Son las ocho de la noche el 29 de abril de 2025. Algunas personas se reúnen en “La Casilda”, un rincón bohemio en el centro de la ciudad de Tarija. Las convoca algo inusual: la proyección de películas de “cine minero”.
Los antecedentes de estas películas y su exhibición están en la página de Facebook de la Cinemateca Boliviana: “Entre septiembre y diciembre de 1983, el centro minero de Telamayu (Atocha, Potosí) acogió el taller de Cine Minero. El taller fue una iniciativa conjunta entre la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y la Asociación Varan de Francia. Fue concebido como un proyecto piloto que allanaría el camino para una unidad permanente de producción cinematográfica para los sindicatos. Dieciséis jóvenes, hijos e hijas de mineros de todo el país, fueron formados en la realización de documentales (…). Las películas dejaron de circular a finales de los años 80 y se consideraron perdidas durante décadas. El presente proyecto de investigación accedió a los materiales originales del taller, conservados en los archivos de la Asociación Ateliers Varan y el Instituto Nacional del Audiovisual (INA) en París”.
En pocos minutos “La Casilda” se llena. Entre los asistentes están varios residentes de Telamayu, precisamente. Durante unos 70 minutos ven cuatro cortometrajes, de los 13 filmes que son en total: “El Tío de la mina”, del cineasta René Hurtado; “Todos Santos”, de Wilfredo Mamani; “Llacquiy huata/Triste año), de Magdaleno Nina, y “Carreras”, una realización colectiva.
De la mano de René Hurtado ingresamos a las galerías y chimeneas de interior mina sumergiéndonos, nunca mejor dicho, a la experiencia de los “hombres topo” que producían los ingresos más importantes del país. A sus afanes, angustias y creencias. A los secretos de sus vidas y de sus muertes siempre pendiendo de un hilo. Con un cierre maestro, la densa oscuridad es rasgada por pequeñas lucecitas. El “blanco o negro” es derrotado por el misterioso gris.
Después, Mamani nos transporta hasta la conmemoración de los muertos ante una “tumba”, desde sus preparativos, dentro de una casa y en el cementerio. Los une con los niños, adultos y jóvenes, haciendo que se contagien del llanto de las mujeres. Siempre las mujeres, más que los hombres. Ratifican la fuerza de la fe, las creencias y las costumbres de esta cultura, guste o no, de potente mestizaje. No quedan dudas sobre la unidad entre la resignada aceptación de la muerte y la apuesta por la vida. De todas maneras.
Magdaleno Nina nos confronta con un campo yermo abandonado a su suerte por la naturaleza impertérrita y la desatención de los humanos con poder. Lo pone contra el drama campesino que en voz del personaje principal remueve la conciencia con un mensaje dramático no sujeto a guion previo que hace volver la mirada a lo esencial. Equivale a que “no sólo de pan vive el hombre”. Las imágenes revelan una estética innata del cineasta cuya vida se truncó en un accidente de tránsito cuando apenas tenía 27 años. Su obra alcanza la belleza de la desolación.
El cierre es la carrera de cochecitos sin motor, uno por cada sindicato. Lanzados desde lo alto descienden sorteando las dificultades de un camino de tierra retorcido y serpenteante, provocando algarabía y gritos ante las maniobras de los diestros pilotos que dirigen los vehículos y los más diestros copilotos que contrapesan, aceleran y frenan desde sus segundos lugares, cuales reyes detrás del trono. Hay emoción y fiesta, celebración del riesgo por la intrepidez de quienes también ponen su pecho a las balas en los rajos de las minas para ganar el pan de cada día y en la lucha por la libertad y los derechos de todos, arriesgándose en las masacres.
Gran muestra la que trajo a Tarija Miguel Errazu, académico español y hombre de alta sensibilidad social y empatía personal, investigador a cargo del proyecto que quiere sacar del abismo del olvido uno de los productos de la epopeya cultural de la FSTMB desarrollada desde 1963 hasta 1986, al impulso de su asesor, Líber Forti, con el apoyo de muchos compañeros; entre ellos Juan Lechín Oquendo, Víctor López Arias y, hermanada en la solidaridad desde lejos, Elizabeth Burgos. Al final del proyecto, los 13 cortometrajes habrán sido restaurados y digitalizados, quedando para siempre en “la nube”, a disposición de todos en adelante. A salvo de la impostura de una historia parcial y/o mal contada.
Hoy la FSTMB, esa “organización matriz del pueblo boliviano”, con prestigio y alta legitimidad, no existe. Usurpada por siervos del poder, apesta. Como apestan los falsos “cooperativistas” mineros, millonarios depredadores de la naturaleza y la gente, abusivos que exigen más y más privilegios.
Las películas del “cine minero” son rescoldos de ese tiempo grandioso de lucha social verdadera, una de cuyas fuentes de inspiración era la promoción humana a través del arte. Que esos rescoldos se conviertan otra vez en una hoguera emancipadora, como lo hizo en los corazones de quienes las vimos la otra noche.
Gisela Derpic es abogada.