Jorge Patiño ha publicado dos artículos sobre
desigualdad económica en Página Siete el mes pasado. El título del primero de
ellos, “La desigualdad nos define y nos condena,” resume muy bien su posición.
Para Patiño, “la desigualdad es una herida nacional que no deja de sangrar” y
para eliminarla, el MAS debería haber implantado “un sistema estructurado,
progresivo y efectivo de impuestos que transfiriese sostenidamente riqueza de
los más ricos a los más pobres”.
Patiño ataca rabiosamente las disparidades ya que para él “la desigualdad es un mal universal” y es inadmisible que “unos tengan muchísimo mientras otros no tienen para comer...”. Sugiere entonces que el combate a la desigualdad sea “una prioridad de todos los gobiernos que de verdad se preocupen con el futuro del país”.
En su segundo artículo, Patiño repasa algunos datos del tan famoso como desprestigiado libro de Thomas Piketty y comparte sus recomendaciones: impuestos progresivos, participación de los trabajadores en los directorios de empresas, “justicia educativa”, e inclusión de la “justicia social” en la Constitución. Al final, muy acertadamente, llama a los especialistas a tomar la palabra sobre el tema. Recojo el guante.
Patiño está completamente equivocado. Su análisis ignora por completo por lo menos tres cosas fundamentales. La primera es la distinción entre pobreza y desigualdad, la segunda es la estructura de incentivos que llevan a una sociedad al desarrollo y la tercera son los errores de Piketty analizando los datos de ingreso del 1% más rico de EEUU. Por razones de espacio me concentraré en las dos primeras, pero recomiendo ver Meyer y Sullivan (2013), Auten et al. (2016), o Auten y Splinter (2017) para entender los errores empíricos del análisis de Piketty.
Desigualdad no es lo mismo que pobreza. Cuando la gente se preocupa por la desigualdad económica, lo hace típicamente porque piensa que la economía es como una torta de tamaño fijo. Así, si alguien toma un pedazo grande de la torta, inevitablemente al resto nos toca un pedazo más chico. Es decir, la riqueza de unos implica la pobreza de otros. Pero eso es una falacia. La economía no es una torta de tamaño fijo sino flexible (se incrementa a medida que hay crecimiento económico). Las innovaciones de Amazon o Google, por ejemplo, no solo incrementan el tamaño del pedazo que se llevan los dueños de esas empresas, sino también el tamaño de toda la torta, es decir, generan crecimiento económico.
Piénselo bien. ¿Cuál es la única forma de hacerse millonario? Vendiendo algo que la gente quiera comprar y eso solo pasa cuando la gente está mejor con ese producto que sin él. Es decir, la única forma de hacerse millonario (de manera legal, por supuesto) es mejorándole de alguna forma la vida a la gente. Si dejamos que este proceso funcione libremente, la desigualdad podrá incrementarse (aunque la evidencia muestra que en realidad ha disminuido, ver Liberati, 2013, y Sala-i-Martín, 2006), pero en el proceso habremos reducido la pobreza significativamente. De hecho, a partir del capitalismo y la globalización en los que este proceso se desarrolla, la pobreza en el mundo disminuyó de 38%, en 1988, a 8% en 2020. ¿Por qué debería importar la desigualdad entonces, si el proceso por el cual puede generarse es también el proceso que hace caer la pobreza aceleradamente?
Veamos ahora los incentivos. Lo que Patiño no logra entender es que no se puede separar el proceso de distribución del proceso de producción. Si usted trabaja, produce e innova para ganar plata para usted y su familia, pero al momento de cobrar le quitan una gran parte de ese ingreso para que sea redistribuido, ¿tendrá los mismos incentivos a seguir produciendo? Por supuesto que no. La redistribución reduce los incentivos a producir y a que los productores incrementen el tamaño de la torta. Propuestas como impuestos progresivos, hacer participar a los trabajadores en los directorios de empresas o incluir la peregrina idea de la “justicia social” en la Constitución son, por tanto, muy peligrosas porque priorizan la redistribución y reducen los incentivos para la producción.
Termino con una pregunta: ¿prefiere usted una sociedad con desigualdad, pero en la que todos tengan un ingreso de al menos 1.000 dólares al mes, o una sociedad en la que todos sean iguales, pero todos tengan solo 100 dólares al mes? Si prefiere la primera sociedad entonces la desigualdad económica no importa, lo que importa es la pobreza. Tratar de generar igualdad de resultados (o incluso de oportunidades) es simplemente demagogia socialista que solo terminará frenando el desarrollo de un país.
Antonio Saravia es Ph.D. en economía.