Un artículo de la revista inglesa The Economist (24|02|24), refiriéndose a Pakistán, titulaba “Sin amigos y sin dinero”. Se va a poder decir algo similar de nuestro país: estamos sin dólares y con muy pocos amigos. Se ha dicho y se ha escrito mucho acerca de las causas y consecuencias de la escasez de dólares y no redundaremos más en ellas. Queda la pregunta a quien acudir para ayudarnos a salir del aprieto actual. En 1985, luego de la promulgación del DS21060, se contó con el apoyo de gobiernos amigos, un año antes de que el FMI, que no se caracteriza por la celeridad de sus desembolsos, lo hiciera.
El Gobierno, por razones ideológicas, se ha distanciado de los países que nos podían ayudar y ha preferido concentrar sus esfuerzos diplomáticos en Venezuela, Cuba, Nicaragua, México, China, Rusia e Irán, países de los cuales no se puede esperar mucha cooperación financiera, que es la que necesitamos ahora. Últimamente nos hemos estado acercando también, en hora buena, al Brasil, lo que ha facilitado nuestra incorporación plena al Mercosur.
Rusia tiene que atender a su guerra de invasión a Ucrania, además de defenderse de las sanciones financieras que le han impuesto los países europeos y Estados Unidos. Dudo que su atención esté en Bolivia y menos aún que tenga interés en ayudarle a sortear las actuales dificultades de su balanza de pagos. La experiencia de las vacunas Sputnik V para controlar el Covid-19 ha sido además desafortunada.
China no está en su mejor momento. El muy famoso analista, profesor de la Universidad de Nueva York, Nouriel Roubini, sostiene en Project Syndicate (04|04|24) que China ha caído en la peligrosa trampa de los países de mediano ingreso, países que han dejado de ser pobres pero que no llegan a ascender a la categoría de ricos. No se puede esperar mucha ayuda de ella en las circunstancias actuales. Por otra parte, los préstamos chinos están atados a la provisión de bienes y servicios de ese país y no son de libre disponibilidad. Si bien China no ha abandonado su iniciativa de Cinturón y Ruta (One Belt, One Road) que financia proyectos de infraestructura para países en desarrollo, tiene muy poca presencia en América Latina. Tampoco encontraremos mucho alivio de la deuda con China, que ya es sustancial, porque no participa en el foro de renegociación de deuda externa, que es el Club de París.
¿Podrán los yuanes suplir nuestra falta de dólares? La respuesta es no, sin ambigüedad alguna. El yuan no es un medio de pago internacional de aceptación general. Sirve esencialmente en las operaciones bilaterales con China, aunque es cierto que algunos países asiáticos componen sus reservas internacionales con esa moneda y que el FMI la ha reconocido para la valoración de sus Derechos Especiales de Giro (DEG). Sobre llovido mojado, tampoco disponemos de yuanes, porque tenemos un déficit comercial de varios años con el Reino del Dragón.
Tampoco se puede esperar apoyo financiero de Brasil, porque no tiene programas de ayuda al desarrollo. No se puede desconocer empero que nuestras exportaciones a ese país, más allá del gas, podrían aumentar en el marco del Mercosur, así como a la Unión Europea si se materializa el acuerdo entre los dos bloques regionales. Todo esto es para el mediano plazo.
Nuestra precariedad de divisas se aliviaría mejorando nuestras relaciones con Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. Esos países tienen DEG que no necesitan y que podrían cedérnoslos. Aún con mejores relaciones, posiblemente condicionarían ahora su ayuda a tener un programa con el FMI. Los países vecinos no nos cooperarían con sus recursos, sino que lo harían en los directorios de las instituciones financieras internacionales, comenzando por el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR).
A propósito del FMI, como van las cosas, se va tener que llegar a un acuerdo con él, tarde o temprano. Hay que estarse preparando con argumentos técnicos muy sólidos para una negociación de asistencia financiera con condicionalidad atenuada.