(Del baúl de los recuerdos, creo que del carnaval 2013)
Algunos amigos me preguntaban cuál es el mejor puchero de Bolivia. Son pocos los que preguntan esto o que pueden hacerlo. En rigor, sólo lo hacen aquellos que han superado los treinta años o los que han doblado esa edad. Y claro, los más no pueden inquirir sobre ese tema porque, poco a poco, se han ido perdiendo las tradiciones culinarias de nuestro país, o tal vez sólo las de La Paz.
Por ejemplo, ¿quién, quiénes comen el queso humacha o fondue a la andinata? ¿Quién penetra en las dulzuras de un plato de intelectuales, el finamente llamado ají de libro, o más popularmente conocido como ranga ranga? ¿Quién tiene idea de un ají de chock’a?
Pero, para no penetrar en cosas muy difíciles, baste preguntar quién y quiénes comen un buen puchero en las carnestolendas. Seguro que son muy pocos y, menos aún, los que pueden acceder a esa delicia cuando es preparada por Don Ricardo Pérez Alcalá. Para rabia del maestro, muchos se preguntaban si era mejor pintor o mejor cocinero. Yo creo, para no herirlo y para no perder su amistad, que la respuesta acaba en un empate.
Hace unos años, en mi ayllu de Cota Cota, el maestro se dio a la tarea de hacer su puchero –muy diferente a hacer “pucheros”, como dirían algunos criticones–. Tremenda tarea y elevadas las exigencias del maestro para lograr los ingredientes correctos. Ah, no olvidar esta prevención: a Pérez Alcalá nunca lo inviten a comer; lo critica todo, todo lo quiere “jerarquizar” –como dice él– con sus toques maestros. Es mejor invitarlo a que él cocine, así los demás humanos no podremos criticarlo.
Pero, la vez a la cual aludo, el maestro hizo una de las mejores acuarelas de su vida... que ya es larga y tendida. Sí, preparó su famoso puchero de carnaval, lo hizo con la ayuda eficiente de Doña Martha... mi esposa... van a disculpar. ¿Cuál fue el resultado? ¡Santo Dios! Qué mezcla y desborde de colores. No usó pinceles, pero los colores rojo y amarillo de los ajíes, los verdes para trazar la frontera entre esos colores, los blancos radiantes de sus arroces. Todo, todo, terminó en una obra maestra, belleza de colores y de sabores.
El resultado fue una acuarela hermosa que inhibía comerla, pues era como comerse el lienzo con las mejores pinturas. Pero, golosos como somos, ni modo, tuvimos que destruir y deglutir una obra de arte. Hasta ahora nos queda la memoria de los colores y de los aromas de ese puchero.
Ese es el mejor puchero de carnaval de Bolivia, el de Ricardo Pérez Alcalá. Un amigo mío, avecindado en Carreras, quiere sonsacar al maestro, para que, so pretexto de una cosecha de duraznos en su casa, el Maestro pueda comandar la elaboración de un puchero. No sé si tendrá suerte. Pero, el Maestro sí recogerá con sus propias manos los duraznos, pues según él: el durazno es la tesis de grado de Dios.
Carlos Toranzo comió ese puchero.