Cuando gobernaba, Evo Morales aseguró que íbamos a ser como Suiza en breve plazo. Alguna gente hasta se ilusionó. Ahora que deben cobrar la renta están en pie de lucha. La vejez reducida a recibir o no un bono.
La biografía es la suma de amores, desamores, sueños y pesadillas así como la forma particular en que cada persona las procesa. Una de las claves de la vida es el grado de autonomía con que gobernamos nuestros cuerpos y nuestras almas a lo largo de todos los ciclos de vida. De lo que hablo hoy es de una dimensión de la autonomía que es la posibilidad de obtener ingresos propios y disponer de ellos. No solo estamos lejos de parecernos a aquel aburrido país, si no que ya no hay ni para pagar el bonosol, introducido por los neoliberales originarios y rebautizado por los pachamamistas patriarcales como renta Dignidad.
Según los sesudos estudios del Banco Central, esos bonos deben servir para “aliviar la pobreza, la suavización del consumo (sic) y la redistribución de la riqueza (permanente) a aquellos en peligro de pobreza durante la vejez”. Otros destacan que gracias a este subsidio se habría reducido la pobreza tan mal medida como muchos indicadores económicos. En el mundo de opacidad en que vivimos, ni la inteligencia artificial sabe cuánto se destina a ese programa y menos su valor real en tiempos de inflación; se estima en alrededor del 1% del PIB los montos que obtienen, en cuotas de 350 devaluados bolivianos cada mes, las personas adultas mayores como eufemísticamente se llama a los viejos y viejas.
Y aquí sí que vale esforzarse por analizar con perspectiva de género la situación social de hombres y mujeres. De entrada uno de los pocos indicadores en que ellas los superan es la expectativa de vida siendo mayor para las mujeres (67,91 años) que para los hombres (62,27 años). Esto aunque el presidente actual dice que esta ha subido súbitamente a 74 años y nada menos que gracias a sus políticas, le faltó decir que fue a pesar del “golpe de estado”, el imperialismo, la pandemia y la globalización, uf.
Hay que tener paciencia. También se sabe que la longevidad viene acompañada de múltiples enfermedades crónicas, dolencias y discapacidades, que no se pueden aliviar con bajos ingresos en un contexto donde las cajas de salud y los hospitales públicos no tienen ni siquiera para medicamentos esenciales.
Sabemos gracias a un estudio del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), que midió la distribución del tiempo laboral y no laboral en los hogares que: “Las diferencias por sexo muestran que los hombres participan en mayor proporción que las mujeres en el trabajo remunerado –55 y 45, respectivamente– y por más tiempo, con una brecha de 1:53 horas. En cambio, una mayor proporción de mujeres realiza trabajo no remunerado y por un tiempo que duplica el promedio de los hombres; es decir, que las mujeres le dedican en promedio 6:10 horas al trabajo no remunerado. Cada vez más mujeres salen al mercado laboral, pero la carga diaria del trabajo en el hogar no disminuye, como se podría esperar.
Por otro lado, la mayoría de las personas tienen trabajos precarios y mal remunerados, aunque ahí también están sobrerrepresentadas las mujeres. Esto quiere decir que cuando ellas llegan a la edad de jubilación, y después de largos años de haber criado maridos e hijos sin reconocimiento ni remuneración, es probable que los 350 bolivianos que reciben de renta Dignidad sean el único ingreso monetario regular y que sigan desempeñando con amor de “madre hay una sola” tareas de cuidado a sus parejas, hijos y nietos, algunos de los cuales andarán vendiendo chucherías para “aliviar el consumo”.
En los países donde los institutos de estadística miden sistemáticamente el uso del tiempo, como México, se puede estimar que el valor del trabajo no remunerado de las mujeres equivale al 26,3% del PIB nacional.
Para enfrentar esa gran inequidad, varios países han puesto en marcha políticas de conciliación, permisos parentales y sobre todo políticas de cuidado para adultos mayores, niñez y discapacitados, tratando de fomentar la redistribución del uso del tiempo en los hogares y en la vida laboral.
Uruguay cuenta desde hace años con ese tipo de políticas y Brasil es el último que ha aprobado hace unos días una ley para crear un sistema de cuidados. En algunas ciudades como Bogotá también se han implantado políticas de ese tipo. Sólo en Bolivia “no se oye padre”, aunque sus funcionarios van a cuanto seminario se organiza en el mundo.
Habría que hacer un ejercicio para ver cuánto de lo que se ha despilfarrado en obras fantasmas –solo el museo de Orinoca costó siete millones de dólares– en corrupción, sin mencionar la pérdida de riqueza por el daño ambiental, podría haber servido para que las mujeres puedan buscar trabajo y dejar a sus hijos y seres queridos en manos responsables.
Desafortunadamente estamos invadidas por un pensamiento único, que comparten los “mileicitos” con los masistas, en el sentido de que cada familia debe rascarse con sus propias uñas. Esto es que las mujeres sigan trabajando sin reconocimiento y que la única política social sea la distribución de bonos devaluados, parte del desbancado modelo de pensiones. Mientras no se promueva el trabajo digno, la renta seguirá siendo un parche.