Cuando el presidente Luis Arce anunció su declinación a la candidatura presidencial (cosa que aún está por confirmarse), muchos pitonisos salieron a gritar exultantes: “¡Se los dije!”. Y claro, con el alivio que les debió causar la noticia, dio la impresión de que esperaban entrañablemente que algo así sucediera para reafirmar su corazonada: el MAS nunca estuvo peleado.
A ver, pitonisos, que en el MAS estén procurando encontrar una salida casi desesperada para recuperar competitividad en la contienda electoral no significa que no hubo pelea; de hecho, fue tan encarnizada que solo así pudimos conocer muchas tropelías escandalosas que, de otra manera, jamás habrían salido a la luz. Para modelar un poco más las imprecisiones y salir de la profecía autocumplida (Merton), recordemos el plan original y ahí veremos si hubo o no pelea. En el año 2019, Evo Morales perpetró fraude electoral; el mismo fue certificado por la OEA y la Unión Europea a través de sus respectivas misiones de observación electoral; asimismo, técnicos bolivianos de distintas áreas corroboraron tal situación a través de peritajes detallados. El desenlace lo conocemos todos: Evo Morales renunció y huyó del país con dirección a México.
Después de su periplo mexicano, Morales se trasladó a Argentina, donde estableció su cuartel de operaciones y fue ahí donde él, personalmente, decidió que su sucesor fuera Luis Arce. La idea era simple: Arce le cuidaba el asiento temporalmente, le blanqueaba su situación jurídica (fraude) y le preparaba el camino para su retorno. La maquinaria masista convirtió el fraude en golpe e inició una dura persecución con presos políticos (Añez, Camacho, Pumari, etc.). ¿Pero se cumplió lo pactado? Pues no. Morales quiso fungir de presidente adjunto, designar ministros y tutelar el gobierno desde el partido, situación que nunca pudo lograr. El delfín se le rebeló, lo ignoró, le cerró todas las puertas, le reactivó sus procesos judiciales confinándolo en el Chapare y lo terminó de desplazar de la competencia electoral con el soporte de los autoprorrogados; vale decir, le hizo sentir todo el peso del poder, ese que un día Morales utilizó para aplastar a quien quiso.
¿Todavía piensan que fue una puesta en escena? Si la pelea fuera un show, como algunos sostienen y encima creen que tienen razón, hoy Morales sería el candidato indiscutible, Andrónico ni aparecería en la ecuación y Arce estaría abocado a instrumentalizar toda la maquinaria estatal en favor del jefazo. Nada de eso sucedió: el autócrata cocalero se quedó sin sigla, partido, jefatura y candidatura; fue literalmente despojado de todo. En esas condiciones, ¿creen que tiene ganas de llegar a un acuerdo por la unidad del pueblo y la preservación de la revolución? No obstante, Arce está devaluado y Evo desprestigiado, ambos son inviables, pero además, son los causantes de la debacle del país y el desplome de su propio partido; por eso, la implosión de los masistas, indistintamente de la facción a la que pertenezcan, se ha dado a la tarea de expresar públicamente su malestar y frustración contra Evo y Lucho.
Ahí yace la verdadera razón y necesidad de establecer un tendido de vasos comunicantes entre las distintas facciones del MAS. De hecho, Andrónico fue explícito: “...nos unimos o nos vamos a la cárcel”. ¿No es acaso esa una confesión? Por tanto, aquí no se trata de afirmar: ¡se los dije!, no, señores, los que sostienen esa historieta ven lo que quieren y quieren acomodar convenientemente una simple corazonada.
Sin embargo, más allá de lo evidente, ¿la disputa es irreversible? Ahí radica el núcleo del asunto. Lo que podría estar sucediendo es que la pelea encarnizada podría ser superada por un bien mayor: preservar el poder, pero sobre todo, ocultar una inconmensurable cantidad de hechos muy probablemente delictivos.
Para eso, es imperativo mantener el status quo. En este contexto, vale la pena hacer una analogía con el Ecuador. Cuando el presidente Daniel Noboa decidió combatir el crimen, hasta su vida peligró y aún peligra. Era previsible: el crimen organizado hizo de ese país su centro de acción, sigue operando a sus anchas, está coludido con la administración de justicia, policía, Fuerzas Armadas, instituciones estatales, medios de comunicación y un largo etcétera. ¿Se dan cuenta de qué complicado es dimensionar la magnitud del monstruo inserto en casi todas las instituciones del Estado?
Volvamos a casa. El peligro de que en Bolivia estén operando organizaciones criminales transnacionales no es una ficción, y si alguien decide combatirlas, no cabe duda de que sentirá una avalancha de ataques de gran escala, cuya contención quizás no pueda ser neutralizada con efectividad por las fundadas sospechas de que las instituciones podrían estar seriamente penetradas por el crimen organizado. La cosa, por tanto, es mucho más grande de lo que imaginamos. En realidad, no alcanzamos a divisar ni una minúscula parte de este complejo entramado, cuyos tentáculos están extendidos en toda Latinoamérica.
En síntesis, la pelea fratricida sigue vigente, los enconos e inquinas están a flor de piel, pero un punto de intersección no está descartado, no solo por preservar el poder, sino sobre todo, para cerrar todos los candados a 20 años de impunidad. En esas condiciones, ¿es posible derrotar al monstruo? Definitivamente sí. De hecho, los actores del momento saben muy bien lo que tienen que hacer. La pregunta es: ¿por qué no lo hacen?
Franklin Pareja es cientista político.