La última gran noticia política del año fue el anuncio del “acuerdo de unidad” firmado por los políticos opositores Carlos Mesa, Samuel Doria Medina, Jorge Quiroga y Luis Fernando Camacho. Días después, Doria Medina anunció la incorporación de Vicente Cuéllar y Rodrigo Paz al acuerdo, con lo que se completó la media docena.
La mezcla de alivio y alegría que ha producido la firma de este documento es muestra de la desazón que cunde entre ciertos sectores que se consideran defensores de la democracia, pero que podrían ser identificados por su desprecio del MAS, para quienes cualquier avance en fabricar un candidato opositor único es buena noticia.
En esa óptica limitada, no se puede negar que la noticia es buena, pero es mínima. Incluso, un pesimista podría decir que la noticia en realidad es mala porque muestra que esos líderes no están de verdad dispuestos a ceder sus candidaturas y si este acuerdo es lo mejor que pueden producir, ese candidato único está más lejos de lo que se quiere hacer creer.
El acuerdo no acuerda gran cosa: que quieren sacar al MAS del Gobierno –eso ya lo sabíamos– y que quieren volver a instalar en el país una economía abierta, competitiva y sostenible; credo neoliberal en tres palabras. Con esto, a los comerciantes de El Alto no se les va a mover un pelo, pues ya la tienen, a su manera.
Se declaran también favorables a la elección de entre ellos y otros que se sumen al acuerdo de un candidato único que represente a la llamada oposición. Sin embargo, ante la ausencia de un mecanismo definido de elección de este candidato al que todos los firmantes se obliguen a apoyar (renunciando a sus aspiraciones, se entiende), esa parte esencial del acuerdo queda sujeta a confirmación.
De hecho, Quiroga ya ha declarado –después de firmado el acuerdo– que su candidatura es “irreversible”. Los rifirrafes entre Mesa y Quiroga un día antes apenas de la firma de ese acuerdo y la vaguedad de lo acordado hacen pensar que no todo es armonía entre ellos y que ese acuerdo se sostiene con chicle.
No sabemos lo que de verdad se ha negociado, pero es obvio que no pueden ser iguales las estrategias de quienes tienen posibilidades de ganar en las primarias y las de los que no tienen ninguna, y vaya uno a saber qué color de hilo tienen las puntadas de cada uno.
La ansiedad con que los sectores pititas de la ciudadanía esperan que se encuentre un candidato único delatan el temor que tienen –fundado, por cierto– de no contar con un líder que pueda por sus propias carisma y fuerza ganar las elecciones y que solo la unidad les dará fuerza y esperanza. La unidad, como se sabe, es la fuerza de los débiles.
Tanto se sienten así, que Doria Medina ha sugerido que Manfred Reyes Villa debería sumarse al acuerdo –como querer que Rusia se una a la OTAN– y muestra que la coherencia programática es lo que menos les preocupa. El cochabambino ha declinado la invitación. ¿Qué gana con apearse de su caballo ganador para juntarse a un grupo de losers que no tienen definidos ni reglas del juego ni programa?
Esta incoherencia a la desesperada sugiere un punto al que no se está dando la debida importancia. Las declaraciones de estos líderes y de otros promotores de la candidatura única muestran que el objetivo principal no es construir este o aquel país –sobre lo que hay diferencias entre ellos–, sino derrotar al MAS a como dé lugar, con un programa Frankenstein o arreglando la carga en el camino. Es decir, en esa lectura, una victoria del MAS es lo peor que le podría pasar al país.
Este es un grave error. Lo peor que le podría pasar al país es que este MAS que conocemos, resucitado gracias al fracaso de un interludio neoliberal, vuelva a ser Gobierno. La diferencia está en que lo que el país necesita no es solo un candidato que le gane al MAS, lo que en sí no está mal, sino un candidato que, si elegido, pueda gobernar contra el MAS y arreglar este descalabro. Es decir, que tenga capacidades de gestión política y económica con un programa de Gobierno coherente (y ojalá ilusionante). Uno de ellos ya ha probado que no los tiene. Dos de ellos probablemente tienen la de gestión económica, pero esto no basta.
Es posible que Evo y Arce ya sean cadáveres políticos en descomposición, pero el MAS sigue siendo la única voz de amplios sectores de la población, cuyas aspiraciones harán parte de las demandas nacionales insatisfechas a mediano plazo. La identificación de las bases del MAS con narcotraficantes y contrabandistas no pasa de una estupidez prejuiciosa. Temo que ninguno en el sexteto tiene el discurso que responda a esas aspiraciones –con haberse sumado lo han confesado– por lo que sus gestiones serían puentes del retorno masista.
Con esto no estoy sugiriendo que deban renunciar a sus respectivas candidaturas. Todos ellos, por débiles que sean individualmente –si no lo son, deben demostrarlo en cancha–, pueden contribuir con ideas valiosas a la reconstrucción de la economía y las instituciones, pero el candidato que lidere este proceso tiene que traer algo más que viejos slogans. Quien quiera gobernar superando el ciclo del MAS, como les gusta decir, debe, en primer lugar, reconocer la validez de aquellas aspiraciones populares, dejar atrás el discurso anacrónico y abrir la senda para una nueva Bolivia moderna e inclusiva.
En varias ocasiones he argumentado que la idea de elegir un candidato único mediante primarias tiene fallas prácticas y conceptuales. Entre las primeras, desde el punto de vista de los que quieren ganarle al MAS, está que en unas primarias en las que participen mayoritariamente ciudadanos pititas, como es inevitable, se elegirá un candidato de derecha; justo el que menos posibilidades tienen de robarles votos al MAS y al candidato de centro; papel que con oportunismo jugará Reyes Villa.
Asimismo, pongo a prueba las convicciones democráticas de mi lector con este escenario (quizá no probable, pero posible): en unas primarias con estos seis señores, es posible que el voto occidental se fragmente y Camacho sea elegido candidato único con el voto oriental. ¿El lector que es admirador de Mesa, por ejemplo, votaría por Camacho? ¿Cree que Camacho va a representarlo, cuando solo tienen en común el deprecio por el MAS y una idea general de lo que debe ser la economía? (Si es que Camacho tiene alguna).
Esa es una consecuencia –muy desagradable, por cierto– que todos los que festejan el acuerdo deben estar dispuestos a aceptar. Ahí está un aspecto antidemocrático de las primarias forzadas para elegir un único candidato de un ramillete tan diverso: la eliminación de opciones como resultado de un proceso donde solo participa una minoría. Pero, cuando se aceptan unas reglas, se debe aceptar sus consecuencias.
De hecho, con un poco de inteligencia, los masistas dejarían en libertad a Camacho para permitir que crezca la candidatura que más les conviene y arruinarles la fiesta a los opositores unidos.