Desde su incorporación
en el Tratado
de Maastricht en
1993, el principio precautorio ha sido constantemente referido como
fundamento de políticas, medidas y acciones
de las instituciones
de la Unión
Europea, con el objetivo de garantizar un nivel alto de protección del
medio ambiente, de la salud de las personas, animales y vegetales, así como de
los consumidores.
En algún mes durante el 2011, terminé de leer un libro titulado “Déjelos comer con precaución: cómo la política está socavando la revolución genética en la agricultura”. Algunas de las interrogantes que surgieron luego de concluir esta lectura, partían de la reflexión sobre qué sucede cuando los países en desarrollo tienen una población que demanda más alimentos y se busca usar menos plaguicidas. Es acaso, esta imposición de ONG europeas del principio precautorio ¿una “estrategia” para proteger su agricultura altamente subsidiada?
¿Cuántas décadas más de informes necesitan las ONG, cuyos miembros no producen alimento o que prefieren pagar un sobreprecio por una ideología alimentaria? Resulta jocoso que pidan tanta precaución para una tecnología que pasa un proceso de bioseguridad muy riguroso, proceso que las semillas “orgánicas” que ellos añoran, no pasa ni es requerido, siendo que estas semillas usan técnicas como la mutagénesis dirigida (con radiación o agentes químicos orgánicos) o técnicas que modifican arriba de los 3000 genes, y nunca se sabe que nuevas rutas metabólicas o que nuevas proteínas se genera a partir de esta ensalada genética.
No existe actividad alguna que realicemos que esté libre de riesgo. Los que lo tienen en un pedestal a este principio, tampoco consideran todo el mecanismo de bioseguridad que se aplica, precisamente para reducir esta incertidumbre de riesgo. Y cuando la ciencia no refleja una narración de su agrado, simplemente hay que pasar a negarla.
Sí se aplicara a rajatabla este principio, pues se debería iniciar con la actividad minera, tal cual es llevada en el país. No hablar de la hidrocarburífera o la madera y no olvidemos la del cultivo de coca. Todas ellas, causan graves daños al medio ambiente, pero no veremos los grandes lobbies de las ONG contra las mismas.
No hay peor cosa que elaborar normativa y políticas, desconectadas de la realidad. Los proponentes son los que no cultivan y que no les toca enfrentar las dificultades del campo. En el caso de la nueva moratoria que Perú estableció, hasta un grupo de chefs se unió al lobby de activistas, alegando que esto podría afectar su “mercado orgánico”.
El viejo refrán de “Zapatero a tus zapatos”, queda corto. La realidad es que así como en Bolivia hay betitos (maíz OGM cultivado de manera ilegal), en Perú hay maíz “pato”. Cultivado por muchos productores por ser “menos plagoso, menos costoso y más resistente a la falta de agua”.
La ironía, es que todos estos grupos “preocupados”, nunca activan proyectos para fortalecer bancos de germoplasma, o planes para elevar la demanda interna de variedades nativas. Poco o nada, importa que en Bolivia no se cultiven más de 10 variedades nativas.
Y es justamente, a través del uso de herramientas de la biotecnología, que se podría rescatar muchas variedades agrícolas, que hoy ya no se cultivan por ser vulnerables a plagas o variaciones de temperatura y precipitación.
Un apunte final. Un error común de estos grupos que solo nos frenan para implementar más ciencia y tecnología, es creer que la agricultura es algo “natural”. No lo es. El mejoramiento ha eliminado muchas de las características de las plantas nativas de nuestros cultivos, como las defensas anti-herbívoras (espinas, compuestos venenosos, etc.), largos períodos de maduración y respuestas al hacinamiento.
Por tanto, la mejor manera de mantener la diversidad de plantas de cultivo es a través de generar una demanda en el mercado por ellas, así como incorporar tecnología que permita su siembra y cosecha. Para terminar, felicito a los biotecnólogos en Kenia, que lograron que su yuca OGM haya sido aprobada para siembra y consumo. Al parecer, allá ya se liberaron del yugo de ONGs extranjeras y prefieren desarrollar su propia ciencia, de acuerdo a la realidad de sus productores.
Cecilia González Paredes M.Sc.
Especialista en Agrobiotecnología