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Sin embargo | 30/05/2025

Obsequios capciosos

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

A caballo regalado no se le mira los dientes, dice uno de nuestros refranes que más dilemas morales sutiles esconde, pero este y otros son parte de la sabiduría popular en la que solemos apoyar grandes y pequeñas decisiones sin mucho preguntarnos por sus implicaciones.

Esta cuestión de los regalos cuyos dientes no son tan blancos (en opinión de algunos) ha vuelto con el evento organizado por Marcelo Claure en Harvard para encontrar salidas a nuestra crisis. Así como lo sostuve cuando criticaron al empresario por contratar encuestas, creo que él tiene el derecho de hacer con su plata lo que en su opinión contribuya al bien del país.

Sin embargo, algunos han opinado que personas de cierto color no deberían haber aceptado ir a tal encuentro con todo pagado. No me queda claro si la crítica era a haber ido a Estados Unidos o a haber aceptado el obsequio de un capitalista. Da igual, porque me parece que ninguna de las críticas es válida. Sugerir que alguien no debería aceptar pasajes regalados para ir a Boston porque tiene la piel o la ideología de este o aquel color es una tontería.

No conozco la lista de los invitados, pero por noticias de prensa y fotos sueltas, me parece que la concurrencia fue de lo más diversa y con muy diversas motivaciones para haber ido. Estaban los candidatos, que tienen casi obligación de estar en estas cosas, aunque les aburra escuchar los discursos de sus adversarios, los expertos y políticos nacionales y extranjeros invitados a compartir sus propias experiencias, periodistas que cubrían el acontecimiento y, en fin, varios otros invitados silenciosos o alegres que quizá hayan ido a practicar su inglés o solo para aprovechar y conocer Harvard, sacarse fotos, hacer compras, etc.

Ninguna de esas motivaciones desmerece a nadie y cada uno habrá hecho su propio cálculo de si la obligación cumplida y el mal café que sirven en EEUU o el beneficio obtenido les ha compensado las horas de vuelo, los controles de seguridad, los tiempos de espera en salas de embarque e inmigración, etc. que hacen parte del vía crucis del viajero moderno.

Lo cierto es que no hay daño en financiar encuestas y encuentros. Todo lo contrario: hay beneficios para los turistas y los comensales y sobre todo para Claure, quien a punta de provocar atención mediática se está labrando un lugar en el espacio político nacional. ¿Si para el país hubo beneficio con este evento? Me inclino a pensar que no mucho. Ya hemos visto cientos de estos grandes encuentros dedicados a nuestros grandes problemas con la presencia de grandes personajes cuyos resultados tienden, a pesar de las grandes expectativas, a quedar en la saliva y las fotos. Al que no esté de acuerdo -por lo que se está publicando, veo que hay varios- lo desafío a que dentro de seis meses me muestre algún resultado concreto de este encuentro.

Repito: Claure puede hacer lo que quiera con su dinero, y si encuestas y grandes encuentros es todo lo que se le ocurre hacer por el país, la falta de imaginación no es pecado; si fuera, ya no habría lugar en el infierno.

Pero dejemos ahí a los invitados de Claure para analizar la cuestión general de si debemos ver la mano de quien nos hace un regalo antes de aceptarlo. Para sacudirnos de los detalles de este caso, consideremos el del regalo que más discusión ha provocado estas semanas: el magnífico avión, valuado en cientos de millones de dólares que Qatar ofreció al Gobierno de Estados Unidos y que, después de no mucha discusión y no pocas críticas, Donald Trump ordenó aceptar para su uso personal y posterior traspaso a la biblioteca presidencial al final de su mandato.

Es obvio que los dilemas que plantea este extraordinario regalo son muy distintos de los de un viaje a Boston y, de hecho, tienen un ángulo legal: la mayoría de los países establecen límites en el valor monetario que un presidente o funcionario puede aceptar. Hace no mucho, el expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se metió en problemas por no solo aceptar un valioso reloj, sino venderlo.

Cuando se trata de funcionarios públicos de cualquier rango, la razón de los límites y prohibiciones está siempre en la sospecha de que ese regalo se hace para influenciar posteriores decisiones. Pero quitémosle incluso esta sospecha para volver a la calidad de quien regala. Imagine mi lector que dirige una ONG dedicada a algún objetivo noble, digamos a combatir el hambre en el mundo, y recibe una oferta de donación de libre disponibilidad de un narco, del Ku Kux Klan, o de una organización cuyas acciones desprecia, ¿aceptaría la donación?

Relatan algunos biógrafos el efecto cautivante que puede tener acercarse a un personaje por su lado humano. Si esto puede suceder con un muerto, más intenso -o si se quiere, más peligroso- es el acercamiento a una de esas personas que se dice que tienen “magnetismo personal”; un charmeur, como se dice en francés. El pollito que se les acerque demasiado podrá creer que ha salido ileso, pero la charmeuse se ríe porque sabe que le ha dejado plantadas flechas de efecto retardado.

Los textos de persuasión listan entre las técnicas para lograrlo hacer un pequeño regalo, algo que haga que el obsequiado sienta una obligación que querrá después retribuir aceptando lo que se quiere obtener de él; es de rutina. En este nuestro caso, además del viaje pagado, sospecho que ese mágico “tú estás entre los elegidos” ha derretido más de un ego.

Hago estas disquisiciones sobre la naturaleza humana para recordar que el color de los dientes de un caballo regalado no siempre es irrelevante. Marcelo Claure quizá no sea un charmeur clásico, pero las fronteras entre los seres humanos son porosas y es difícil estar seguros de no haber sufrido influencias que nos cambien la opinión cuando nos acercamos mucho a alguien o cuando nos beneficia con un gesto que no hemos hecho nada para merecer.

Dicen que no hay cena gratis y será una lástima si alguno publica lo que ya pensaba antes del viaje y se sospecha de un cambio favorable. Habrá que confiar.



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