Usualmente se suelen observar tres tiempos durante la gestión de un alcalde, gobernador, presidente. El primer tiempo de la luna de miel o de la legitimidad plena. Durante este tiempo, todo es lindo. Todos aplauden. El segundo tiempo es aquel de la deslegitimación y eventual derrumbe: las críticas comienzan. El tiempo de la alegría ya pasó. Se empiezan a notar tus errores. El tercer tiempo es decisivo. Es el tiempo de la estabilidad. Ocurre cuando sobrepasas esa segunda y dramática fase de la deslegitimación y te quedas como autoridad gubernamental hasta finalizar tu gestión: te has deslegitimado, pero ¡puedes seguir gobernando! Es decir, vas de la luna de miel a la deslegitimación o potencial caída y, en caso de vencer este segundo escollo, pasas al momento de la estabilidad. Ese es el ciclo de un político a cargo de un gobierno.
Antes de analizar la situación de Luis Arce analicemos la de Carlos Mesa. Este vivió un tiempo de luna de miel. Las esperanzas estaban cifradas en su Gobierno tras la despedida de Sánchez de Lozada. Todo era optimismo. Duró poco. Pasó de la luna de miel a la deslegitimación rápidamente y se quedó ahí. No pudo dar el salto olímpico hacia la fase de estabilización. Jeanine Áñez tuvo también luna de miel y luego un enmelado acercamiento de Revilla y Samuel. Pecaron de ingenuos. Confundieron ese primer momento glorioso creyéndolo ilimitado. ¡Error! ¡El segundo momento llegaría, con más prontitud que retraso! Y llegó, claro. El resultado fue verse obligada a renunciar en el apogeo de la deslegitimación. Nunca encontró la estabilidad.
¿Qué vimos con Evo? Su periodo de legitimidad o luna de miel fue extenso, pero dual: una porción del país lo idolatraba con el mismo fervor que la otra porción lo repudiaba. Su caída parecía ineludible cuando se hallaba entrampado en un conflicto con la “media luna” álgido e inevitable. Venció en 2009 pasando a la tercera fase, ¡aquella de la estabilización! Previamente la oposición quiso aprovechar su aparente derrumbe poniendo en marcha un referéndum revocatorio en 2008. Fue una iniciativa torpe, pero es verdad que Morales estaba empantanado por el lodo de ese segundo momento. Podía haber sido su final, pero Evo pudo sortearlo, e incluso, inauguró un nuevo momento: aquel de la consolidación que lo convirtió nuevamente en presidente en 2014. Grandioso: se pasó de la luna de miel electoral de 2005-6 (breve, pero intensa) a la deslegitimación en mitad del país de 2006-2009 a la estabilización en 2009 y a su consolidación en 2014.
Otros ejemplos: Goni de 2002. Su luna de miel fue raquítica y su deslegitimación súbita y constante hasta subirse a un avión y fugar a Estados Unidos. La firmeza de un sistema, y me refiero al sistema democrático, permitió saber trascender ese segundo momento tan fatídico: Víctor Paz transcurrió por las tres fases de 1985 a 1989 y acabó su mandato adecuadamente, lo propio Jaime Paz de 1989 a 1993 y el mismo Sánchez de Lozada de 1993 a 1997. Ya Banzer la tuvo complicada: su luna de miel fue mínima, su deslegitimación permanente y su estabilización débil e inestable. Sólo su propia muerte allanó el camino para una relegitimación inmediata a manos de Tuto Quiroga. A puertas de volcar su luna de miel hacia la segunda fase de deslegitimación, este joven presidente terminó su breve mandato. Rozó la fase fatídica pero no llegó a la de caída. Algo similar sucedió con Eduardo Rodríguez Veltzé: se ocupó de aprovechar su cuarto menguante de luna de miel convocando a elecciones. Y nada más. Sensato.
¿Por qué hago este recuento? Para saber dónde está Luis Arce. La respuesta no amerita duda alguna: en el segundo momento de acelerada debacle. Se sintió inmune durante los dos primeros años y tal vez un poco más. Craso error. Las mieles del poder no son eternas. Sufren un embate definitivo y sólo queda rebasar la crisis avanzando hacia la estabilización. Ya lo dijimos, ni Siles, Mesa o Jeanine lo lograron. ¿Y Arce? Nuestro primer mandatario sacó un as de debajo de la manga, convocó a un insulso referéndum. ¿Qué buscó hacer? Detener la caída. Sabe que no puede volver a ese idílico primer momento de la miel y sabe, con igual certeza, que no puede dar el salto triunfal y avanzar hacia el tercer momento.
¿Qué hace, entonces? Anclarse en el momento del derrumbe, evitando el derrumbe. Vaya, suena gracioso, pero no lo es. Es una válvula de oxígeno que le permite respirar en un escenario de evidente derrumbe. Arce ha paralizado la usual marcha hacia el desplome rellenándose de aire. Un aire denso y casi irrespirable, pero aire al fin. Su situación es dramática: o se hunde en este segundo momento o lo prolonga. Sólo un milagro (gasífero) podría empujarlo hacia la tercera fase de estabilización. ¿Le durará?
Diego Ayo es PhD en ciencias políticas.