Es sabido que, a pesar de su popularidad en la cultura moderna, “la más bella fiesta del año” fue introducida tardíamente en la liturgia de la Iglesia. Menos conocido es el hecho de que varias creencias en torno al nacimiento de Jesús tienen su origen no en los evangelios, sino en otros escritos llamados “apócrifos”.
Apócrifo etimológicamente significa “oculto”, pero en el contexto religioso se refiere a un escrito no incluido en el canon de los libros de la Biblia. Este hecho no significa necesariamente que un libro apócrifo sea falso o contradictorio con la doctrina de la Iglesia. Al contrario, en su mayoría se trata de repeticiones y ampliaciones, a veces fantasiosas, de los escritos canónicos, sin excluir la existencia de material original, fruto a veces de tradiciones orales que no tuvieron cabida en la Biblia.
Los libros apócrifos aparecieron tarde con respecto a los canónicos; sufrieron modificaciones a lo largo del tiempo y suelen responder a temáticas propias de su época con fines apologéticos. Por ejemplo, hacia fines del siglo II se dio exagerada importancia en las iglesias orientales al tema de la virginidad de la madre de Jesús antes, “durante” y posteriormente al alumbramiento de su hijo, quizás para contrarrestar rumores que ponían en duda el “honor” de María. Pero, contradictoriamente al “durante”, en esos mismos ambientes se introdujo la fiesta de la “Purificación de María”, relacionada con la purificación postparto, y remplazada en el evangelio de Lucas por la presentación de Jesús en el Templo.
Lo interesante es que, gracias a la gran popularidad que tuvieron algunos apócrifos en la edad media (incluso con traducciones multilingües), se introdujeron en la piedad cristiana, de oriente y de occidente, algunas creencias que persisten hasta el día de hoy, además de inspirar a muchos artistas. Por ejemplo, se cree que los padres de María se llamaban Joaquín y Ana, sin que haya mención de ellos en la Biblia, aunque no se puede descartar la existencia de tradiciones orales. Lo propio podría decirse sobre la presunta estadía de la niña María en el Templo y sus desposorios con José.
Otro hecho que los apócrifos nos ayudan a discernir es la cuna de Jesús: aunque Lucas habla de un “pesebre” -el recipiente de donde comen los animales, pero sin mencionar la presencia del buey y el asno- los apócrifos hablan de una “gruta”, una formación común en los alrededores de Belén, capaz de dar mayor privacidad que una posada al alumbramiento de un niño.
Algunos de los hechos narrados buscan satisfacer la curiosidad (incluso morbosidad) de las nuevas generaciones de cristianos por conocer pasajes desconocidos de la infancia de Jesús. Un ejemplo es el estado civil de José antes de casarse con María. El apócrifo Protoevangelio de Santiago, además de describir una serie de hechos milagrosos que acompañaron el nacimiento de Jesús, nos presenta la versión de que José era viudo con hijos de su anterior matrimonio (los “hermanos de Jesús” de los evangelios) y que era muy mayor que María, como refleja gran parte del arte pictórico occidental. Pero “hermanos” en el medio oriente son también los familiares de diferente grado, algo presente incluso en nuestras culturas originarias.
Finalmente, “unos magos que venían del Oriente”, según el evangelio de Mateo, se transforman en entre dos y quince visitantes, según los diferentes apócrifos que, además, precisan nombres, procedencia, edades, etnias y su interacción con Herodes.
En resumen, hay que tomar los escritos apócrifos por lo que son: narraciones piadosas, a veces fantasiosas, a veces arraigadas en tradiciones orales, pero que no aportan ni quitan nada a la esencia de la fe en el Cristo.
Físico y analista.