Uno de los temores que, con seguridad impactó la campaña de Rodrigo Paz Pereira, nacía de la sospecha de que, en realidad, se trataba de una prolongación medio encubierta del masismo.
Ambos candidatos no escatimaban esfuerzos en hacer notar que eran la voz del “pueblo” y esto contribuyó a fortalecer esa percepción. Para muchos ciudadanos, la imagen que dan, tanto Paz como Lara, cabe perfectamente en lo que se espera de un gobierno “popular”, y esto se asocia de forma casi automática con “la izquierda masista”. En consecuencia, el común de la gente, que vive su día a día, no se hace problema al calificar el actual gobierno como un gobierno popular de izquierda. Veamos, sin embargo, si esta es una apreciación objetiva.
La mayoría de los analistas en cuestiones de elecciones sostiene que el origen principal de los votos que hicieron subir a Rodrigo Paz, de una estimación del 6% a una victoria con 32%, provinieron de lo que se ha dado a llamar “el bloque popular”, sin desdeñar una cuota importante de clases medias y la pujante burguesía popular, nucleada en los sectores informales de la economía, además de los votos que dejaba en el camino Samuel Doria Medina.
Para todos estos actores, la propuesta de un “capitalismo para todos”, añadida a una lucha intransigente contra “El estado tranca”, que prometía liberar trabas de importación, reducciones arancelarias e impositivas y otras medidas, tendientes a reactivar y potenciar la economía nacional, sumada a una lucha frontal contra la corrupción, era una clara señal de que Paz Pereira ofrecía un horizonte liberal que rescataba las expectativas “populares” en el horizonte de un capitalismo popular.
Ese fenómeno es propio de las sociedades contemporáneas, cuyas dinámicas se centran en el ascenso de las clases medias en todo sentido, y la constitución de una ciudadanía, en la que la derecha y la izquierda han dejado de ser parámetros que definen las decisiones individuales, dando curso a una perspectiva pragmática centrada en las posibilidades del crecimiento económico individual y privado.
El anhelo de constituir una burguesía popular es el acicate de las transformaciones políticas, económicas y culturales propias de este momento de la historia, acá, en Bolivia o en cualquier país occidental que se mueva en los márgenes del capitalismo.
Desde esta línea interpretativa, Rodrigo Paz Pereira no es la expresión de un súbito y deslumbrante brote de lo “popular”, sino, más bien, la cristalización de un fenómeno liberal que consiste en la constitución de una ciudadanía democrática, cuyo eje transversal es el ejercicio de sus derechos, el respeto de la propiedad privada, la libertad de expresión y la institucionalidad democrática, cívica y social; es decir, la puesta en marcha del ideario liberal propio del siglo XXI.
Quizá, en todo esto, dio mejor cuenta el hecho de que Doria Medina, que es de alguna manera un icono de lo que podría denominarse un “burgués a trocha y mocha”; que Jeanine Añez, que se la identifica como una expresión política de la burguesía agroindustrial, y que hasta el mismo gobernador Fernando Camacho, representante genuino de la derecha cruceña, no tardaron mucho en declarar públicamente su apoyo a Paz. A esto debe sumarse que el staff económico del ahora Presidente electo de Bolivia reunió a la crema y nata de la intelligentsia económica liberal del país.
La emergencia de la ciudadanía como sujeto principal de la historia contemporánea, más allá de las clases sociales y los clichés ideológicos, neutraliza las viejas categorías (popular, derecha, izquierda, burgués, etcétera) e instituye un escenario ciudadano democrático, en el que no debería llamarnos la atención que un impetuoso policía asuma democráticamente la Vicepresidencia de la nación; o que un liberal sea reconocido como representante de los sectores populares.
No se trata, en consecuencia, de etiquetar al nuevo gobierno como de derecha o de izquierda, liberal o popular; se trata de comprender que los ciudadanos votamos contra cualquier intento autoritario, más allá de las marcas de clase, raza, ideología o credo. El voto ciudadano es, sin duda, la mejor valla de contención de las dictaduras. De esto sabe muy bien Evo Morales.
Renzo Abruzzese es sociólogo.