La
histórica y cíclica crisis de Bolivia se ha agudizado en los últimos 20 años,
abarcando prácticamente todos los campos de la vida política, económica y
social.
En vísperas de la celebración del Bicentenario de la República y a pocas semanas de las elecciones generales del 17 de agosto, mucho se habla de “refundar” el Estado o de aplicarle una “profunda reingeniería” y no faltan los que propugnan unas, no bien precisadas, “reconducciones” del proceso de cambio; son, irónicamente, los mismos responsables de haber conducido el país hacia el colapso.
Hace unos días, participé en un bautizo y esa milenaria liturgia me proporcionó la convicción de que el Estado boliviano más que refundado, reconducido o “reingenierado”, necesita ser rebautizado.
Una parte fundamental del bautismo es la interrogación que hace el celebrante al bautizado o, en su caso, a los padres y padrinos, la cual se compone de dos partes: ¿renuncias…? y ¿crees…?
Empezamos por las renuncias. En el rebautizo de la bicentenaria Bolivia, le preguntaremos a sus más de once millones de ciudadanos.
¿RENUNCIAN al autoritarismo abusivo, al odio y a la venganza; a las ideologías foráneas trasnochadas, ¿al poder con el fin de enriquecerse y enriquecer a sus familiares y amigos y al manoseo de la justicia y de las instituciones del Estado? Los niveles más abrasadores del Infierno esperan a los corruptos y a los corruptores.
¿RENUNCIAN al estatismo secante y aprovechador; a anteponer el aprovechamiento salvaje de los recursos naturales a la preservación de la vida y del medioambiente; a fomentar la burocracia asfixiante; a tolerar la corrupción bajo cualquier pretexto; a preferir la ignorancia y la incompetencia en el manejo del Estado a la preparación académica y a la experiencia profesional; a empecinarse a mantener subsidios universales e insostenibles que, al final, ¿benefician más a los que más tienen? Porque no habrá indulgencia para esos irresponsables.
¿RENUNCIAN a volver a ser cómplices de la fabricación de monstruos políticos, por ingenuidad, por ambición personal o académica, por pegas, por interés político o económico, por venganza o por la ilusión de controlarlos? El Purgatorio está lleno de varones y mujeres que cayeron en esa tentación.
¿CREEN en la democracia y en el Estado de derecho; en la independencia de los poderes; en el desafío de convivir como una comunidad “pluri-multi” (étnica, cultural, social, regional, lingüística, etaria); en la libertad de expresión; en la igualdad de los ciudadanos en derechos y obligaciones; en la ética y transparencia en el servicio público; en suma, como insistía el papa Francisco, ¿en que “la realidad es superior a la ideología”?
¿CREEN en la inversión privada constructiva y en la seguridad jurídica para todos; en la deuda que cada generación tiene con las siguientes en cuanto a preservar la riqueza medioambiental y aprovechar de manera sustentable los recursos naturales y las fuentes de energía; en el poder de la educación y en el valor de la salud, cuya financiación no es gasto sino inversión; en suma, citando también al Papa Francisco, en que “el tiempo es superior al espacio”?
¿CREEN, en la convivencia pacífica, en el diálogo, en el respeto mutuo en los valores morales y en la primacía de la verdad; en suma, en que “nunca se hallará una manera correcta de hacer algo incorrecto” (Becky Craven)?
En fin, si renunciamos a todo lo negativo mencionado (y a mucho más) y creemos en los valores expuestos (y en otros más) con seguridad podemos empezar en unidad el tercer siglo de existencia como país independiente con renovada esperanza de un desarrollo real, universal y sostenible, porque “la unidad es superior al conflicto” (Papa Francisco).
Francesco Zaratti es físico y analista.