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Sin embargo | 30/08/2024

MAS, partido libertario

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

En mi columna de la semana pasada argumenté que, si bien se justifica criticar al Gobierno del MAS por sus múltiples tropiezos, no es correcto atribuirlos a su supuesto socialismo, que no pasa de palabras en sus sigla y discursos, y que sus fracasos deben ser atribuidos a sus incapacidad y venalidad. Aquí iré más lejos, mostrando que el MAS no solo no es socialista, sino que es el partido más libertario de los últimos tiempos. Verá el lector que no lo digo por decir.

Comencemos con un hecho incontestable: en los casi 18 años de gobiernos masistas ha habido un significativo crecimiento de la clase media y, si el índice de Gini no fuera suficiente para demostrarlo, basta pasearse por cualquiera de las ciudades del eje central –quizá en las otras también– para ver la profusión de autos detrás de cuyos volantes están personas que en otros tiempos habrían sido sus choferes y ahora son los orgullosos dueños. Y no hablo de petas viejas, que antes eran consideradas señal de pobreza, sino de toyotas, audis y mistubishis. Los hummers me parece que han desaparecido porque ya son considerados de mal gusto.

Ahora bien, ese crecimiento de la clase media no es el resultado de políticas públicas que tuvieran este objetivo, sino que es consecuencia de justamente aquello que los libertarios argumentan que es el motor del progreso económico de las naciones: dejar libre a la gente para comprar donde hay y vender donde falta, hacer bonito y vender mucho.

Este es el motto libertario, y es justamente lo que explica la mayor parte de las pequeñas y grandes fortunas que se han generado, por ejemplo, en El Alto. De hecho, es posible que yo esté ofendiendo a más de uno situándolos en la clase media, cuando ya son miembros de la clase más pudiente y de a poco se van haciendo socios de los mismos clubs y moviéndose a los mismos barrios. Es la nueva Bolivia que se integra.

Sin embargo, no termina ahí el proyecto libertario del MAS. Como es evidente, los dos gobiernos masistas se han encargado de destruir la Educación y la Salud, nombrando ministros incompetentes. Tanto es así, que en El Alto hay más escuelas privadas por cada 10.000 niños que en ninguna otra ciudad del país. La estrategia es conocida: destruir la educación fiscal para hacer que florezca la privada.

Si bien los atentados contra la Salud y Educación son aberrantes para un Gobierno que se dice socialista, la destrucción de la institucionalidad y la meritocracia en el Estado es general. No hay necesidad de dinamitar la Aduana si ya tiene más huecos que el Cerro Rico. Me parece que los libertarios, en lugar de criticar tanto al MAS, en consonancia con sus ideales anarcocapitalistas, deberían proponer que el MAS radicalice la destrucción del aparato estatal nombrando ministros aún más incompetentes. No se puede acabar con el aparato estatal de un plumazo –miren lo que le está costando a Milei– pero la solución masista de hacerlo inoperante es equivalente.

Nada es perfecto, pero sumando y restando, y siguiendo la frase bíblica de “por sus resultados los conoceréis”; este es uno de los gobiernos que más se alinea con las ideas de los libertarios. Me parece mezquino de parte de parte de ellos no reconocerlo.

Bueno, hasta aquí la provocación. Naturalmente, no creo que este Gobierno sea libertario ni socialista; nacionalista ni comunista. Los únicos “ismos” con los que ha sido consistente es el oportunismo y el cinismo. Sus bases no le piden más que slogans e inmediatismo, como es típico de las bases, pero sus líderes, del jefazo para abajo, son ignorantes en la materia o ya no parecen preocupados por mantener una fachada ideológica; excepto García Linera cuando hace sus presentaciones for export.

Por otro lado, la ausencia de una identificación ideológica y hasta una aversión a ella es un fenómeno más general de la actualidad. Hace 50 años la mayoría de las personas con algo de consciencia política se identificaba más fácilmente como izquierdista, comunista, trotskista o nacionalista. Unos pocos admitían que eran derechistas si el contexto lo permitía e incluso algunos descriteriados se ponían camisas pardas para expresar sus simpatías nacionalsocialistas. Es decir, la identificación ideológica como elemento de identidad era más extendida que ahora.

Hoy domina el “anti”; el antisocialismo, el antimperialismo, el antimasismo, el antifeminismo, etc. Desde un punto de vista sicológico, esto es natural. Es más fácil ser anti; criticar un día una cosa y otro día otra –siempre hay qué–, sin darse a la difícil tarea de hacer propuestas coherentes y factibles, de pasar al bando propositivo y exponerse a ser criticado.

Nuestra protocandidata más inteligente propone que la oposición se una no en torno a una visión de una nueva Bolivia, sino para “derrotar al MAS” y que no nos convirtamos en Nicaragua. Para huir del socialismo del siglo XXI nos ofrece volver a la burguesía del siglo XX. Cuéntame tus sueños, que para pesadillas tengo las mías.

Incluso los libertarios no se deciden si son liberales o libertarios. Dicen que abrazan la libertad como bandera grande, pero la que en realidad buscan es la de hacer negocios, mientras con la otra mano defienden un conservadurismo moral que atenta contras las libertades de las mujeres de disponer de su cuerpo, de ser lo que cada uno quiere ser, de elegir a quién y cómo amar, de leer lo que nos mueva el tablero, de vivir en un medio ambiente limpio, de no ser abusados por los más fuertes, etc.

Como fenómeno general, las grandes ideologías, las que se proponían cambiar el mundo (o conservarlo como estaba) están, al menos en Bolivia, de capa caída y las que van tomando los papeles en los debates son ideologías específicas, como el feminismo, el medio ambientalismo, el indigenismo, al animalismo. La lista no pretende ponerlas en el mismo nivel y menos despreciarlas. De hecho, la mayoría de estas se concentra en cuestiones importantes, que quizá sea más efectivo atacarlas por separado.

Defectuosas e inviables como eran, extraño las grandes ilusiones y las interminables discusiones que provocaban los dilemas sin solución de cómo arreglar el mundo. Quizá las ideologías se hayan ido para no volver y debamos acostumbrarnos al discurso intrascendente de los payasos populistas. Ni ganas dan de reír.




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