La primera vez que llegué a
Sucre, fue por carretera en lo que fue un circuito ajustado luego de Navidad y
que terminó antes del 31 de diciembre hace muchos años.
En aquella oportunidad, tenía alrededor de 16 años y la capital oficial era muy tranquila después de las 18 horas.
El máximo evento era ir a dar vueltas a la plaza principal, comer algún chocolate de las marcas que han marcado historia y quizás algún plato emblemático. Desde luego visitar la Casa de la Libertad y algunas de las iglesias que destacan por su majestuosidad.
Con los años, solo volví para estadías cortas y por temas relacionados al trabajo. En estas pasadas a la volada, pude visitar algunos atractivos más como el parque de los dinosaurios y el mirador emblemático de la Recoleta. Esa vez, logré visitar el monasterio que allí está y también el castillo de la Glorieta.
Por eso tenía curiosidad y quería la oportunidad de pasear esta ciudad con calma y sin apuros. La ocasión se presentó y finalmente pude hacer algo que me daba mucha tentación. Caminar sin rumbo y contemplando cada una de las fachadas, observar detalles y encontrarme muchas sorpresas no esperadas.
El casco viejo de Sucre es verdaderamente una maravilla. Luego de cumplir con ciertos compromisos, pude visitar a gusto el Carmelo y lo que alguna vez fue el imponente convento de Santa Clara. Caminando en esas calles y pasando la primera Iglesia de Sucre, San Lázaro para luego entrar a Santo Domingo. Pude deleitarme y apenas imaginar lo que habría sido esta ciudad en el 1700.
Algo imperdible, es subirse a campanarios y techos de las iglesias. La de la Merced abrió sus puertas hace poco, buscando recaudar un poco más de fondos para la restauración. Esta iglesia fue la segunda en ser construida en la ciudad y aún tiene las pinturas de Melchor Pérez de Holguín. Caminar por la cúpula es una maravilla. Aún tiene dos ventanas de alabastro que permiten la entrada de luz hacia el templo.
En diagonal, el otro techo infaltable. San Felipe de Neri. Templo que fue abandonado luego de la independencia y tomado por las teresianas para terminar con las hijas de María Auxiliadora.
Algo que me parece impresionante de este techo, es que cada cerámica estaba esmaltada en color verde. Claro que a la fecha restaurar todo el techo a su condición general, costaría mucha burocracia y un presupuesto considerable.
Lo que sí resulta jocoso, son las referencias sobre distancias y tiempos. Para un paceño todo en el centro histórico se nos hace cercano y alcanzable solo caminando. Quizás los locales confiados en esta "cercanía", es que tientan su puntualidad y terminan atrasándose o llegando al límite, como me pasó al ir al aeropuerto.
Sucre es una puerta hacia el turismo local y extranjero. Lamentablemente, parece haber una falta de coordinación entre autoridades departamentales, municipales, operadores de turismo y guías. A mi llegada, esperaba poder aprovechar el fin de semana y poder conocer algún lugar nuevo. Quizás el turismo paceño ya me mal acostumbró a tener cada fin de semana, más de cinco buenas propuestas de turismo local en montaña, glaciar, lago, valles y Yungas.
Me conformé con una visita a Yotala a la hacienda donde se produce la cerámica Incantti, lugar que me atrajo por el trabajo que uno puede ver en sus redes sociales y que terminó por alegrarme con la tranquilidad de su espacio.
Espero sinceramente, que en mi próxima visita, haya más oportunidades para explorar más de este departamento, tomando Sucre como centro de partida.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología