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28/05/2023
De media cancha

Los intrascendentes

Diego Ayo
Diego Ayo

Los intrascendentes son feroces. Un intrascendente es casi un inútil. Y pongo “casi” porque sí tienen una utilidad: repetir lo logrado. Jamás van a inventar un ápice de nada. ¿La razón? No saben. No pueden. ¿El mejor ejemplo de esta situación? Luis Arce.

Este señor, hoy Presidente de Bolivia, fue un pulcro administrador del neoliberalismo. ¿Qué inventó? Nada. Nada de nada. Se limitó a obedecer a sus jefes para preservar la estabilidad. ¿Pensó? Tal vez. Sin embargo, ese rasgo no fue importante: lo importante fue obedecer para asegurar la estabilidad, como país, y la pega, como empleado del Banco Central. Obedeció a las reglas del mercado para permanecer como mercado. Obedeció al neoliberalismo para ser neoliberalismo.

¿Qué sucedió después, ya durante la presidencia de su jefe Morales? Pasó del obediente neoliberal de cuarto rango al repartidor de alhajas coquetas para el Evo, ya como ministro. De la austeridad de mercado pasó a la bonanza del “socialismo del siglo XXI” con un mismo rasgo: no pensó. En ambas oportunidades obedeció: en un caso obedeció recortando, en otro caso obedeció repartiendo.

¿Por qué hago este recuento? Pues por la sencilla razón de que de este Presidente no debemos esperar nada. Nada de nada, que no sea la reacción pavloniana a lo que sucede. ¿Qué busca Arce? Mostrarse como el gran economista. El país tan sólo le importa como el sitial de experimentación de su pericia como “atajador” de la plata o como “regalador” de la plata. Hoy retoma su primer rol y busca llegar a 2025 sin que se caiga la economía. Nada más.

¿Y los planes de industrialización del gas? Al carajo: llegar al 2025 con 3,6. ¿Convertirnos en el centro energético de Sudamérica? Al re-carajo: llegar con 51 al 2025. ¿Mejorar la educación y/o la salud? Al re-re-carajo: no hay plata, y la poca que haya debe servir para entrar ronceando la meta de 2025. ¿En serio? Claro: el no-pensador tan sólo quiere preservar su aureola de destacado economista. Nada más. Bolivia, nuestro país, siempre puede esperar.

En suma, su mérito es echarle una centena de avemarías al hilo. Confiar en la suerte. Nada más. A eso se remite el destino de Bolivia: al chiripazo revitalizado. Ya tuvimos fortuna de 2004 a 2014, y hoy queda darle oxígeno a este “lechazo” inesperado. Sabemos, pues, que la negativa de Bolivia de apoyar la retirada de Rusia del territorio ucraniano, como lo hicieron 141 países en la Asamblea General de Naciones Unidas, descontando a Nicaragua, El Salvador y ¡Bolivia!, tiene en esta subida de precio su gratificado motivo para permitir los espantosos crímenes de Putin contra aquel valeroso pueblo. Por ende, el señor no gobierna. Tan sólo espera. ¿Qué? Que llegue el 2025 y pasar de curso con el peor promedio salvador.

¿Queda algo más? Sí, coronar la intrascendencia con violencia. ¿Es una decisión pensando en Bolivia con un horizonte al 2030, 2040 y 2050? Para nada, a lo sumo es el horizonte de pasado mañana pensando en la Bolivia bendecida con el precio del gas alto. Ese es el sueño que nubla de erotismo las noches de nuestro líder supremo. En breve, nos gobierna pues el extractivista de siempre. El continuador del gasto desenfrenado sólo que esta vez sin plata. Aquel que sigue sumando más funcionarios en la administración pública de ya casi 560 mil “técnicos”, aquel que sigue buscando gas hasta en los asilos, aquel que sigue aplaudiendo a sus hermanos Maduro y Ortega, aunque ambos sigan matando a su pueblo, aquel que no tiene nada, nada de nada, para ofrecer, que no sea la permanencia de esa ilusión de éxito.

¿O hay algo nuevo? Sí, hay algo de nuevo: este gobierno es más violento. Debe serlo: sus principales aliados, la burguesía agroindustrial cruceña y los cocaleros, se fueron. Aquellos desde el 2019, estos desde el 2023. ¿Qué le queda? Una tecnocracia politizada, unos clanes familiares enganchados en el manejo del Estado y a los militares (muchos de ellos) comprados y listos para pisotear. Poca legitimidad y menos aliados. Perfecto caldo de cultivo para una mayor violencia.

Intrascendencia y violencia en un solo k´epi. Todo lo demás que hace a un gobierno serio como las ideas, los compromisos, los diálogos, los acercamientos democráticos, y/o las negociaciones, no existe. No existe nada. ¿Y nosotros? Con la necesidad de esperar y batir las palmas cuando los precios del gas bajen, aunque aquello sea nuestro infortunio. ¿Qué? Sí, al parecer hay sólo dos opciones: o se quedan en esta perenne situación de estancamiento –una interminable transición-, con algo de beneplácito socioeconómico para la gente o se caen dramáticamente, en caso de desplome económico, arrastrando tras de sí a todo un país. Jodido: o nos tiznamos con su perfume maloliente de inacabable y tosca estabilidad (un 51 de nota por los siguientes días y ¿años?) o nos vamos a la ruina rapidito con la fortuna de saber que ellos bajaron la cadena, aunque aquello nos largue a todos por el caño salpicados de mierda.

Diego Ayo es cientista político.



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