Nos encontramos en la octava de
Pentecostés. Este próximo domingo se celebra la Santísima Trinidad. Durante
estos días, no está demás meditar los siete dones impartidos por el Espíritu
Santo a los apóstoles que aguardaban su llegada. El cambio en las vidas de estos
apóstoles fue radical. El Espíritu Santo los confirmó en la fe, los llenó de
luz, de fortaleza, de caridad y de la abundancia de todos sus dones.
Hoy, muchos no logran ni apreciar los dones del Espíritu Santo: Temor de Dios, Fortaleza, Piedad, Consejo, Ciencia, Entendimiento y Sabiduría. En muchos más casos, no se comprende claramente qué implica cada don. De hecho, uno que me costó entender y no fue hasta una explicación sencilla de una buena catequesis, es el del Temor de Dios.
Cuando dejamos que estos dones obren en nuestra vida, surgirán los frutos: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fe, Modestia, Continencia, Castidad.
Gozo y paz, son de entrada frutos que hoy son muy escasos de percibir en la gente con la que uno cruza camino. Menos la bondad o paciencia, donde ahora es más fácil saltar por cualquier cosa o sentirse ofendido hasta de una vocal. Y ni hablemos de la Castidad, hoy ridiculizada por la “liberación del cuerpo” o lo que muchos tildan de “necesidad”.
En enero de 2020, tuve la dicha de poder asistir a un retiro espiritual que si bien duró solo una semana, se realizó con los ejercicios espirituales de San Ignacio. En los ejercicios que corresponden a la segunda semana, donde se contempla y medita la Realeza de Cristo y su llamamiento, el sacerdote, explicó que justamente el don de Sabiduría, nos permite degustar las cosas de Dios.
La raíz etimológica de sabiduría es Sapere, que también está relacionada a la palabra sabor. La RAE, define la palabra sabor como una impresión que produce una reacción en el ánimo. También se relaciona al gusto o voluntad y deseo de alguien. Por esta razón, se asocia la sabiduría con un placer intelectual donde se utilizan los sentidos.
Este don reside en la voluntad y el entendimiento. No es una sabiduría sólo especulativa, pero también práctica, ya que a este don pertenece primero la contemplación de lo divino, que es la visión de los principios y en segundo lugar está el dirigir los actos humanos según razones divinas. De ahí, que los santos hicieron las cosas de una manera distinta a nosotros y hoy es complicado pensar en una Santa Catalina de Siena, que limpió las heridas de enfermos de una manera que no cualquiera hubiera hecho. Pero ella vivía en constante contemplación y saboreando a Dios.
El otro don que me costó entenderlo, quizás por la clásica frase que nos lanzan los que se apegan al mundo, de que creemos en Dios por temor a la represalia (la condena eterna). Sin embargo, el temor de Dios, es el temor a lastimar el Amor que nos da, a traicionar esa relación Padre - hijo, que nos regaló a través del sacrificio de Su Hijo, Jesucristo.
No sé ustedes, pero la vez que mentí a mis padres para cubrir alguna metida de pata, realmente me dolió y me dio vergüenza traicionar su cariño por una tontería pasajera. Pero para entender mejor este don, es necesario despojarse del orgullo, ese gustito porque nos reconozcan, nos lancen flores y aplaudan.
Estamos en tiempos revueltos. Muchos buscan ser aplaudidos y la vanagloria personal. La paciencia se agotó, la bondad se ha reducido solo a animales y la ira reina en muchos hogares, donde no hay temor de Dios y la violencia impera.
Hoy hay más urgencia porque se use una vocal para no “ofender” a ciertas personas, la vida ha llegado a ser considerada nada ante la evidencia hasta científica. Cuánta diferencia haría tener las catequesis de antaño, que nos permitirían saborear las cosas de Dios y alentarnos a buscar esa santidad, que no es más que buscar ser perfectos, como el Padre lo es. Nuestra vocación bautismal constituye para todos los cristianos una rigurosa prescripción de trabajar en este perfecto florecimiento de la vida de Cristo en nuestro cotidiano. ¿Difícil? Sí, pero para ello nos fue enviado el Espíritu Santo y sus dones.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología