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26/11/2020
Al Contrario

Lecciones de los 15 de Angie

Robert Brockmann S.
Robert Brockmann S.

Este 22 de noviembre, Angela Merkel cumplió 15 años como Canciller de Alemania, cargo con el que se designa al jefe/jefa de gobierno de ese país. A Evo Morales le gustaba justificarse con la longevidad política de Merkel, que le llevaba sólo un mes y medio de ventaja. Los partidarios de Morales alegaban que la perdurabilidad era importante para la consolidación de su proceso/proyecto político.

La comparación hubiera sido válida si no fuera por un pequeño detalle: la Constitución alemana no pone límites a la reelección del jefe/jefa de gobierno, mientras que la boliviana sí lo hace. Pero hay otras diferencias importantes, que subrayan la importancia de ciertos valores que hacen que una democracia sea verdaderamente tal. Una de ellas es que en el sistema parlamentarista alemán un/una Canciller puede ser destituido/a por el Congreso. No había esa opción en el caso de Morales.

El partido de Merkel, la Unión Demo-Cristiana (CDU), de centro-derecha, en las cuatro elecciones de 2005, 2009, 2013 y 2018, sólo obtuvo mayorías relativas de votos (su mejor cifra fue el 41,5% en 2009), por lo cual ella tuvo que buscar coaliciones en el Parlamento, en variadas combinaciones, para formar gobierno. La política en democracia es negociación, consensos y equilibrios.

Merkel alternó alianzas con la principal sigla rival, el Partido Socialdemócrata, de centro izquierda, con el ambientalista Partido Verde, y con el ultraeconomicista y neoliberal Partido Liberal, según lo exigían las circunstancias. Es improbable que otro líder político hubiera conseguido reunirlos bajo su techo.

En buen medida, la vigencia parcial de las agendas políticas de sus socios compensaban la no alternancia en el poder. Sólo quedaron, excluidos, los partidos de ambos extremos: “La Izquierda” (los antiguos comunistas) y “Alternativa para Alemania” el eco de un eco nazi.

Los estudiosos han dado en llamar el “consenso socialdemócrata” al modelo democrático europeo surgido de la Segunda Guerra Mundial, basado en la aceptación de las reglas de la economía social de mercado y de las grandes libertades fundamentales, en el sufragio universal, directo y secreto, y en la alternancia del poder entre formaciones de derecha y de izquierda moderadas, liberales las unas, socialdemócratas las otras, capaces de generar un progreso continuo equilibrado entre economía y sociedad.

Para Europa, Angela Merkel es una conservadora, de derecha moderada, con una agenda social y ambiental amplia, capaz de atraer a sus rivales socialdemócratas y verdes moderados. Comparte con ellos un modelo en que la educación, inclusive la universitaria, y el acceso a la salud, son gratuitos.

En los países de Europa en los que prima el modelo del Estado de bienestar, el estudiante más pobre puede estudiar gratis en la mejor universidad y el paciente con la enfermedad más complicada goza de tratamiento médico gratuito. Por ello, para la estrecha visión del mundo de libertarios y trumpistas, Merkel sería una marxista y comunista.

Así, Merkel, la “derechista” (qué mal suena esa palabra en nuestras latitudes, lastimosamente), compartía no sólo una agenda, sino una amistad genuina con el expresidente de EEUU Barak Obama, quien hubiera querido introducir en su país un –en comparación– precario sistema de seguro de salud para los estadounidenses, intento que fue descarrilado por los trumpistas por “comunista”.

Por su sola longevidad política (a la que renuncia voluntariamente, pues no candidateará más), Angela Merkel ingresó a la historia. Pero, más importante, es su ejemplo. Su amplitud, pluralismo, apertura y búsqueda de equilibrios, su falta de estridencias y austeridad personal en la época más turbulenta, serán imposibles de imitar en por lo menos una generación.

Robert Brockmann es docente universitario.



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