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Emergencias y esperanzas | 20/09/2024

Polarización, narrativas, implosión y poder no compartido

Manuel Morales Álvarez
Manuel Morales Álvarez

Polarizar al país en torno a las dos alas del MAS y sus conflictos es una manera elocuente de constituirse en el centro de la vida política del país. Ya lo explicamos varias veces, mientras Luis Arce se parapeta en el Gobierno autoritario, Evo Morales se motoriza en las calles y el parlamento como oposición real, desplazando a la oposición parlamentaria a un “simple ruido” con cierta cobertura mediática, pero sin ninguna posibilidad de ser un eje de disputa del gobierno.

No existe una fuerza alternativa al MAS capaz de pelearle el escenario político en este tiempo preelectoral. Los partidos políticos con capacidad de candidatear son unas simples siglas, muchas de ellas es estado vegetativo. Los llamados candidatos emergentes no han cuajado en organización, cuadros ni programa. ¡Al parecer han abortado!

A nivel municipal, regional o departamental, no existe oposición. El voto opositor que llevó a algunos candidatos a ser electos alcaldes, concejales, gobernadores o asambleístas también se ha decantado en gobiernos locales o departamentales inmovilizados por las competencias constitucionales extremadamente centralizadas (privativas, exclusivas), sin posibilidades reales de ejercicio autonómico. Hay que reconocer, que en este proceso de subsunción el MAS ha sido muy hábil.

Entonces la polarización del MAS impone dos narrativas que buscan ampliar su radio de influencia a todo el tejido social e institucional. Por una parte, la narrativa del adelantamiento de elecciones, la renuncia de Luis Arce y la convocatoria a nuevas elecciones con la habilitación de Evo Morales como candidato presidencial del MAS lleva a la gente a las calles, permite tensionar o movilizar la estructura evista, le permite conocer los organizaciones files y sellar pactos, es una acumulación de fuerzas.

La otra narrativa acusa a Evo Morales de pretender “volver”, de ejecutar un plan orientado a dar un golpe, tensiona a todo el aparato del Estado, estimula a los que odian a Evo Morales a salir a las calles a bloquearlo o repudiarlo, dejando de lado la crisis económica y las responsabilidades del actual gobierno generador de inflación ascendente, devaluación del boliviano respecto al dólar y las monedas extranjeras en el mercado informal y paralelo; escases de divisas y de carburantes.

Esta polarización es implosiva, pero muy necesaria para el régimen masista. Porque en la coyuntura les permite a ambas alas acumular fuerzas y transformarse en referentes al ubicarse en bandos antagonistas.

Es una polarización implosiva porque el desgaste también es concomitante con la movilización y el choque de ambas fuerzas. Un sector importante de la población ve indiferente a los contendientes y expresa su rechazo a Evo Morales y Luis Arce por sus responsabilidades directas en la debacle económica, institucional y moral en la que nos encontramos como país.

“Aquí estoy, Evo. No me escaparé y si quieres solucionar un problema que tienes conmigo, porque no acepté ser títere tuyo, vente aquí, te espero y resolvamos ese problema”, fueron las palabras de Luis Arce en un discurso televisado este 16 de septiembre de 2024, previo al inicio de la marcha de Evo Morales desde Caracollo hacia la ciudad de La Paz. Esta declaración del Presidente es muy aleccionadora, porque demuestra que la pelea interna no es de orden ideológico, sino de relación jerárquica y uso del poder del Estado.

Es simple, Evo Morales se trasforma en enemigo del gobierno de Arce el día que se da cuenta que el gobierno de Luis Arce no estaría subordinado a sus designios, esto sucede bastante temprano en diciembre del 2020 cuando el gabinete de ministros debía acudir al Chapare a dar un informe de gestión y escuchar la evaluación y los cambios que debería atender Luis Arce. El viaje nunca se realizó y Luis Arce patentizaba que iba a actuar independientemente de Evo Morales y que el “poder no se comparte”.

El poder no se comparte, porque el mismo además de ser una función administrativa implica el acceso a los recursos económicos del Estado, es decir, es el mecanismo directo para recabar, invertir, gastar recursos y poder beneficiarse de la acumulación de capital estatal que se produce en Bolivia. Este beneficio incluye desde los salarios de los funcionarios públicos hasta la corrupción para el enriquecimiento ilícito.

En resumen, polarización, narrativas, implosión y poder no compartido son los elementos de la actual coyuntura.




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