Siempre me he preguntado qué piensa ese
ciudadano serio que, en una entrevista o en una conferencia de prensa, declara
–solemnemente– que quiere postularse como candidato para la presidencia del
Estado Plurinacional de Bolivia. En estas últimas semanas, solo en Sucupira, ya
escuché a tres ilustres vecinos que han admitido públicamente que quieren ser
candidatos.
Voy a suponer que algunos son apenas globos de ensayo o la búsqueda de esos “15 minutos de fama”, frase que se popularizó a finales de los 60, gracias a una declaración atribuida al artista plástico Andy Warhol: “En el futuro, todos serán famosos mundialmente por 15 minutos”. Ese futuro –en esta era tiktokera, instagramera y exhibicionista– ha llegado. O para decirlo en términos vargasllosianos: en esta “civilización del espectáculo” el primer lugar en la tabla de valores vigentes lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. La cultura ha devenido en puro espectáculo, en mero entretenimiento para las masas. Así que ya tenemos candidatos que serán parte de este circo; y a estos, para tener la carpa llena, se les sumarán los perseverantes narcisistas y eternos aspirantes que ayudarán a dispersar los votos. No hace falta repetir sus nombres, ya deben estar impresos en la papeleta electoral.
Por lo que he escuchado, los discursos son similares, apestados de frases hechas y sin salir de los lugares comunes: “¿Están hartos de los políticos tradicionales con sus promesas vacías?”. “No tengo una estructura partidaria, pero ya aparecerá alguna sigla por ahí”. “Honestidad y trabajo serán mi diferencial”. “No es hora de las peroratas político-ideológicas, sino de la gestión técnica”. “¿Más de lo mismo? ¿hasta cuándo?”. “En el Bicentenario, el país necesita sangre joven y renovación”. “El futuro de Bolivia nace en el Oriente”. “¡Es hora de que un ciudadano capaz y preparado tome las riendas del país!”.
Supongo que muchos de ellos se lanzan a la aventura política siguiendo la inspiradora frase que John F. Kennedy pronunció en su discurso de investidura: “No pienses qué puede hacer tu país por ti. Piensa qué puedes hacer tú por tu país” (me gusta más en inglés: “Don’t ask what your country can do for you, ask what you can do for your country”). Y ahí los tenemos, lanzados anticipadamente a la turbulenta agua electoral, pataleando para aguantar y no hundirse, cuando falta más de un año para las elecciones nacionales.
Sin ningún plan de gobierno, sin estructuras políticas partidarias a nivel nacional, sin alianzas con movimientos sociales o grupos corporativos, sin propuestas novedosas ni alternativas que puedan enamorar al votante, ninguno de ellos alcanzará la orilla de la victoria, que se pierde en el horizonte, y por lo pronto, sigue siendo azul.
Según mis investigaciones, habría tres tipos de motivaciones para aspirar a ser candidato a una primera magistratura: las políticas, que tienen que ver con la ideología, la filosofía y la visión que se tiene para resolver los problemas de una sociedad; las motivaciones conscientes o semiconscientes que son pensadas por la persona, conversadas en su círculo familiar, social o laboral, y a veces incluso fantaseadas, sin llegar al plano público; y las motivaciones inconscientes, desconocidas hasta por el propio candidato, y que provienen de las zonas más primarias de nuestro cerebro y suelen girar en torno a los deseos de poder, dominio y jerarquía, un cierto oscuro y primitivo espíritu de manada que induce a generar liderazgos. Esta última motivación explica cómo aparecen nadadores estilo espalda, mirándose al ombligo y creyéndose los Phelps de la competencia.
En la orilla del frente está el candidato oficialista que irá a la reelección si logra que la economía no termine de ahogarlo antes de la mitad del próximo año. No tiene las agallas ni la fuerza personal, menos aún el arrastre popular, para tomar las medidas que hay que tomar y apenas anhela algo de oxígeno para sobrevivir este período. Los peces obtienen oxígeno del agua, pero cuando el agua no está bien aireada, se asfixian y mueren. Los malos resultados económicos en el bolsillo de la gente le quitan oxígeno a cualquier candidato.
Finalmente, está el piscicultor de tambaquí chapareño, obsesionado por volver al poder. Es tanto su trastorno y ofuscación que puede incendiar el país con tal de arrebatarle la candidatura oficial a quien fuera su cajero.
El panorama es sombrío y desolador. Los finales de ciclo son siempre así, turbios y convulsos. Abrigo la esperanza de que se calmen las aguas y sobrevivamos esta tempestad.
Alfonso Cortez es comunicador social.