La democracia boliviana está saliendo de un largo ciclo de populismo autoritario, uno de cuyos fundamentos fue la articulación-mediación del régimen con la sociedad boliviana en su porción que actua de modo corporativista, a través del caudillismo, la invención del “pueblo” como superior a la ciudadanía general; la prebenda y la corrupción,
Como herencia de ese populismo, gran parte de ese corporativismo quedó vivito y coleando, como lo muestran los resultados electorales imprevistos.
Es en esa sociedad, en la que se instala el gobierno electo de Paz Pereira y Lara. Y, entonces, cabe preguntarse ¿cuál es el nuevo esquema de articulación con los aun candentes sectores populares organizados?
Aquí planteamos, entonces, que la crisis temprana detectada se refiere, mas allá de los rasgos individuales de alta inestabilidad personal de Lara, a las ideas claras que se debe tener sobre cuál es la nueva relación del gobierno nacional con las organizaciones sociales, a las que no es suficiente con decirles “no vamos a cogobernar con ustedes”.
Y, al parecer, la transición hacia el nuevo ciclo debe pasar por resolver este crucial tema de las nuevas formas de relación o articulación del gobierno con las organizaciones sociales.
La muy prematura disputa entre Paz Pereira y Lara, que se agudizó a pocos días de la posesión, ha sorprendido a muchos analistas y ciudadanos. Sin embargo, no debería ocurrir tal si se entiende que al concluir el largo y profundo ciclo del populismo autoritario con el inicio otro ciclo resulta imprescindible (por las características de la vida sociopolítica boliviana) un prime momento de reacomodo y ajuste de cuentas con las fuerzas del ciclo que concluye.
En esta línea, las acciones del gobierno de Paz Pereira parecen buscar un nuevo orden institucional que ponga límites a los resabios heredados del populismo y que están, por el momento, al interior de un nuevo bloque de poder en conformación.
La reciente contradicción entre Paz Pereira y Lara se inscribe precisamente en este momento: es una pulseta clave para establecer una nueva relación más institucional y estatal entre el nuevo gobierno y la sociedad civil.
Para comprender la dinámica actual, el momento histórico anterior más semejante y, por ello, comparable, es el que se vivió en 1964, durante la transición del ciclo civil del MNR hacia el largo ciclo militar que inició con Barrientos Ortuño.
En ese viejo MNR del 64, cuya crisis interna se desarrolló entre enero y agosto de ese año, cada uno de sus líderes en pugna era un mediador social y tenía un pedazo (más grande o más pequeño) de la sociedad civil organizada y movilizada de ese entonces.
Pero el articulador clave era ya, sin duda, el dirigente minero de la poderosa COB, Juan Lechin, quien, desde 1952 y hasta el mismo 64, había logrado la figura del co-gobierno MNR-COB que pugnaba por ministerios y beneficios diversos para sus afiliados.
La disputa interna del MNR este 1964, entonces, fue una disputa de la viabilidad y proyección de las distintas mediaciones posibles (la de Paz, la de Lechin, etcétera)...
El 64, el proyecto de Víctor Paz era la continuidad, aunque agravada, del proceso estatal iniciado en 1952. Buscaba mantener la estructura de poder del MNR, a pesar de la grave pugna interna. Su principal desafío era su propia fragilidad frente a los liideres y mediaciones más radicales, como la que representaban Lechin con su sindicalismo minero influenciado por comunistas y trotskistas, y Hernán Siles y su civilismo de izquierda descontrolada.
Esta pugna interna parecía hacer imposible la convivencia pacífica de esas mediaciones dentro del amplio pero confrontado MNR.Y, en noviembre de 1964, a través de un golpe de Estado, el vicepresidente Barrientos, que era el mediador con el corporativismo militar del MNR, tomo el poder y excluyo a los demás articuladores, comenzando con su propio presidente que era el frágil Paz Estenssoro.
Ese momento, Lechin expresaba una potencial y real articulación autoritaria y poco confiable, basada en el enorme sindicalismo popular; mientras que Siles y los otros aparecían como articuladores menores que de todas maneras llevaban a la ingobernabilidad social.
En 2025, en la actual fase de transición orientada a salir de la crisis económica-politica-social y fortalecer la institucionalidad del Estado democrático, parece imprescindible iniciar el ajuste de cuentas con el populismo en el tiempo más corto posible.
La acuciante crisis económica exige urgentes medidas del gobierno (como el posible retiro de subvenciones), las cuales serán respaldadas por la ciudadanía urbana mayoritaria, pero rechazadas por el viejo corporativismo.
Se estiito que esta etapa debe concluir a más tardar entre diciembre y enero, antes de las elecciones subnacionales de marzo de 2026. Y, claro, en ese proceso, Lara no es Barrientos, sin duda, y carece de mando de tropa militar o policial, pues al parecer solo posee una "tropa social" imprecisa cuyo poder puede ser minimizado por la ciudadanía urbana movilizada que respaldó en gran medida a proyecto de cambio institucional y democrático de Paz Pereira. Asimismo, el contexto internacional parece desfavorecer cualquier acción neopopulista o de izquierda en el continente, abriéndole mas bien espacios para Paz Pereira.
Es claro que Lara no es Barrientos, ni en sus condiciones de poder ni en su entorno externo.
En el marco hasta aquí expuesto ¿es el vicepresidente Lara una posibilidad real de articulación renovada y democrática con las organizaciones sociales corporativistas del occidente del país, que en cierto porcentaje le dieron su voto; o es solo una reiteración de de la articulación caudillista, clientelar, prebendal y corrupta que utilizó el MAS-IPSP y que podría generar ingobernabilidad social en muy corto tiempo?
Así, entendiendo que Rodrigo no es Victor y Lara no es Barrientos, los siguientes días o semanas, deberá llegar una respuesta democrática que priorice la imprescindible estabilidad política para encarar la grave crisis multidimensional que nos dejó el populismo autoritario,
Carlos Hugo Laruta es sociólogo boliviano.