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De media cancha | 02/05/2020

La proclama de 50 periodistas en defensa del guerrero digital

Diego Ayo
Diego Ayo

Conviene comenzar esta reflexión recordando a los guerreros digitales, actores privilegiados del régimen masista, por dos motivos vitales: su capacidad de inundar las redes y su poder intimidatorio. Esta columna busca entender lo sucedido esta última semana tomando en cuenta ambos rasgos. Veamos.

Una de las frases más grandiosas de la democracia afirma, sin ambages: “voy a defender tu libertad de expresión, aunque no esté de acuerdo con lo que dices”. He ahí la libertad de expresión perfectamente manifestada. Creo en ella. Sin duda que sí, firme e inalterablemente. Sin embargo, he visto con cierto resquemor el manifiesto de 50 periodistas, de reconocida trayectoria, manifestando su apoyo a un “guerrero digital”.

No tengo la menor duda de que una detención sin juicio da pie a defender, si es necesario, incluso a un asesino en serie. Incluso un ser humano de semejante calaña merece un juicio justo. Hasta ahí, por tanto, mi pleno consentimiento con el documento publicado y, valga enfatizarlo, con el guerrero digital inculpado.

Un párrafo de la proclama declara abiertamente que “Ninguno de estos últimos señalamientos puede ser considerado como delito, sino declaraciones que protege la ley. No existe, en un Estado de Derecho, la posibilidad de acusar, por ejemplo, a una persona por “desinformar a la población”, ya que ello es algo ambiguo. Además, si empezamos a encarcelar a las personas por esa causa, muchos políticos terminarían tras las rejas”. ¿Correcto? Impecable. De una solemne correctitud. Por tanto, ¿se violó la libertad de expresión? Sí, se la violó: meter al joven en un calabozo fue y es un exceso.

Empero, conviene recordar algunas sugerencias de este afanado guerrero:

-  “…es lamentable y abusivo de estos malditos gendarmes golpistas mandados por la Sosa, que es otra rata igual que la Añez”.

-  “el coronavirus no existe, es una excusa de los golpistas para no salir a trabajar”.

-  “firme con la lucha…no dejaremos en paz, ahora las pititas que mueran de hambre”.

-  “…cualquier cosa que hacen estos malditos golpistas es con pretexto, con un fin, una mentira, una maña”, y

-  “…reportarse los nuevos integrantes de otros departamentos, a los que están entrando a los grupos, bienvenidos a todos. Les agradece su administrador. Golpe de Estado este 3 de mayo”.

Aquí no ofrezco disimulo ante la pregunta: ¿se violó la libertad de expresión? No, no se la violó: ¡nunca hubo libertad de expresión! Los aguerridos periodistas que defienden la libertad de expresión, defensa a la que me adhiero indeclinablemente, ¿pudieron haber cometido un error y no percatarse de estar frente a un delincuente poco o nada interesado en esa libertad de la que goza y de la que hoy se beneficia (incluso intrépidamente se argumenta que su defensa debería ser ¡en el Tribunal de Imprenta!)? Quizás, no lo sé. Requerimos una respuesta, pero lo que leo y releo una y otra vez, no me habla de libertad de expresión alguna. Una libertad en la que este atropellado guerrero no cree ni jamás ha creído.

Ejerce y ha ejercido, en verdad, una libertad desenfrenada para insultar, amedrentar, acorralar y sobre todo acallar. Esa es otra libertad y usualmente es ejercida en regímenes autoritarios. La proclama tiene la bondad de analizar los “excesos” del señor digital desde la óptica de la democracia que hoy intentamos construir.

No lo hace desde la visión de un Estado autoritario, corrupto y violento como el que vencimos, donde el “guerrero digital” no fue la excepción: fue la regla. Y no estaba solo: tenía un gobierno que los aplaudía y, sobre todo, financiaba sus tropelías ilegalmente (sí, ilegalmente): sus contratos decían con cándida inocencia que “el consultor (o los consultores) se dedicará(n) a elaborar cartillas, guías y manuales de capacitación a comunicadores”. ¿Verdad?

La ilegalidad acompañó a estos “trabajadores” desde el inicio: contratos amañados, sueldos exorbitantes y, sobre todo, capacidad de rastrear a “enemigos” en las redes, ficharlos, insultarlos y atemorizarlos. ¿Libertad de expresión? No lo creo. El muchacho defendido invitó a promover un golpe de Estado el 3 de mayo, tildó a Añez, la presidenta, de rata, se refirió al coronavirus como un invento, se entusiasmó con la posibilidad de que los “pititas” mueran y se solazó acusando a los gobernantes actuales de golpistas. ¿Libertad de expresión? Lo dudo.

Entiendo el tenor de la publicación: se debe prevenir los excesos. Sí señor, concuerdo, plena e inalterablemente. ¿Hay excesos hoy? Tampoco dudo de su existencia. Empero, se debe prevenir que el aplauso internacional contra la “dictadura de Añez” sea contundente (se congratulan los “izquierdistas internacionales” de toda laya con esta defensa, que es la comprobación que buscaban: ¡este es un gobierno autoritario y el hermano Evo tuvo que sufrir su embate!).

Se debe prevenir que el MAS festeje estas proclamas con mayor entusiasmo que los escribientes (no hay duda que un documento de este tipo es de un menudo rigor, muy a la usanza de nuestros antiguos gobernantes, sin cifras o casos que certifiquen y, sobre todo, maticen lo ocurrido y a la postre terminen por ser de incuestionable utilidad para MAS). Se debe prevenir que aquellos que en el pasado dijeron poco de apresamientos como el de Leopoldo Fernández, se luzcan hoy con estas proclamas (que en todo caso desnudan su “cercanía útil” con los derechos humanos).

Repito: no podemos tolerar juicios someros y con final predecible o apresamientos sin razones claras contra ningún boliviano. Por supuesto que no. Sin embargo, no podemos aceptar, o al menos debemos cuestionar, la defensa grandilocuente de la libertad de expresión que más que un principio podría derivar en una excusa.

Diego Ayo es cientista político.



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