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La Escaramuza | 15/10/2025

Entre el líder o el caudillo

Renzo Abruzzese
Renzo Abruzzese

Este domingo 19 de octubre, en Bolivia, no solo elegimos Presidente, nos enfrentamos a una disyuntiva que tiene que ver con el horizonte político de la próxima década. Un análisis superficial podría concluir que las diferencias son menores. Al fin y al cabo, ambos navegan en las aguas conocidas del capitalismo como única respuesta a la crisis.

Empero, esta aparente convergencia es un espejismo que oculta el verdadero abismo que los separa: una concepción diametralmente opuesta sobre la naturaleza misma del poder. La elección, por tanto, no es entre dos modelos económicos, sino entre dos formas de instrumentalizar el poder: la que nos brinda la certidumbre de la democracia institucional o la tentación del populismo plebiscitario.

El terreno común de ambas candidaturas es, paradójicamente, el punto de partida de su divergencia. Tanto Quiroga como Paz han sido claros en que no pretenden alterar las bases del sistema económico. Sus planes para enfrentar la crisis, presentados con distintos matices y énfasis, recurren al recetario ortodoxo: disciplina fiscal, incentivos a la inversión privada, eliminación de empresas públicas deficitarias, reforma a la Constitución, reformas institucionales, como ser en la Policía, la Aduana, y una apertura comercial más decidida, etcétera.

El único punto de diferencia es la fuente de los recursos que se requerirían para solventar la crisis. Para Quiroga vienen del exterior (BM, FMI etcétera) para Rodríguez se financian al interior de la economía nacional. Empero, en sus discursos no hay una sola propuesta que sugiera un cambio estructural.

Todo se hace al interior del capitalismo y nada fuera de él. Esta característica del debate económico, lejos de hacer la elección más sencilla, magnifica la importancia de lo político. Así, al no poder diferenciarse por sus proyectos de país en lo económico, la ciudadanía se ve forzada a elegir en función del tipo de poder que cada uno pretende desplegar.

Todo indica que la promesa de Tuto Quiroga no es la de una transformación carismática, sino la de una gestión sobria, apegada a la ley y a los contrapesos que la propia democracia establece. Además, su trayectoria política es presentada como un aval de su compromiso con un poder limitado, dialogante y, en última instancia, sujeto al imperio de la ley, por encima de la voluntad del gobernante. Su horizonte es claro: un Estado donde las instituciones son más fuertes que el hombre que las preside.

En la vereda opuesta, el proyecto de Rodrigo Paz se articula desde una lógica radicalmente distinta. Su campaña, de tono vibrante y emocional, parece diseñada para evocar el populismo que muchos creían superado tras la era del MAS. En lugar de apelar a la institucionalidad, el discurso de Paz–Lara busca establecer una conexión directa, casi mística, con un "pueblo" descontento con las "élites de siempre".

Asistimos a una retórica que, si bien no es idéntica, comparte con el modelo de Evo Morales la desconfianza hacia las mediaciones institucionales –justicia, prensa–, presentándolas como obstáculos para una verdadera voluntad popular que solo el líder puede interpretar y ejecutar.

Sus alianzas, más heterogéneas y pragmáticas, sugieren un movimiento construido en torno a la figura de Lara, más que a la de Paz Pereira y a un programa o a una estructura partidaria sólida.

La promesa que se percibe no es la del administrador, sino la del caudillo. Un poder concentrado que, en nombre del pueblo, podría sentirse legitimado para situarse por encima de la norma.

El 19 de octubre, Bolivia se asoma a una decisión que trasciende los nombres de Tuto Quiroga y Rodrigo Paz. La convergencia en sus planes económicos ha desnudado la verdadera batalla de fondo: una pugna entre la democracia y el populismo de nuevo rostro.

No se trata de una elección más, en realidad, debemos elegir entre el líder democrático o el caudillo populista, habida cuenta de que de populismo estamos escarmentados.

Renzo Abruzzese es sociólogo.



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