Los modelos de desarrollo enfocados en la relación con la naturaleza y el medioambiente evolucionaron desde la modernidad en un proceso que pasó por cuatro miradas: la economicista, la del desarrollo humano, la del desarrollo con sostenibilidad y la del Vivir Bien. Todos vigentes en el mundo, aunque el último aún no se lo asume, salvo tímidamente en muy pocos lugares. En Bolivia no se lo comprende bien, y es aplicado por el partido de Gobierno únicamente en su discurso.
El modelo de desarrollo economicista asume que el bienestar de las personas tiene que ver casi exclusivamente con lo económico. Así son el liberalismo (A. Smith, 1776) y el socialismo (K. Marx, 1867). Ante la crítica de que el primero era demasiado injusto con el bienestar de todas las personas y que lo único que le importaba era que los capitalistas ganen la mayor cantidad de dinero posible, así sea a costa de la gente, el segundo planteaba apoderarse del Estado, apropiase de todos los aparatos de producción para que el gobierno sea el único empleador y, de ese modo, generar igualdad social, al dar empleo y beneficiar a todos por igual. El indicador de desarrollo del modelo economicista es el índice del Producto Interno Bruto (PIB). Se le objetó ser extremamente antropocentrista y, a pesar de ello, no contemplar otros ámbitos del desarrollo integral.
A la llegada de la era de los derechos humanos, ante las feroces luchas entre esos dos sistemas economicistas, surgió el modelo del Desarrollo Humano (A. Sen y PNUD, 1990). Este, superando la mirada puramente económica, incorpora además el desarrollo territorial y el social, considerando la integralidad de los derechos humanos. El indicador de desarrollo de este modelo es el Índice de Desarrollo Humano (IDH). La crítica a esta concepción es que, si bien ya es más integral, continúa siendo altamente antropocéntrica.
El mencionado paradigma evolucionó y surgió, casi simultáneamente, el modelo del Desarrollo Sostenible (H. Brundtland y ONU, 1987 y 2015). Dado que casi la totalidad de los insumos para la producción y para el desarrollo humano en general proviene de la naturaleza (ecodependencia), el modelo fija su atención en el cuidado del medioambiente y en la sostenibilidad del desarrollo. Propone, para que los insumos de la naturaleza no se terminen y para proteger al humano de su propia destrucción, que se reponga lo que se tala, que se críe y cultive alimentos en lugar de la caza y extracción de la naturaleza, y que se evite contaminar el aire, el agua, la tierra y el ambiente en general. La crítica a este modelo es que, pese a su enfoque de sostenibilidad, es todavía antropocentrista: lo ambiental es parte de los derechos humanos. Concibe que los seres humanos tienen derecho a un medioambiente sano y a que los demás seres vivos existan sólo para su beneficio, siendo únicamente recursos para ser explotados. Por eso se refiere a todo ello como “recursos naturales”. El modelo del Desarrollo Sostenible no tiene aún un indicador de calidad de vida como el PIB y el IDH.
Tras esas críticas, inspirado en las concepciones de muchos pueblos indígenas del mundo, surge el modelo del Vivir Bien. En este, ya no se concibe a la naturaleza como objeto, sino como sujeto. Por tanto, como portadora de derechos propios. Por esa razón se le asignó una denominación de sujeto: Madre Tierra, en traducción de Pachamama, Gaia y otros nombres que le daban los pueblos ancestrales del mundo.
El Vivir Bien es el equilibrio entre los derechos humanos y los de la naturaleza; el equilibrio entre el desarrollo humano integral y el desarrollo integral de los ecosistemas naturales. A diferencia de los derechos humanos que son individuales (aunque existen también los difusos y colectivos), los derechos de la naturaleza son de carácter colectivo. Es decir, quienes tienen derechos no son cada una de las especies vivientes, sino los ecosistemas naturales. Las especies pueden ser protegidas individualmente en la medida de su relación con el ecosistema del que forman parte.
En coherencia, la aplicación del Vivir Bien implica diseñar un sistema universal de los derechos de la naturaleza (en la ONU) y los sistemas continentales (en la OEA, etc.), así como existen para los derechos humanos. En los países, la incorporación de un catálogo de derechos de la naturaleza en las respectivas normas constitucionales, y la emisión de leyes que las desarrollen, así como sistemas de justicia para la defensa institucional y jurisdiccional de tales derechos, de forma separada de la de los derechos humanos. Así, si funciona una Defensoría del Pueblo, tendría que funcionar una Defensoría de la Naturaleza; si existen juzgados para la defensa de los derechos humanos, tendrían que existir otros para la defensa de los de la naturaleza, así como unidades de gestión ejecutiva y legislativa en los gobiernos.
Bolivia aún no aplica el modelo de calidad de vida del Vivir Bien, sino únicamente en el discurso, y en un tímido avance en lo abstracto. El país no contempla un catálogo de los derechos de la naturaleza en su Constitución. Sólo se incorpora al Vivir Bien como valor y principio (art. 8), pero no así en el desarrollo normativo. Si bien se emitieron dos leyes —la 300 de la Madre Tierra y la 071 de los Derechos de la Madre Tierra—, son poco claras y no se desarrollaron las garantías institucionales y jurisdiccionales para su cumplimiento. El diseño de esto es aún al estilo del desarrollo sostenible. Por eso, únicamente hay un Tribunal Agroambiental y unidades de medioambiente en los órganos ejecutivos, y comisiones similares en los órganos legislativos. El Vivir Bien en Bolivia es todavía un discurso, uno tan repetido en los periodos del presidente Evo Morales, que se convirtió básicamente en un cliché atribuido al MAS-IPSP. Aunque esto no fue al parecer óbice para que en las elecciones generales de 2020 la alianza Comunidad Ciudadana -de la oposición- use los colores del Vivir Bien (anaranjado, que representa a los derechos humanos, y el verde, que representa a los derechos de la naturaleza) como su emblema identitario.
Es necesario que Bolivia y el mundo, indistintamente de las posturas partidarias, avance de forma mucho más decidida en la implementación del Vivir Bien, empezando por su constitucionalización, además de su legislación efectiva y su concretización material. Así lo exige el propio planeta cada vez con mayor furor.
Carlos Bellott es Experto en organización y funcionamiento del Estado.