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Posición Adelantada | 04/09/2023

Patiño vuelve a la carga: Un debate sobre solidaridad y libertad

Antonio Saravia
Antonio Saravia

El columnista Jorge Patiño ha vuelto a debatir conmigo a través de sus artículos de prensa (Brújula Digital 24/8). Agradezco la deferencia y encantado de ser parte de un nuevo round de ideas. Los intercambios con Jorge son siempre provechosos porque los gobierna el respeto y la consideración mutua.

Jorge está preocupado por la llegada del “capitalismo libertario” al país y ve en mí, y en Jaime Dunn, a las voces reconocibles de estas ideas. Discrepa completamente con mis postulados y se “espanta” de ellos porque considera que generarán una sociedad “falta de humanismo.”

Jorge empieza criticando la idea de libertad negativa (la ausencia de coacción o el derecho de poder hacer lo que queramos siempre y cuando no infrinjamos en el mismo derecho de otros) porque le parece que esta está reñida con la solidaridad. Pone como ejemplo al matrimonio: “quien se casa da un ejemplo de otra opción de libertad; la que implica sacrificios de la primera, pero viene con las compensaciones de poder construir más que estando solo.”

Yo creo que Jorge comete aquí un grave error. El matrimonio (al menos en la cultura occidental) es voluntario. Es decir, es una asociación entre adultos que deciden libremente establecer un contrato entre ellos. Ese contrato implica derechos y obligaciones, y los novios lo firman de buen agrado porque esperan mejorar sus vidas a través de él. Yo no pondría, entonces, al matrimonio como un ejemplo de solidaridad (créanme, nadie quiere casarse con alguien que lo hace solo por ser solidario), sino como un ejemplo de asociación libre que, al menos a priori, les mejora la vida a ambas partes. Lo mismo ocurre con un contrato de trabajo o la compra de un bien o servicio. Las asociaciones libres y voluntarias no están reñidas, entonces, con la libertad negativa. Es más, requieren de ella para poder concretarse. Ninguna asociación voluntaria y consensuada será posible si no somos libres de establecerla. Y al revés, ninguna asociación forzada u obligada (incluyendo el matrimonio en otras culturas) podrá ser fruto del ejercicio de nuestra libertad.

Pero ignoremos el mal ejemplo y volvamos al punto de fondo que Jorge quiere transmitir: “la opción de Saravia de sacrificar la solidaridad por la libertad es el extremo libertario.” Este falso dilema es uno de los errores fundamentales del estatismo. Como digo arriba, la solidaridad es voluntaria y, por lo tanto, requiere de libertad. No existe, por lo tanto, una contradicción entre estos dos valores. Si priorizamos la solidaridad, no podemos usar el poder del Estado para coaccionar a unos en ayuda de otros porque entonces la habremos eliminado. Jorge podrá argumentar que esta coacción es necesaria y se justifica utilitariamente al alcanzar ciertos objetivos deseables, pero no podrá llamarla nunca solidaridad porque viola su supuesto principal: la libertad. Uno tiene todo el derecho de pensar que la coacción es necesaria, pero debemos ser honestos intelectualmente y llamar al pan, pan, y al vino, vino.

Jorge dice que “la preocupación por los demás está ausente” de mi pensamiento. Falso de toda falsedad. Por supuesto que tengo esa preocupación. Lo que pasa es que tenemos dos diferencias importantes. La primera es que yo no estoy de acuerdo en ayudar a los demás coaccionando a otros. Yo sí prefiero la solidaridad. La segunda es que mis postulados y planteamientos, alejados del estatismo y la coacción, han logrado muchísimos mejores resultados ayudando a la gente a salir de la pobreza. Mi opción, el liberalismo, tiene un record supremamente mayor al socialismo o al estatismo en términos de generar desarrollo.

En lo que sí tiene razón Jorge es en afirmar que “la igualdad, ya lo ha aclarado Saravia, no está entre sus prioridades.” Por supuesto que no lo está. La igualdad de resultados es un despropósito inmoral. No podemos pretender que todos seamos iguales o tengamos las mismas cosas ignorando el esfuerzo, el mérito, la educación que recibimos de nuestros padres, nuestras disposiciones genéticas y sí, la suerte. Igualarnos a punta de coacción es inhumano y solo genera pobreza y maldad. La única igualdad que está en mis prioridades (y bien arriba) es la igualdad ante la ley.

A mí me parece que, en el fondo, Jorge aprecia la libertad, pero le cuesta respetar sus consecuencias. Critica, por ejemplo, la sociedad de emprendedores y no se imagina a la sociedad como “un casino social, donde todos los mayores salen cada mañana a cazar y desarrollar oportunidades.” Reclama, además, que mi modelo explique que pasa con “los pacatos que prefieren la estabilidad y los que optan por menesteres de menor impacto financiero inmediato…” Pues de eso se trata la vida Jorge. Cada uno de nosotros asume su libertad y decide qué hacer para ganarse el pan de cada día. Estas decisiones generan resultados que debemos asumir con responsabilidad. Y sí, la vida está llena de incertidumbre porque a nadie se le puede exigir comprar un determinado bien o servicio si esta decisión no lo beneficia. Cada mañana, entonces, debemos salir a tratar de proveer un producto o servicio que beneficie a los demás porque, de lo contrario, no podremos generar ingresos y cumplir nuestros objetivos. Garantizar un determinado resultado o ingreso a alguien que no asuma este riesgo y esta responsabilidad será solo posible coaccionando a los que sí lo hacen. Y, otra vez, eso no es solidaridad, sino coacción.

Y no, no es cierto que “solo la participación de un Estado” pueda premiar “la investigación o el arte que dan frutos una generación después.” El mundo está lleno de ejemplos de proyectos privados de educación e investigación. El arte, por su parte, es en su gran mayoría un bien producido de forma privada. ¿Que podríamos lograr más arte, más investigación y más deporte cobrando impuestos y dedicando esos recursos a esas actividades? Por supuesto que sí, pero ¿sería eso deseable? Como decía Bastiat, no veamos solo lo que pasa cuando un gobierno usa nuestros recursos, sino también lo que pudiera haber pasado si esos recursos los usábamos nosotros mismos. Dado que el gobierno es ineficiente por definición y no conoce nuestras preferencias, lo más probable es que nosotros hubiésemos usado mejor esos recursos. ¿Por qué pensamos que las decisiones de un grupo de políticos iluminados son mejores que las decisiones independientes y voluntarias de millones de personas?

Finalmente, Jorge se equivoca al pensar que “ese país de emprendedores creativos inmunes al riesgo solo existe en la leyenda…” Primero, por definición, un emprendedor no es nunca inmune al riesgo. El riesgo es su vocación natural. Segundo, Bolivia es ya un país de emprendedores, y de los más creativos. No es ninguna leyenda. Lo que Jorge no entiende es que ser emprendedor no garantiza éxito. Los bolivianos son emprendedores contra viento y marea y a algunos les va bien y a otros mal. La formalización de la actividad económica en Bolivia no es una panacea, pero es un objetivo importantísimo para hacerle la vida más fácil al emprendedor nacional y que este incremente sus probabilidades de ser exitoso. Esa es la única forma de generar desarrollo en el país.

Jorge se espanta de un modelo capitalista liberal porque considera que en ese modelo la gente gana dinero “sin mirar donde pisa.” Esto es absurdo. Uno no puede ganar dinero sostenidamente en el tiempo sin tratar bien a la gente. ¿Cómo puede una empresa mantener clientes si no los trata bien? ¿Cómo puede retener buenos trabajadores si no los trata bien? ¿Cómo puede vencer a la competencia si no ofrece un mejor producto a un mejor precio? El capitalismo liberal preserva la dignidad de la gente al garantizarle su libertad y respetarle su esfuerzo y su propiedad privada, nos hace amables con los demás porque solo así podremos avanzar en nuestros objetivos, y nos hace generosos porque somos libres de crear riqueza y compartirla solidariamente. La evidencia empírica es incontrastable, el capitalismo liberal ha sacado a millones de la pobreza en todo el mundo. Por todo esto, y sin lugar a ninguna duda, una sociedad capitalista tiene más dosis de humanismo que cualquier otra.

Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia).



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