Brújula Digital|04|07|21|
Como por arte de magia –y esta vez sin la participación del ministro de Justicia—se ha hecho visible el Vicepresidente del Estado coauspiciando, con Naciones Unidas, un seminario sobre experiencias para el reencuentro. No conozco los detalles del evento (y, como se sabe, en estos está el diablo), pero algo interesante se ha debido debatir si se pretenden impulsar un Proceso Nacional para el Reencuentro.
Hasta el ascenso del MAS al poder el país fue ejemplo en la región de procesos de concertación locales, sindicales y políticos, muchos exitosos, otros frustrados, pero que lograron evitar confrontaciones y alcanzar acuerdos viables para sostener y muchas veces mejorar el sistema democrático del país y la atención de demandas sectoriales y regionales.
Con el MAS en el poder todo cambió. En la medida en que sus dirigentes se creían (y aún muchos se siguen creyendo) los verdaderos y únicos representantes del “pueblo” (para los otros estaban los adjetivos descalificativos) decidieron que toda disidencia era intolerable. Ellos eran los portadores de la verdad y la eficiencia y los adversarios se convirtieron en enemigos a eliminar.
Así les fue, no sólo porque el pueblo boliviano no aguanta mucho, sino porque a falta de adversarios comenzaron las pugnas internas por espacios de poder que, como no tenían formas de resolución participativa, delegaron las decisiones sobre vidas y haciendas al presidente de las seis Federaciones del Trópico, presidente del MAS ISP y Presidente del Estado, ante quien todo honor era insuficiente.
De nada les valió derrota en el referendo constitucional de febrero de 2016, la caída de votos en las elecciones subnacionales y judiciales y, finalmente, los resultados de las elecciones de 2019 que los obligó a montar un monumental fraude que hastió a la gente.
Por varias razones que ahora no viene al caso analizar, en el limpio proceso electoral de 2020 el MAS obtuvo una contundente victoria sin el ex mandatario como candidato y con un mensaje conciliador. Pero, la sordera de los nuevos mandatarios hizo que esa recuperación cayera –y se me ocurre que irreversiblemente—en las elecciones subnacionales pasadas.
Probablemente el vicepresidente del Estado intuye ese creciente rechazo y a contramano de lo que hacen su presidente, el MAS y las autoridades, mantiene un discurso conciliador que, hasta ahora, es solo eso: discurso, y a medida que pasa el tiempo, el gobierno radicaliza la represión y hace de la ineficiencia un mérito y de la mentira su principal arma de acción.
Esa situación hace imposible emprender un proceso de encuentro, razón por lo que, al final de cuentas, la iniciativa vicepresidencial deja de ser una esperanza (como lo fue, por ejemplo, su discurso de posesión) y se suma a la salva de cohetes para disfrazar un proyecto de poder cada vez más autoritario.
La experiencia en el país y en el exterior muestra que para ingresar en un camino de encuentro mínimamente se requieren dos requisitos básicos y tres acuerdos. Los primeros, trabajar sobre la realidad y no sobre el relato que los hoy mandamases quisieran que sea, y detener la acción represiva en la que están empeñadas las actuales autoridades, violentado los derechos ciudadanos y los procedimientos legales vigentes.
Los acuerdos: una meta a la que se quiera arribar; el reconocimiento de las partes que participan en el proceso como interlocutores válidos y adoptar decisiones que comprometan a los participantes.
Mientras no se den esas condiciones mínimas, temo que el vicepresidente seguirá discurseando, y con esa actitud generando profunda frustración en quienes aún creen que tiene una vocación conciliadora.
Pero, no hay que olvidar que es tan peligroso jugar con esperanzas y sentimientos, como lo es jugar con fuego…
*Es periodista y escritor