticos. Benjamín Netanyahu, el primer ministro de Israel, ha sido acusado ante la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra, por hacer padecer hambre como método de guerra, por asesinato, persecución y otros actos inhumanos. Tiene una orden de arresto emitida el 21 de noviembre de 2024, por la CPI.
Al interior de Israel, Netanyahu fue acusado oficialmente de abuso de confianza, aceptación de sobornos y fraude. El proceso judicial no avanzó debido a la guerra. En ese contexto de democracia que no funciona, Europa y Estados Unidos encontraron un fiel aliado para controlar el Medio Oriente.
Después del ataque al complejo nuclear iraní, Trump y su gobierno dijeron que fue un éxito, pero parece que no lo fue y que Irán conserva su capacidad nuclear. No se sabe si fue esta constatación la que empujó a Trump a propiciar una tregua, no obstante haber sido parte de la agresión a Irán.
Quizás Trump se echó atrás por las amenazas que recibió de China y de Pakistán, alguna conversación con Putin y la potencial amenaza que significaba la no destrucción del potencial nuclear de Irán. También pudieron intervenir consideraciones de orden económico, pues había temor de un alza duradera del precio del petróleo, y sus efectos directos e indirectos en la economía del mundo.
Todo hace pensar que Trump tuvo miedo y que ese miedo lo llevó a proponer la tregua. Algo muy comprensible pues el mundo entero temió que se desencadenara una tercera guerra mundial con armas nucleares que pusieran en peligro al mundo.
Pero cabe también una hipótesis alternativa: la tregua propuesta por Trump y Netanyahu busca reconceptualizar la guerra para relanzar un ataque de mayor envergadura contra Irán. Lo que es indudables es que no se ha dicho la última palabra en este conflicto. Hay tregua, pero no la paz entre los dos países en guerra.