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Sin embargo | 08/11/2024

La trivialización comercial de la muerte

Jorge Patiño Sarcinelli
Jorge Patiño Sarcinelli

La semana pasada la ciudad de La Paz sufrió otra noche de Jalohuín. La palabra sufrir sería más apropiada si las actividades realizadas guardaran relación con el origen de la festividad: celebrar la memoria de los muertos, cuya ausencia sufrimos tanto cuanto los amábamos y todavía los añoramos.

Sobre el origen del Halloween –quizá originalmente, All Hallows' Eve– no hay total acuerdo, pero sacando de lo que dicen las enciclopedias, me parece que el que más sentido histórico tiene es que “se remonta a la fiesta gaélica de Samhain, que marcaba el final de la temporada de cosechas y comienzo del invierno” (en el hemisferio norte). La Iglesia católica, siguiendo su tradicional método de combatir el paganismo cubriendo un templo con otro y sustituyendo una costumbre con otra, creó el día de Todos Santos el mismo 1° de noviembre.

“En el siglo VII, el Papa Bonifacio IV creó el Día de Todos los Santos y, un siglo después, el Papa Gregorio III trasladó la festividad al 1° de noviembre para que la fiesta cristiana sustituyera a la fiesta pagana de Samhain”. (The Tennessean, 31/10)

La fiesta se hizo tradicional en Europa y después pasó a América con la Conquista, dando origen a los varios días de los muertos que todavía se celebran. Si un día hubo similares en España, han desaparecido.

“Al convertir a los nativos del Nuevo Mundo, se dio lugar a un sincretismo que mezcló las tradiciones europeas y prehispánicas, haciendo coincidir las festividades católicas del Día de Todas las Almas con el festival similar mesoamericano, creando el actual Día de Muertos”, dice Wikipedia.

Hay quienes cuestionan que hubiera tal sincretismo en México y que el origen es completamente cristiano. Como sea, el hecho es que en México la fiesta, muy popular, tiene la característica de celebrar la muerte con picardía, como parte del ciclo de la vida. En Bolivia todavía sobreviven, aunque con menos fuerza, las tradiciones populares no del todo originales, de hacer visitas al cementerio, las t’antawawas y las mesas de los muertos, siendo desplazadas de a poco por la costumbre estadounidense del Halloween.

Decía un titular de Brújula del 31|10|24: “Halloween en La Paz: Deadpool, Beetlejuice y Wolverine dominan la tendencia de disfraces”, Y cuando dice que “domina la tendencia” debemos suponer que se refiere a las clases populares. ¡Qué cosa más absurda! ¡En plena época del masismo pachamamista!

Evidentemente, a un Gobierno tan incapaz como importante no se le podría pedir que detenga el cambio en las costumbres. Pero sirve para recordar a esos que dicen que el Gobierno todo lo quiere controlar, que de eso estamos muy lejos.

El hecho incontestable es que lo que se ha impuesto, y se impone cada año con más fuerza, es la lógica comercial del Halloween gringo. Se estima que en Estados Unidos se han gastado este año 11 mil millones de dólares en disfraces, decoraciones y dulces relacionados con esta fiesta. Parece mucho, pero en La Paz, según la noticia, este año “Halloween movió 30 millones de Bs”. Ese movimiento ha significado ingresos para los comerciantes, salarios para personal e ingresos para el fisco; lo que parece muy bien hasta que recordamos que la mayor parte de ese dinero, aquí y en Estados Unidos, se ha ido a comprar plástico bio desagradable.

De hecho, si hacemos la cuenta del gasto proporcional aproximado, esos 11 mil millones dan 32 dólares por persona. El mismo cálculo en La Paz da unos 39 bolivianos por nuca. Sin embargo, los paceños han gastado más del doble que los gringos en proporción al PIB per cápita. ¡De horror! Ríanse de los fantasmas y las brujas. Lo verdaderamente espantoso es esto.

No somos la única ciudad latinoamericana donde se celebra el Halloween, pero las proporciones en otras partes son menores. En Brasil “un pequeño número de niños ricos, lo celebran”. “En Argentina, no verás niños pidiendo dulces en los suburbios de Buenos Aires ni verás tiendas decoradas con telarañas o esqueletos (… solo) los bares y discotecas todavía lo celebran”. En Lima y Quito se celebran fiestas y conciertos, pero en ningún otro lugar adquiere la dimensión popular callejera que ha adquirido en La Paz. Aquí se han decorado las tiendas, clubs y restaurantes, las librerías ofrecen “una semana de terror” y hasta las estaciones del teleférico estaban engalanadas con globos y máscaras; todo de plástico que se fue a la basura.

Para los que se preocupan por la conservación de una cultura nacional, la cosa es alarmante. Se dice que nuestras culturas autóctonas son impermeables a la influencia de otras y de ahí quizá ha surgido la idea, falsa como podemos ver, de que Bolivia comparte esa impermeabilidad cultural. Ya sea en la calle Comercio como en San Miguel hay locales con nombres como “Fashion and familiy”, “Blue sweaters”, “Sishi lover”, “Music spot”, “War games” y “Pic’n Pay”. Las peluquerías ahora son todas Baber shops, los cafés Coffee shops y la entrega a domicilio se llama deliberi. ¡Con razón un ministro creyó que era aceptable presentar al Parlamento un contrato en inglés!

Siguiendo esa tendencia anglófila, en Halloween nos sumamos a esa orgía de desperdicio contaminante y culturalmente injertado. Ahí vimos, paseándose por la calle a papitos y mamitas que, por dar gusto a sus retoños, se disfrazaron y los disfrazaron de Deadpools, Beetlejuices o Wolverines.

Queridos papás y mamás, si quieren honrar la memoria de sus muertos queridos, háganles una mesa con velas, fotos y dulces caseros. Si aman el planeta no compren plástico. Si aman a sus niños, no les dañen la salud con exceso de azúcar, enséñenles las tradiciones que cultivaban esos abuelos y si no queda más remedio porque la presión social es irresistible, enséñenles a hacer disfraces caseros, con nuestros propios diablos.

Este mensaje es extemporáneo, ya sé. La orgía ha terminado. El plástico ya está en los botaderos. Los niños se han comido las porquerías y los dentistas se frotan las manos. El follón ha terminado. Ha ganado la gringomanía. Han perdido la cultura y el planeta. Y los muertos cuya memoria se suponía que íbamos a celebrar esos días, esperan que el próximo año los recordemos mejor. Ojalá.



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