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De media cancha | 14/08/2024

¡Qué el referéndum y Dios me permitan acabar mi gestión!

Diego Ayo
Diego Ayo

El presidente quiere terminar su gestión en 2025, aunque el país, destruido y agotado, se desvanezca de a poco. ¿Cómo pretende lograrlo? ¡Agudizando su capacidad inventiva! Ya lo analizamos con cierto detalle: el desgraciado matrimonio de quiebre económico y político es la garantía del deceso final de un modelo. Lo vimos con los militares y Siles en la fase final del modelo estatista del 52, lo reiteramos con Goni/Mesa en la fase final del modelo neoliberal y lo tenemos enfrente con Evo/Arce en la fase final del “modelo comunitario”. No hay escapatoria. ¿Qué hicieron Siles y Mesa? Convocar a elecciones anticipadas. ¿Qué hace Arce? Hundir más el país alargando la agonía. ¿Cómo? La economía no la salva ya nadie siguiendo las coordenadas instituidas por el propio Arce en enero de 2006. ¿Qué le queda? La política. Resta henchir su pedantería en este frente.

Capítulo 1: buscó exhibirse como el nuevo Allende con un amago de golpe de dos lucas y 20 centavos. ¿Vergüenza? Sí, pero alargó la pesadumbre una semana. Capítulo 2: continuó el empeño político barnizando su gestión de esporádica legitimidad con la presencia de Lula alentando a sus cien empresarios/acompañantes a que sonrieran a Arce y, este, aturdido de gozo, los dejara transitar por nuestro territorio patrio con destino a los mercados de China. Capítulo 3: alineó a los opositores, o a una réplica bastante dañada de opositores, en un encuentro multipartidario para mentirles a gusto: “vamos a hacer las elecciones judiciales”. ¿Resultado? No se hicieron ni harán tales elecciones, sabiendo que el último y único aliado que le queda a Arce es el trucho Tribunal Constitucional prorroguista. Capítulo 4: nos hizo estremecer por breves instantes anunciando el descubrimiento de un fantástico pozo gasífero, el Mayaya, que reactivaría la economía y haría felices. ¿Cierto? Tan cierto como un billete de tres dólares.

En suma, ¿sirvieron estos capítulos de la novela para sacarnos del averno político y económico que vivimos? Claro que no. No hay chance alguno. ¿Qué podíamos esperar? Que los asesores de Gobierno y/o el mismísimo Lucho se mandaran el capítulo 5 con un propósito inobjetable: que sea un capítulo denso, ¡largo! ¿Qué cosita puede ser que permita prolongarnos algunos meses? A ver, a ver, ¡ya está! ¡Le metamos un referéndum! Propongamos la idea y ¡esperemos respuestas! ¿Tiempo de ese propósito inaugural? Final de agosto, más o menos. ¿Luego? Elaboremos las preguntas del referéndum. ¿Tiempo? Final de septiembre o mediados de octubre. ¿Y ahora? ¡Debatamos las preguntas! ¿Tiempo? Finales de noviembre o inicios de diciembre, sabiendo que ya en Navidad no debate ni Papá Noel. ¿Algo más? Pasemos a 2025 y fijemos la fecha definitiva de realización. ¿Tiempo? Marzo o abril. ¿Alguna yapa? Respondamos al debate mediático pre y post-referéndum. ¿Tiempo?: ya vamos acercándonos a mayo o junio. ¿Ultimita? Sí, concluyamos diciendo que nuestro modelo económico fue genial y que no es culpa de Arce que no nos pongamos de acuerdo en los resultados del referéndum. ¿Yapa de cierre? Claro, el perla se despedirá alertando a Bolivia sobre el “retorno de la derecha”.

Tres dudas. La primera: si el dólar se sigue disparando, este plan se cae en diciembre (o cerca de ese mes). La segunda: es evidente que la capacidad inventiva no se ha acabado con la propuesta del referéndum. ¡Estemos listos para alguna o algunas sagacidades políticas más que sirvan al propósito de seguir dilatando su destructiva gestión! La tercera: los referendos nunca sirvieron al propósito que se quería: recordemos el fracasado referéndum de Mesa en 2004. No decidió sobre la política hidrocarburífera, pero logró polarizar más al país. En el referéndum de 2009, se ratificó una Constitución aprobada en el Congreso, no fue siquiera aprobada en la misma asamblea constituyente. La ratificación del absurdo asambleario quedó consolidada. Y en 2016 la cosa quedó notoriamente burlada. El grandioso 21F que le dijo a Evo Morales “ya no más”, se archivó torpemente con la ayudita del Tribunal Constitucional y del Tribunal Electoral.

¿Hoy será diferente? Claro que no. Será igual o peor. Luisito ganará tiempo hasta la finalización de su gestión y, a la vez, se alejará del cargo legando un tiempo de mayor polarización. Un tiempo que ameritaba grandeza, política y moral, que nuestro in-grande mandatario no posee ni poseerá.

Diego Ayo es PhD en Ciencias Políticas.




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