Brújula Digital se complace en darle la bienvenida a un nuevo columnista, el analista y cientista político Diego Ayo. Es un orgullo tenerlo en este espacio.
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Hay un virus que ataca desde hace ya algunos años, no sé cuántos, aunque sé, con absoluta certeza, que su epidémico efecto se manifestó hace 14 años. Es el virus de la simpleza. Es un mal que retrata con rigurosa excelencia académica don Daniel Innerarity, filósofo español empeñado en comprender qué cosas pueden estar mal en nuestra era.
¿La violencia? Sí, seguro que sí, pero no es lo peor. Imagínense ustedes este caso: un señor alto entra a una tienda de lámparas vienesas, quiere comprar una de ellas, pero hay otros dos señores, un tanto morenos (o muy morenos), que también las quieren. Discuten brevemente y cuando se dispone a comprarlas ocurre un ligero temblor que afloja la lámpara más grande del lugar cayendo sobre la cabeza del señor alto.
Resultado: muerto el caballero. Resultado 2: dos hombres (morenos) discutieron con un caballero y lo quisieron asaltar una vez que compró una hermosa lámpara, perforándole la cabeza de un golpe. Esta última versión vende. Da trabajo a los medios, que sacan coquetas fotos del occiso; da trabajo a los policías, que apresan a los “culpables” y, sobre todo, da justificación a los odiadores para seguir odiando: “ya ves, lo han matado esos desgraciados” (agregando algún epíteto racial en la acusación que usted, estimado lector, puede agregar a gusto). ¿Resultado final? Venció la simpleza. Lo simple ganando a lo justo.
Imagínense este razonamiento trepado a la política. Es devastador y da pie al surgimiento de los Evos, ramificados en toda la tierra asegurando que “los neoliberales son los culpables”. Al despedirse del poder soltó una frase que podría parecer intrascendente, pero que resume este raudal de simpleza: “dejo el poder para evitar que los racistas maten a mis hermanos”.
No importa en absoluto que hayamos podido votar por Félix Patzi para gobernador o por Soledad Chapetón para alcaldesa, ambos aymaras. No, no importa: lo que importa es recurrir a la simpleza y el asunto se entiende perfectamente. Incluso versados columnistas se mandan reflexiones atrapadas por este mal. Veamos el siguiente titular de El País de España de algún de los más conspicuos defensores del régimen masista: “Bolivia intensifica las acciones contra el partido de Evo Morales durante la cuarentena”. Es fantástico este artículo como ejemplo precisamente de lo burdo. No se menciona ni remotamente al narcotráfico en el Chapare, se menciona a la alcaldesa de Vinto casi como una heroína (ciertamente fue humillada a finales de 2019, lo que no significa que no atizó la violencia a favor de Evo Morales con uñas y dientes, algo que por supuesto el candoroso y propagandístico artículo no menciona) y hasta se finaliza ¡defendiendo a un activista digital del MAS (los famosos “guerreros digitales”) que difama día y noche!, pero que al autor le parece seguramente un pobre hombre atacado por el régimen.
Es un broche de oro a la simpleza: comenzó simple, siguió simple y concluyó simple. El motivo es claro: enlodar la imagen del gobierno actual y que lo entendamos así. Sin remilgos. Dejar en claro que lo que tenemos enfrente es una dictadura que ataca a los hermanos cocaleros, a la valiente alcaldesa y al pobre muchacho informático. ¿Basura? No, simpleza. He ahí la magia de este tipo de reflexiones.
En nuestros días esta simpleza se agudiza: queremos convencernos de que los chinos son los culpables. Pero si las calles de Beijing o Shanghái están en orden y nunca fueron infectadas por el virus: ergo, los chinos mantienen a su capital política y a su capital económica libres de la pandemia, pero diseminan el virus por el mundo para apoderarse de él. Claro, claro que sí: ya nos inundaron estos campeones de la simpleza con tesis sobre el 11 de septiembre y los aviones terroristas. En verdad lo que vimos fue un truco publicitario de George Bush que contrató (o algo así) actores para que finjan la destrucción (o algo así). Claro, claro que sí: ya vimos que los neonazis niegan el holocausto mostrando fotitos de las “mentiras”. ¿Y la gente? Mucha de ella, muchísima cree. Claro que cree, a los Trump, a los Bolsonaro o a los Evo. Se sumerge en la simpleza y disfruta entender, perfectamente, sucesos que cambiaron al mundo.
No, no es así: nadie mató al señor de un lamparazo, nadie odia “al indio” (excepto minorías racistas) ni ningún chino nos infectó a propósito. La vida no es esa. He ahí el peligro que señala el autor español: “no es la corrupción ni la violencia lo peor de nuestra época. Lo peor es la simpleza”. Si no hay duda: juegas con la vida de la gente azuzando el narcotráfico, pero los narcos terminan de víctimas. Acusas a gente del Fondo Indígena de corruptos y te responden “racista”. Se parapetan con armas en Senkata, pero el violento es el Estado por reprimirlos. He ahí los simples.
Aun escribiendo en periódicos internacionales, aun con postgrados, pero acusando unilateralmente a los chinos, judíos y la raza que se les antoje, y aun siendo aplaudidos a rabiar (quede constancia que a los simples los aplauden mucho y, sobre todo, los votan) por mucha de la población que “por fin lo entiende todo”, no tienen razón. Se visten de simples, actúan como simples y llegan a conclusiones simples, pero, estén seguros, no tienen razón.
Diego Ayo es cientista político.