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11/04/2022
Posición Adelantada

Schelling y la titánica pelea cultural

Antonio Saravia
Antonio Saravia

Thomas Schelling, premio Nobel de economía, introdujo la idea de los puntos focales en su famoso libro La Estrategia del Conflicto, publicado en 1960. Un punto focal, o punto Schelling, como se le dice ahora en la jerga, es la solución a un problema que la gente tiende a usar si no existe coordinación previa ni comunicación entre las partes. El ejemplo más citado es el del encuentro en Nueva York. Thomas Schelling cuenta que le hizo la siguiente pregunta a un grupo de estudiantes: si tienes que encontrarte hoy con una persona que no conoces en la ciudad de Nueva York, pero no existe un acuerdo previo ni puedes comunicarte con ella, ¿dónde y a qué hora asistirías al encuentro? La pregunta parece imposible. La consigna es generar coordinación de forma espontánea, pero hay millones de diferentes lugares, y 1.440 diferentes minutos en un día, en los que ese encuentro podría darse. Sorprendentemente, sin embargo, la coordinación espontánea emerge por el uso intuitivo de un punto focal. Schelling encuentra que la respuesta más común a su pregunta es que el estudiante acudiría al encuentro en el mostrador de informaciones de la Terminal Central exactamente al mediodía.

Thomas Schelling explica que la Terminal Central, y el mediodía, se convierten en puntos focales porque poseen características únicas reconocidas por los jugadores. El mostrador de informaciones de la Terminal Central tiene una larga tradición como punto de encuentro en Nueva York y las doce del mediodía dividen el día entre mañana y tarde. Los puntos focales actúan, entonces, como una profecía autocumplida. Los jugadores los eligen porque piensan que los demás también los elegirán y esta acción confirma su presunción inicial.

Es importante enfatizar que, para generar puntos Schelling, las características únicas de los mismos deben ser reconocidas por los jugadores. Imagínese que le proponemos a dos personas el siguiente juego: observen la siguiente secuencia de números y escojan uno de forma independiente [2, 5, 9, 25, 69, 73, 82, 96, 100, 126 y 150]; si escogen el mismo número, cada uno tendrá una recompensa monetaria; si escogen números distintos, no ganarán nada. Como explica el economista David Friedman, si las dos personas jugando este juego son matemáticos, probablemente escogerán el número 2 porque este tiene características únicas que ambos conocen: es el único número primo par. Si los jugadores no son matemáticos, probablemente escojan el 100 porque es un número “redondo” o porque está asociado con una nota perfecta en el colegio. Para los matemáticos, sin embargo, el 100 puede no tener mucho de especial ya que en la serie existen otros dos números que son cuadrados perfectos. La moraleja del ejemplo es que los jugadores no escogen el punto focal que más les guste o les parezca “correcto,” “bueno” o “moral,” sino aquel que creen que será el que los otros jugadores escogerán. Y eso depende de la educación, la cultura, los valores sociales y el sentido común de los jugadores.

Los puntos Schelling son una muy buena forma de pensar los muchos problemas económicos y sociales que enfrenta un país como el nuestro. ¿Dónde están nuestros puntos Schelling? ¿Qué escoge el ciudadano común, o el votante medio, cuando se plantean soluciones a nuestros grandes problemas? ¿Dónde está lo que los cientistas políticos llaman la “opinión pública”? Estas preguntas son importantísimas. Si nuestros puntos Schelling producen resultados subóptimos podemos generar trampas de coordinación de las que será muy difícil salir. No solo que los ciudadanos tenderán a converger a estos equilibrios, sino que los políticos que quieran ganar elecciones basarán sus ofertas electorales en ellos, aun si los reconocen como subóptimos.

Un claro ejemplo de un punto Schelling que conduce a una trampa de suboptimalidad es la percepción mayoritaria sobre nuestro sistema educativo. La educación pública en Bolivia ha sido siempre un desastre. ¿O puede usted nombrar algún período de nuestra historia en la que fue eficiente y de calidad? ¿Existe acaso un solo indicador educativo en el que a Bolivia le vaya bien? La educación pública fue y sigue siendo espantosa en términos académicos, de infraestructura, de tecnología y de eficiencia administrativa. El sistema es, además, rehén de un sindicato de maestros trotskistas que se reparte el botín y adoctrina a los estudiantes. Pero pese a toda esa evidencia, el punto Schelling sobre qué se debe hacer con la educación en el país está muy lejos de proponer su privatización (apoyada con vouchers si se quiere) y la enseñanza como profesión libre. Aun si admitimos en nuestro fuero interno que la educación pública no produce buenos resultados precisamente porque es pública, no nos animamos a decirlo abiertamente porque no queremos navegar contra la corriente. Aquel que se anime a hacerlo seguramente escuchará las consabidas frases: “la privatización en Bolivia es mala palabra,” “si propones eso nadie votará por ti” o “nuestra gente no está preparada para ese shock.” Todas esas reacciones confirman que el punto Schelling sigue siendo pensar que la educación tiene que seguir en manos del Estado y que solo hace falta elegir a los políticos adecuados. Conscientes de ello, los partidos políticos no proponen reformas estructurales serias y llevamos décadas entrampados en un círculo vicioso.

Otros ejemplos de puntos Schelling subóptimos incluyen nuestra percepción sobre el contrabando o las regulaciones laborales. Aun cuando cada uno de nosotros se beneficia enormemente con las opciones y precios bajos que trae el contrabando, si nos preguntan por él diremos inmediatamente que es malo y debe ser perseguido. Es entendible, más no justificable, que las empresas locales quieran eliminar la competencia del contrabando, pero es incomprensible que los consumidores de bienes de contrabando opinen lo mismo. La explicación tiene que ver, otra vez, con el punto Schelling: la gente escoge opinar lo que piensa que el resto de la sociedad espera que opine. Lo mismo con las regulaciones laborales como el salario mínimo o los beneficios sociales. Todos sabemos que cuando estos se incrementan los empresarios contratan menos y nos quedamos sin trabajo formal. De hecho, muchos trabajadores le piden explícitamente a la empresa que no los contraten formalmente para evitar todos esos pagos, pero que los contraten de alguna forma. Por eso en Bolivia la mayoría de los trabajadores son informales o “consultores.” Y, aun así, si le preguntamos a la gente sobre el salario mínimo, la gran mayoría dirá que es bueno, que es una “conquista social” y que hay que aumentarlo.

El objetivo de una opción política seria que quiera un cambio profundo para el país es mover estos puntos Schelling subóptimos. El trabajo es, por lo tanto, titánico. No se trata solamente de escoger un candidato “que arrastre” o de hacer una buena campaña electoral. La pelea es cultural, educativa y de largo aliento. Se trata de convencer y enamorar a la gente con la idea de que la libertad y el empequeñecimiento del Estado son objetivos morales que generan desarrollo.

Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)



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