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La Escaramuza | 01/10/2025

La guerra sucia: un murmullo tras las ruinas del autoritarismo

Renzo Abruzzese
Renzo Abruzzese

Asistimos a un momento singular en la historia boliviana. La segunda vuelta electoral de 2025, que enfrenta a Tuto Quiroga y Rodrigo Paz, debería percibirse como la oportunidad de reconstruir la política que se degradó en términos superlativos en los 20 años de silencio masista; pero, al contrario, parece repetir los patrones que la dictadura masista instaló en el discurso político y sus expresiones discursivas.

La verdad es que sería un error analizar esta espiral de descalificaciones, noticias falsas y ataques personales como un mero exceso de campaña, como una simple torpeza de los equipos de comunicación o de los estrategas electorales; me parece que lo que hoy percibimos como exabruptos y golpes bajos no son otra cosa que la expresión más visible de la degradación y el retroceso político sembrados por el masismo.

Percibimos con mayor claridad que el MAS no solo desmanteló el andamiaje institucional; también demolió los códigos no escritos de la convivencia democrática, la legitimidad del adversario y la confianza elemental entre ciudadanos. Instituyó el insulto, la denostación y el menosprecio como formas preferenciales del debate que nunca hubo.

La guerra sucia es una derivación hasta cierto punto natural de la lógica amigo-enemigo que desplegó estratégicamente el masismo, sin embargo,  para jóvenes y políticos novatos, como Edman Lara, es el único lenguaje que aprendieron a hablar, la única sintaxis que parece quedar disponible cuando te has formado en los moldes del autoritarismo caudillista y egómano. Por eso, podríamos decir que se trata de un reflejo condicionado, la cicatriz de una sociedad que fue empujada a la polarización extrema y que ahora lucha por recuperar los parámetros que le permitan consensos y diálogo sincero.

Quizá lo más desolador de este panorama es el efecto que produce en la ciudadanía. No es ya ni siquiera decepción, es un sentimiento corrosivo; un profundo hastío, una melancolía cívica que nace de la sospecha de que hágase lo que se haga y dígase lo que se diga, a pesar de todas las curaciones y enmiendas, las reglas del juego seguirán rotas.

Cada noticia falsa, cada difamación, cada calumnia no solo resta un voto al adversario; le resta dignidad a la política y merma la capacidad de ser un vehículo para la construcción de una comunicación afectiva y creíble.

Por eso, el verdadero desafío de esta elección trasciende el nombre del próximo Presidente. El horizonte que debemos proponernos es mucho más complejo y demandante. Se trata de una tarea casi artesanal de reconstrucción: remendar el tejido social, restaurar la confianza en la palabra pública y volver a dotar de sentido al ejercicio de la política. La democracia, al final del día, no es solo un conjunto de reglas e instituciones; es, sobre todo, una conversación, el diálogo entre diferentes, la aceptación de la diferencia y el disenso.

Yo tengo la impresión de que todas las formas de entendimiento y consenso han sido reemplazadas por un murmullo subterráneo que emana de las ruinas de un largo autoritarismo. Transformar ese murmullo en diálogo genuino no solo exige voluntad política, sino también una renovación profunda en la manera de relacionarnos como sociedad. Es crucial que aprendamos a escuchar con empatía, a reconocer la diversidad de experiencias y a reconstruir espacios donde el respeto y la confianza sean los pilares del intercambio democrático.

Solo así podremos superar la fragmentación heredada, permitiendo que la política recupere su lugar como instrumento de construcción colectiva y esperanza compartida. El camino será arduo y requerirá paciencia, pero es en esa búsqueda donde reside la posibilidad de una verdadera reconciliación nacional, capaz de cerrar heridas y abrir horizontes para las generaciones venideras.

Renzo Abruzzese es investigador social.



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