El término “seguridad
alimentaria” fue introducido por la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO) en 1974. Ese año, en Roma, la FAO celebraba
la Conferencia Mundial de la Alimentación justo cuando Bangladesh, uno de los
países más pobres del mundo, sufría una terrible hambruna que dejó más de un
millón de muertos. La seguridad alimentaria fue definida entonces como “el
acceso físico y económico permanente a alimento, seguro, nutritivo, diverso y
balanceado para todos los individuos, hogares y naciones.” La idea es, por
supuesto, tremendamente atractiva. ¡Cómo no querer que el alimento esté
asegurado “permanentemente” para todos!
El término “soberanía alimentaria” fue introducido más tarde, en 1996, por la Vía Campesina, una organización internacional de campesinos y pequeños agricultores que promueven la agricultura local y familiar, el “derecho a semillas,” el “derecho a tierras,” la “igualdad de género,” y la “justicia social.” La Vía Campesina apoya además abiertamente al izquierdista World Social Forum y se declara abiertamente anti-capitalista y anti-comercio internacional.
La Vía Campesina definió la soberanía alimentaria como “el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos con base en la pequeña y mediana producción.” La soberanía alimentaria, por lo tanto, va un paso más allá de la seguridad alimentaria. Mientras la segunda quiere asegurar alimentos para todos, la primera requiere además que dichos alimentos sean producidos localmente. La soberanía alimentaria tiene, por tanto, vocación proteccionista y se opone a la importación de alimentos baratos producidos por empresas transnacionales porque esto debilitaría la producción local. La idea fue presentada en sociedad y amplificada, cuando no, por las Naciones Unidas durante su Cumbre Mundial de la Alimentación en 1996.
Digámoslo fuerte y claro. Las dos, la seguridad y la soberanía alimentarias, son una falacia, una oportunidad para la ineficiencia y la corrupción, y una inmoralidad disfrazada de buenas intenciones.
Partamos por un principio universal básico: no hay nada seguro en la vida. Si uno no se levanta en la mañana a trabajar, entonces no come. Así de sencillo y así de real desde que el mundo es mundo. Pretender lo contrario es engañarnos y pecar de ilusos. Por supuesto, las Naciones Unidas, la Vía Campesina, las ONGs y los políticos de izquierda no lo son. Para nada. Ellos entienden perfectamente que sin trabajo no hay comida. Lo que pretenden al introducir esta retórica, es asegurar el acceso a alimentos a partir del trabajo ajeno. Quieren convertir el acceso a alimentos en un “derecho,” en algo que debe ser proporcionado a la gente independientemente de su esfuerzo y por el mero echo de existir. Al final del día, entonces, la idea de “soberanía alimentaria” no es más que un re-empaquetado socialista que asegura que el Estado se apropie del trabajo de unos a través de impuestos para después redistribuirlo.
Probablemente el contra-argumento central sea: ok, sí, la seguridad alimentaria es esencialmente redistribución del ingreso, pero si lo circunscribimos a alimentos, probablemente valga la pena - nadie quiere ver a gente muriéndose de hambre aun si esa persona no trabajó lo suficiente o no pudo hacerlo por alguna discapacidad o desgracia personal. Esto que suena muy razonable omite un problema esencial: la obligatoriedad. Bajo la idea de seguridad alimentaria, el alimento debe estar “asegurado” y el Estado, entonces, puede hacer uso de la fuerza para lograr ese objetivo. La seguridad alimentaria es parte de la Declaración Universal de Derechos Humanos que muchos países suscriben (incluyendo Bolivia), es parte de convenios internacionales y es considerada un objetivo legal de varias constituciones (incluyendo la nuestra). Esto convierte, entonces, lo que pudieran haber sido ejemplares actos voluntarios de caridad en una imposición legal que ignora la voluntad individual y que, por lo tanto, es inmoral.
Y no, no se circunscribe solo a los alimentos. Esta es una pendiente muy resbaladiza. A medida que la idea de seguridad alimentaria cuaja y se naturaliza, los organismos y ONGs empiezan a hablar de “seguridad sanitaria,” de “seguridad habitacional,” de “seguridad educativa,” de “seguridad medioambiental” y de “seguridad energética.” Como dicen las Naciones Unidas, ¿de qué sirve comer si no se está sano o no se tiene techo? No entienden, o no les importa, que hacer que todo sea seguro implica exactamente lo contrario para el individuo que debe cubrir los costos.
La idea de soberanía alimentaria, por su parte, no solo es mal intencionada e inmoral como la anterior, sino además ingenua y poco científica. ¿De dónde sacaron que produciendo alimentos localmente se podrá “asegurar” que la gente tendrá mejor acceso a ellos? ¿Se olvidaron de todo el progreso y mejoras en los estándares de vida que trajo el comercio internacional? ¿Revisaron los conceptos de ventajas comparativas? La idea de soberanía alimentaria no es más que un re-empaquetado proteccionista que al final del día solo perjudica a las familias a las que se les quería “asegurar” la comida. Si una transnacional produce alimentos a un precio menor que los productores locales porque aplica tecnología y economías de escala a la que estos no tienen acceso, ¿deberemos ser “soberanos” y prohibir esa importación haciendo que las familias paguen más a los productores locales? Me dirán que perderemos trabajo en agricultura. Sí, probablemente sea así, pero los excedentes que generaremos al comprar comida barata podrán ser usados en otras actividades productivas. El comercio internacional no destruye trabajos, simplemente los mueve a los rubros en los que tenemos ventaja comparativa. Solo un ejemplo. Japón pasó de tener un 20% de sus trabajadores en agricultura en 1970 a tener solo un 3% de ellos en esa actividad hoy. Japón importa además más del 60% de su comida. Claramente no es un país “soberano” alimentariamente pero no les importa en absoluto. Tienen mucho más acceso a comida importándola y dedicándose a su ventaja comparativa que produciéndola.
La izquierda es fantástica creando retóricas que suenan muy bien pero que solo causan pobreza e inmoralidad. Estas retóricas le permiten además tener el control de los recursos ya que es el Estado el que debe garantizar las “seguridades.” Así la izquierda mantiene el poder, crea pegas y se lleva a casa algo de la redistribución que propone. No nos dejemos engatusar.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)