Todavía no hay un solo candidato confirmado para las próximas elecciones nacionales, pero ya soplan vientos electorales y estos traen consigo, como es habitual, la preocupación por los planes de Gobierno. Nada más natural; y paradójico, habría que añadir. Natural porque se espera que contengan las respuestas a los grandes problemas que preocupan a la ciudadanía, pero paradójico porque los planes suelen contener más objetivos que pasos concretos para alcanzarlos, la mayor parte de los votantes no los lee, y entre quienes lo hacen, muy pocos pueden realmente evaluarlos.
La distinción entre entender y evaluar es aquí importante porque una cosa es entender lo dicho, para lo cual basta saber leer, y otra ser capaz de juzgar si esos planes contienen objetivos alcanzables, las medidas necesarias y factibles con los medios limitados con que cuenta el país, si son compatibles entre sí, etc.; pues para esto sería necesario saber más de economía, minería, educación, etc. de lo que sabemos la gran mayoría de los alfabetizados.
Sin embargo, esta dificultad técnica no resta importancia al proceso de elaborar y exponer dichos planes para que sirvan de base en las discusiones preelectorales. Es más, la necesidad de contar con ellos ya ha sido expuesta por analistas y otros actores interesados. La asociación de periodistas ha propuesto la obligatoriedad de debates entre candidatos y es de suponer que para eso los candidatos tendrán planes que respalden sus posiciones.
Seguramente se han publicado muchas ideas sobre los planes de Gobierno en este ciclo electoral, pero aquí me voy a referir solo a tres de ellas: las de Ronald MacLean, Rolando Morales y Enrique Velazco; cuyas opiniones siempre respeto, pero a veces no comparto. Los reúno en el análisis que sigue porque los tres adoptan, aunque desde diferentes perspectivas, la misma premisa sobre la selección de esos planes, como explico abajo.
MacLean propone (Brújula Digital, |23|04|24) una “candidatura construida al revés”, que “partiría de una propuesta técnica de consenso (PPP), que sería armonizada por profesionales de alto nivel y pondría a competir al mejor talento político (…) para su implementación”. Es decir, sugiere que es posible construir una propuesta basada en criterios técnicos, que logre el consenso; circunscrito, se sobrentiende, a los electores no masistas, pues la democracia de MacLean es una hemicracia.
Desde una perspectiva distinta, Morales en un libro reciente, “Bolivia mirando al futuro, Aportes para un plan de Gobierno”, propone “organizar concursos de propuestas de planes de Gobierno dos años antes de las elecciones bajo el patrocinio del TSE y del sistema de universidades”. Dice él que “la mejor definición (de democracia) es la que (se) plantea como un proceso libre y permanente de elaboración de propuestas (…) y el proceso de selección para lograr consensos”. Se supone que habrá criterios de premiación, que permitan elegir el mejor.
Velazco, a su vez, (Brújula Digital |04|07|24), plantea que “dada la complejidad y severidad (de) la esperada crisis, la agenda de los debates políticos sobre propuestas programáticas hacia las próximas elecciones debería enmarcarse en una reflexión previa –conducida por la sociedad civil–, en la que podamos definir, inicialmente, el ‘objetivo social compartido de desarrollo’ (…). En esta realidad (…), necesitamos un amplio proceso de reflexión social que permita generar los consensos básicos…”. Se infiere de su artículo que él ya tiene las bases para ese plan que responda al objetivo social por definir.
Al respecto, hago tres observaciones aplicables a los tres autores: A) sus propuestas implican serias dificultades de implementación, B) suponen que hay criterios para elaborar programas de Gobierno óptimos y C) creen en una democracia basada en consensos.
A. La propuesta de MacLean tiene la dificultad de saber quiénes formarán el grupo de “profesionales de alto nivel” que sugiere. Si serán sus amigos o habrá un comité que los nombre, el que a su vez será elegido por no se sabe quién. La de Morales tiene un problema similar con la selección del jurado para su concurso y, además, la dificultad de lograr el consenso de las universidades para su patrocinio, que supondrá al menos aprobar el jurado y los criterios de premiación.
No es menor el desafío de organizar la reflexión “conducida” por la sociedad civil que propone Velazco, ¿qué mecanismos de conducción tiene la sociedad civil como un todo para este propósito? Pareciera que ninguno de ellos ha pensado realmente en los aspectos prácticos de ejecución de sus propuestas.
B. Las tres propuestas suponen que es posible elaborar un plan de Gobierno óptimo que, basado en criterios técnicos, responda a las expectativas de la sociedad. Este objetivo es inalcanzable, en primer lugar, porque la sociedad no tiene expectativas únicas ni reconciliables; en segundo lugar, porque en la elaboración de un plan de Gobierno intervienen criterios no técnicos que no pueden ser resueltos a priori. La idea de los planes únicos presupone que todas las disyuntivas son técnicas. Esto es falso; las más importantes son políticas y no admiten respuestas únicas.
Un ejemplo: Morales se inclina por programas que tengan la solidaridad como ingrediente esencial, mientras que los libertarios, que desprecian la justicia social, son contrarios a ese tipo de consideración. La definición de políticas públicas está plagada de disyuntivas como esta: libertad o seguridad, presente o futuro, comunidad o individuo, capital humano o infraestructura, etc. Nunca hay recursos para todo y no es serio un plan de Gobierno que no explicite sus prioridades y sacrificios.
La idea de que es posible elaborar un plan óptimo, que responda de manera ideal a todas las expectativas, es similar a la de suponer que existe la perfección humana. El aguerrido extrovertido que gana batallas nunca será el tímido pensador que busca verdades. Menos mal; así hay lugar para todas las variantes de lo humano.
Y así como pasada la adolescencia las personas dejan de buscar príncipes azules, la madurez democrática viene con la aceptación de disyuntivas que no admiten soluciones sin sacrificios de priorización. Los candidatos deben proponerlos y cabe a la sociedad elegir entre ellos, no a técnicos ni a comités. No hay sabiduría que logre cuadrar el círculo.
C. Finalmente, la idea de que la democracia es un sistema político basado en consensos puede parecer muy atractiva en un mundo ideal. Consenso significa consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre grupos y creo que es el sentido que los tres autores le dan al término. Solo las pequeñas comunidades pueden funcionar basadas en la búsqueda de consensos. Una sociedad donde todos piensan igual –o no piensan– puede ser un cuartel o un convento, pero una sociedad democrática es la que es capaz de administrar pacíficamente diferencias irreconciliables de opinión y de intereses a través de mecanismos previamente acordados de priorización y decisión.
La idea de que es posible construir consensos va de la mano de la existencia de una voluntad popular que el ciudadano debe obedecer; idea que se remonta Rousseau, quien dice en su Contrato Social: “Quien se niegue a obedecer la voluntad general debe ser obligado por el conjunto de sus conciudadanos a hacerlo; lo que no es más que decir que puede ser necesario obligar a un hombre a ser libre”. Las implicaciones son sin duda complejas.
A diferencia de los autores citados, no creo que se deba perseguir consensos a como dé lugar, ni llevar a las elecciones candidatos ni planes únicos, sino una pluralidad de opciones para dejar que sea la sociedad la que decida mediante elecciones libres qué objetivos quiere priorizar y qué camino tomar. A pesar de todos los problemas que conllevan las decisiones colectivas, esa es la vía democrática; no la de búsqueda o imposición de consensos sintéticos.