¿Por qué un político-presidente podría aventurarse a un tongo de bajo presupuesto como el que vivimos con Zúñiga? Los actores principales siguieron las líneas correspondientes con inobjetable in-lucidez. El más destacado fue el vicepresidente David Choquehuanca dando loas posgolpe bajo una tonalidad toscamente aflautada plagada de alabanzas a la valentía del supremo. Igual de des-musicalmente ruidosos fueron los alaridos de la ministra de la presidencia exigiendo a Zúñiga que se retire del Palacio. Y la cereza en la torta fue la rambo-condoritesca aparición del ministro de Gobierno buscando, casi, procrear con el tanque: “salí Zúñiga”. ¿Y Arce? Pedía devolución por su pasaje de escape a México en 2019, mostrándonos al verdadero Arce macho-cabrío.
¿Por qué tuvimos que tragarnos esta serie de poca monta? Ayuda en la reflexión el artículo de Javier Brandoli, “El imperio de la estupidez y el hincha político”. Este periodista asegura que hay hinchas políticos. No importa que el equipo pierda 3 a 0: son del equipo hasta el final de sus días. ¿Importa que mi líder sea corrupto, escasamente inteligente, feo? No, no importa en absoluto: importa que sea de mi etnia, religión, región, clase social, ¡equipo de fútbol! Arce puso al límite este precepto de lealtad con un número de escaso presupuesto recordándonos que la verdad puede esperar. Lo que no puede esperar es el “nosotros” en peligro debidamente promovido ante todo el país.
Brandoli analiza el famoso asalto de republicanos al Capitolio. Niega que la elección de Biden como presidente de Estados Unidos en 2020 haya sido lograda por fraude. Sin embargo, resalta que poco más de 70 millones adscritos a ese partido creen esa tesis. No hay pruebas fehacientes del mentado fraude, argumenta. ¿Importan? No, el objetivo fue logrado: republicanos pasaron por alto la verdad. Asimismo, el mejor caso de republicanos atrapados por “su” verdad es el Pizzagate. Un hombre fue a una pizzería a desmontar, él solito, una supuesta red de pedofilia y tráfico de niños montada por la candidata Hillary Clinton. Fue armado hasta los dientes a rescatar a los infantes y disparó un rifle a la puerta para lograr abrirla. Para su sorpresa, se encontró solamente con envases de pizzas y vasos de Coca Cola. ¡Ni un solo niño! Este republicano supo la verdad cuando estaba ya instalado en su celda.
Genial hasta acá. Sin embargo, ¿se adecúa esta tesis a la realidad boliviana? Más o menos. Es cierto que estamos en las fauces de un Gobierno que trata de sacar provecho de una payasada “golpista”. Un Gobierno no menos conspiranoico a los ejemplos esbozados. Empero, ¿podemos creer, tan sólo creer, al igual que en los ejemplos vertidos? Si formas parte de los 400.000 militantes, los 570.000 funcionarios públicos, los 21.000 empleados de las empresas públicas y un largo etcétera, sí, ¡debes creerlo! Ese es el meollo, no en creer sino en verse obligados a hacerlo. Brandoli se quedó chico para entender esta realidad...
Lo más importante: ¿por qué debemos creer? Para destacar la presencia del líder o la irrelevancia del líder opositor. En los ejemplos, vimos a Trump y a Hillary Clinton como el héroe y la anti-heroína. ¿No es lo propio en Bolivia con Lucho y Evo? Tenemos de líder a un hombre común: de estatura media-baja, de escasa pinta, probablemente sin carisma y dotado de un título de tecnócrata-economista. ¡Ya no más! Su sueño es ser un héroe. Es como crecer 10 centímetros, parecerse a Tom Cruise al menos en la sonrisa, ser honrosamente valiente, guardarse su título en su cajón y erigirse como un líder dotado de un aura de grandeza más allá del conocimiento y más acá de la providencia. Es grandioso, ser héroe y hacernos creer que lo es. ¿Y el antihéroe? Evo. Un héroe que escapó como rata en 2019 y perdió su heroicidad. De lujo Luchito, ¡superaste a Evo y a Brandon!
Arce, por ende, añade un rasgo al enfoque de este periodista encendiendo la mecha de la estupidez real y fingida. Atrae a miles de creyentes reales y forzados: los estúpidos genéticos y los estúpidos obligados. Es una cuestión de fe y una cuestión de pragmatismo. Arce, de ese modo, busca superar a su adversario, dando el salto triunfal del “súper Luchito” economista a un héroe mitológico que jura ser la encarnación de Allende.
Ay, si el presidente chileno reviviera puedo estar seguro que nos daría soberanía hasta en Valparaíso con tal de que no ser comparado con este anodino mandatario que gestó arduamente desde 2006, carente de valentía, el modelo del derroche que hoy él mismo mal-administra.