Un día cualquiera, un “padre”, por mérito propio o azares de la vida (me inclino más por la segunda situación), sin esperarlo, tampoco merecerlo y casi sorpresivamente, es contratado por una empresa muy próspera (Estado) y aparentemente sostenible (bonanza). La supuesta sostenibilidad estaría condicionada a la forma en cómo se gestiona (eficiencia) en la perspectiva de hacerla cada vez más fuerte (productiva), y, por ende, capaz de resistir los embates adversos (ciclos económicos).
De pronto, papá, viéndose en la posibilidad de satisfacer las necesidades de su hogar y de sus tres hijos, en acuerdo con mamá (justicia), deciden proveerles salud, educación, techo y alimentación en los centros más costosos (fatuos). Sin embargo, como las cosas mejoraron exponencialmente, también decidieron satisfacer otras cuestiones que podrían resultar banales, extravagantes e innecesarias (despilfarro); sobre todo, ahora que sienten que pueden. Total, si el sueldazo y los ingresos extras (corrupción) resisten, ¿por qué no comprarles a los hijos uno o dos autos “per cápita”? Qué más da, que viajen a cuanto festival quieran, la vida pasa rápido, “lo bailado, no te lo quita nadie”. Diviértanse a rabiar, no serán jóvenes toda la vida. Y así, los retoños internalizan sin mucho esfuerzo (improductividad) la nueva realidad: hay plata (superávit), lo que falta es gastar (no ahorrar).
Pasa el tiempo y la empresa quiebra (insostenible), pero no se cierra (déficit). Papá recibe una noticia fatal: su sueldazo se acabó, los ingresos extras también empiezan a menguar. Tendrá que sufrir un 50% de recorte; no obstante, tiene que agradecer que al menos todavía tiene pega. Claramente, cuando llueve, moja a todos (crisis), sí, moja a todos, al menos en el mundo del sentido común. Pero papá decide que el fatal recorte de su sueldazo y la extinción de los incentivos (coimas) no pueden afectar a sus cachorros (dirigentes). Le parte el alma quitarles la fiesta (prebendas). Aún no conocen un casino en Las Vegas y mucho menos el Love Parade en Berlín. ¡Qué crueldad privarles de su próxima francachela en el October Fest en Múnich! Claro, ni pensar que vayan a una esmirriada fiestita local. Ah, además, llega Carnaval, y como la vida es un eterno carnaval, aquí cerquita está Río de Janeiro.
Papá sabe que su sueldito y los mermados incentivos no resistirán mucho tiempo, pero como desde fuera lo ven gastador, que tiene autazos en el garaje y unas cuantas casonas, de momento no faltan quienes creen en su solvencia (apariencia), y le prestan platita sin mucha dificultad (créditos). De esta forma, mantiene la fiesta de sus vástagos y la suya propia.
Pero un buen día, los acreedores ven que papá es insolvente y podría no honrar sus deudas (default), y deciden no prestarle ni un centavo más. Además, se presentan en su casa para presionarle “cariñosamente” (condiciones). ¿Es el fin? ¡Qué va!, papá exclama con firmeza y seguridad: “¿Acaso no ven que estoy bien? ¡Soy el ejemplo y la envidia de todos!” (negacionismo).
Papá sabe que aún tiene ahorros (reservas) y propiedades (oro). Ahí está la gran solución. Así que, como dijo el célebre Charles Aznavour: “El show debe continuar”. Dicho esto, a seguir con todo, “los valientes mueren de pie” (Sinatra, 1965). Hay que echar mano de los ahorros, total, ¿para qué ahorra uno en la vida, si no es para cuando llegan las vacas flacas?
Pero como no hay ahorros que aguanten “ad infinitum”, y si los gastos son cada vez mayores a los ingresos (déficit), no queda otra que vender las joyas de la familia (oro). A papá, eso le dará un tiempo más de respiro (estabilidad). Pero al ritmo del gasto veleidoso y suntuario de los críos (militancia), no hay casitas ni autitos que aguanten (reservas). Papá, muy tardíamente, finalmente empieza a preocuparse: ya no le prestan dinero, desapareció la platita (dólares), ya casi no tiene bienes (oro), y todavía falta mucho que gastar (subvenciones), porque los chiquillos tienen muchos amigos acostumbrados a la buena vida, pero sin trabajar (militancia).
Un día, papá, estresado y al límite, decide poner las cosas en orden (ajustes). Obviamente, se ve obligado a dar la mala noticia de que la fiesta no puede continuar (realidad). Súbitamente elimina los gastos superfluos y se da cuenta de que eso supone más del 40% (gasto público). Lo peor de todo es que sus hijos se indignan (pérdida de popularidad), no comprenden lo que papá les dice y hace (credibilidad). Se acostumbraron a la vida fácil, pese a haber tenido todo y en abundancia; son unos vagos, exigentes y sin oficio (sistema educativo), además, con serios problemas por la mala vida (sistema de salud).
Papá se da cuenta de que no hizo de sus hijos personas independientes y autosuficientes (productividad), no se prepararon (competitividad) y tampoco aprovecharon sus años mozos (inversión). Además, ya no son tan changos (obsolescencia).
Lamentablemente, cuando la desgracia llega, llega con todo: papá se quedó sin trabajo, con deudas imposibles de pagar (default), sin ahorros, hijos sin oficio y paupérrima salud (estado de situación). Tuvo todo, no logró casi nada. Sus hijos siguen siendo unos ineptos, enlodados en la mediocridad y corrupción (subdesarrollo), pero lo bailado no se lo quitará nadie. La empresa cerró (fin de la bonanza), aguantó todo lo que pudo, pero terminó desmantelada, porque también tuvo que mantener la fiesta estoicamente hasta donde pudo (modelo económico).
El panorama es desolador, pero como la esperanza es lo último que se pierde, un buen día de esos, papá recibe la noticia de que aún existe una costra salina milagrosa, repleta de oro blanco (litio). Eso supondría que una buena platita estaría por llegarle del cielo, además con un gran incentivo (corrupción). Parece una luz al final del túnel: todos se irán al cadalso, pero al menos él se irá con las alforjas llenas, él y sus retoños acostumbrados a la abundancia sin trabajar. La pregunta es: ¿habrá aprendido las lecciones del camino a la bancarrota? O dirá simplemente: ¡que no pare la fiesta!
Franklin Pareja es politólogo.