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Filia Dei | 10/03/2021

Laetáre

Cecilia González Paredes
Cecilia González Paredes

La alegría es la herencia del cristiano.

“Alégrate, Jerusalén, y regocijaos con ella todos los que la amáis; gozaos los que estuvisteis tristes, para que os llenéis de júbilo, y recibáis los consuelos manan de sus pechos”.

Así reza el introito del IV domingo de Cuaresma, proveniente del libro de Isaías, capítulo 66. Este domingo, nos permite hacer una pausa en el medio de la observancia de la cuaresma, de la penitencia y el recogimiento. Es un respiro, para levantarse de nuevo con Jesús, a través del arrepentimiento, confesión y la comunión pascual.

Este domingo, nos recuerda mucho al 3° domingo del Adviento, llamado Gaudete. Esta nota de gozo en medio de un tiempo de meditación, es como una recompensa, para los que han observado con esmero este tiempo de contrición.

Es a su vez, una advertencia sobre dos peligros. Primero, la falsa alegría del mundo, que confunde los placeres nihilistas con el gozo en Cristo. Si hasta este domingo, se ha llevado con austeridad y penitencia la Cuaresma, es probable que se llegue a sentir tentación de dejar todo de lado y entregarse a la ligereza de la felicidad temporal de este mundo.

Segundo, se puede uno ver en la tentación de ir al otro extremo del recogimiento. Pasar del celo triste y amargo, a la desesperanza y finalmente llegar a la desesperación, que hoy es muy común caer en la depresión.

Este tipo de tristeza desesperada, a algunos se les hace algo común, y no hay que confundir con algunos desórdenes mentales, pero hoy hay mucha gente que se deja atrapar por esta melancolía asfixiante, al punto de considerarla incluso como algo normal.

El que ha descubierto la redención de sus deudas en Cristo, conoce y vive cultivando la virtud de la Esperanza. El gozo en Cristo, es compatible con la compunción de la Cuaresma, algo que para el mundo sumido en el relativismo y demás ideas progresistas, pareciera una contradicción.

No es, para el mundo, normal mortificar el cuerpo. En la filosofía moderna impera el darle alegría a tu cuerpo, gozar ahora porque como no sabes si hay un después, mejor complacer todo gusto hoy. Luego vienen los excesos y hasta se culpa al alcohol o cualquier objeto, por los abusos o hasta crímenes, casi librando de toda responsabilidad al que, por no saber dominar sus apetitos, se precipita en lo más bajo.

Las verdaderas contradicciones las vemos a diario. Aquellos que claman no apoyar el socialismo, pero felices celebran el 8 de marzo, día en que inició la “revolución” bolchevique, y que hoy la camuflan con una conmemoración de un incendio que sucedió el 25 de marzo, donde también murieron varones. Pero esa versión no te la contarán, las que claman por ni una menos, pero felices promueven el asesinato de bebés en el vientre, aún si son mujeres.

No sorprenda que dentro de poco, quieran utilizarnos de antorchas humanas, sin importar si seas mujer o varón, por no proclamar sus ideas, tal como sucedió en tiempos de los emperadores romanos hasta la total furia de Diocleciano.

Fueron justamente los primeros mártires cristianos, los que nos muestran esta capacidad de poder mantener el gozo y alegría en Cristo, a pesar de estar condenados, injustamente, a las muertes más espantosas. Ellos comprendieron, que el sufrimiento y muerte, no serían el fin de todo, pero tan solo un paso hacia la unión eterna con Dios.

Coincidencia o no, pero también en aquellos tiempos, las pasiones del cuerpo, lograron normalizar la pederastia entre maestros y alumnos, y con esclavos no había reglas. El infanticidio tampoco era de extrañar, incluido el aborto, puesto que la libertad sexual, generaba muchos embarazos no deseados.

Por ello es que el alma debe retomar el control del cuerpo. El alma es la parte más noble del hombre, porque es sustancia espiritual dotada de entendimiento y de voluntad, capaz de conocer a Dios y de poseerle eternamente (Catecismo de San Pio X). Es este domingo de Laetáre, el recordatorio, que nuestro gozo, no es como el del mundo, que se contenta con presumir los placeres gozados y tampoco es vano en Cristo. Queda perseverar, para que podamos al final de nuestros días proclamar “Lætatus sum… in domum Dómini íbimus!

Cecilia González Paredes M.Sc.

Especialista en Agrobiotecnología



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