Probablemente el sentimiento de esperanza que me provocó la renuncia de Juan Ramón Quintana al Ministerio de la Presidencia, en 2010, es el mismo que he sentido al conocer la renuncia del actual ministro de ¿Justicia?, Iván Lima, el jueves pasado.
Se trata, sin duda, de dos personas diferentes. Quintana es violento y en su discurso/relato cotidiano siempre hace referencia a la muerte, a destrozar al adversario y recurre permanentemente a figuras escatológicas (expresiones, imágenes y temas soeces relacionados con los excrementos). En cambio, Lima es de modos suaves, poco confrontacionales y opta por una retórica leguleyesca y cortesana para alcanzar sus objetivos.
Pero tienen temibles similitudes: su desenfrenado amor por el poder autoritario; su tendencia enfermiza a mentir sin descaro; no tener escrúpulos a la hora de destrozar la dignidad de las personas que no están alineadas tras sus posiciones o pueden ser un obstáculo; y utilizar el aparato estatal a su libre albedrío y conveniencia.
Se me ocurre, empero, que esas características impiden que ambos puedan dormir tranquilos. No debe ser fácil hacerlo porque seguramente el recuerdo de la sangre de las muertes en Luribay, Uyuni, Hotel Las Américas invaden la conciencia de Quintana, como la saña y maldad con la que Lima ha tratado y torturado a la expresidenta Jeanine Áñez y las autoridades del Gobierno que ella presidió y a quienes, violando la Constitución Política del Estado, ha incoado
Desde otra perspectiva, esas similitudes hacen que Quintana y Lima hayan sido considerados el poder detrás del trono del expresidente fugado y del actual Primer Mandatario, respectivamente. Esa situación puede ser una de las razones por las que a Morales y Arce les haya costado tanto ceder a las crecientes presiones en contra de sus “rasputines” para removerlos de sus cargos y hacerlo sólo cuando a esas presiones se sumaron incluso sus adláteres. El caso de Lima fue peor porque el personaje que ha liderado una campaña sistemática en su contra fue Evo Morales, quien, como se sabe, puede darse a la fuga cuando se considera en peligro, pero cuando de atacar se trata lo hace sin piedad. Aún así, Lima tuvo la capacidad de resistir años de ese acoso.
Es en ese contexto que cuando un presidente tiene que despedir a su operador político más íntimo pueda cantarle aquella balada que dice algo así como “te vas, pero te quedas, porque formas parte de mí. Y en mi casa y en mi alma hay un sitio para ti”. Y, ojo, digo específicamente “operador político más íntimo” porque no se trata de su operador de mayor confianza, porque confianza, como dijo Melgarejo, ni en la camisa.
Finalmente, otra similitud que hay entre ambos exdignatarios de Estado que hace que un demócrata recupere algo de esperanza con su destitución –así sea que se queden cercanos al caudillo que le corresponde–, es el aporte que han dado a la destrucción del sistema democrático en el país y del Estado de derecho en el que se respeten los derechos humanos y la libertad de la gente. Uno, siendo militar de profesión; el otro, abogado. Ambos, al servicio de apuntalar proyectos autoritarios y corruptos de poder.
Juan Cristóbal Soruco es periodista.