Una de las peores
propuestas del presidente electo Luis Arce es la de aplicar un impuesto a la
riqueza para aquellos que posean un patrimonio mayor a cinco millones de
dólares. La propuesta es pésima no solo porque no tiene ningún sentido desde un
punto de vista utilitario (en lugar de contribuir al desarrollo del país y a
superar la pobreza, lo más probable es que genere el efecto contrario), pero
sobretodo porque es profundamente inmoral.
El problema utilitario es fácil de identificar. Si nos van a cobrar impuestos por crear riqueza e incrementar nuestro patrimonio, entonces claramente tendremos menos incentivos para hacerlo. Y ¿cómo se crea riqueza (de formal legal, por supuesto)? La única forma es produciendo algo que el resto de la sociedad quiera comprar. Es decir, el proceso de creación de riqueza individual necesariamente implica un intercambio voluntario que le mejora la vida a los demás. Si creamos menos riqueza, o nos la llevamos a otros países donde no sea sujeta de impuesto, los que más pierden son los consumidores y los trabajadores que se quedan sin puestos de trabajo.
Arce probablemente replicaría que el impuesto a la riqueza contribuirá al ingreso del gobierno y que así se podrán financiar programas sociales. Y ¿cuánto cree Arce que puede recaudar con este impuesto? ¿Cuánta gente en Bolivia tiene más de cinco millones de dólares de patrimonio? De acuerdo al Credit Suisse Research Institute, la riqueza promedio en Bolivia entre la población adulta al 2019 era de solo 11.672 dólares y solo el 0,1% de esta población tenía una riqueza mayor a un millón de dólares. Considerando que la población adulta en Bolivia es de 6,6 millones, alrededor de 6.600 personas tendrían un patrimonio de más de un millón de dólares. Si asumimos que la mitad de estas personas tiene un patrimonio de 5 millones de dólares y les imponemos una tasa de 2,5% (igual a la de España que aplica el mayor impuesto a la riqueza en el mundo), la recaudación podría llegar a 412,5 millones de dólares. Esto, léalo bien, significa solo el 1% del Presupuesto General de la Nación. Es decir, mucho ruido y poquísimas nueces.
Los efectos negativos de este impuesto sobre la producción y el emprendimiento, sumados a la baja recaudación y a los problemas administrativos de su aplicación, hicieron que muchos países en el mundo lo abandonaran hace mucho tiempo. En los años 90, 12 países europeos tenían un impuesto a la riqueza; ahora solo tres de ellos lo mantienen. A la fecha, solo 10 países en el mundo lo aplican.
Si tiene efectos económicos perversos y se recauda poco, ¿para qué plantear su aplicación? La motivación principal es la reducción de la desigualdad económica. Esta idea no es nueva, pero tuvo un rebrote importante con el famoso libro de Piketty y los trabajos de Saez y Zucman. De hecho, Piketty confiesa en su libro que “el propósito principal del impuesto al patrimonio no es financiar el Estado social sino regular el capitalismo” y agrega, “el primer objetivo (del impuesto) es reducir la desigualdad”. Y este es el terrible problema moral: el impuesto a la riqueza no se aplica para subsidiar a los menos afortunados (la recaudación es bajísima) sino simplemente para quitarles plata a los que más acumularon. Con tal de reducir la desigualdad, el impuesto a la riqueza castiga a los que trabajaron duro, ahorraron, invirtieron, tomaron riesgos y, como digo arriba, le mejoraron la vida a los demás.
Pero la inmoralidad va más allá. Si alguien decide ahorrar e invertir la mayoría de su ingreso desde muy joven para tener una vejez holgada, pues tendrá mucha más riqueza que alguien que ganaba lo mismo pero que decidió consumir su ingreso y no ahorrar casi nada. ¿Es justo imponerle un impuesto a la primera persona? El impuesto discrimina además contra los más viejos que tendrán, gracias al ahorro, más riqueza que los jóvenes. También discrimina contra los que acumulan patrimonio en forma de capital físico (casas, empresas, etc.) en lugar de acumular capital humano. Alguien que invirtió su ingreso en bienes raíces pagará el impuesto, pero otro que invirtió en educación no lo hará.
Como puede ver, la obsesión con reducir la desigualdad económica hace que este impuesto cometa tremendas injusticias. Y como argumenté suficientemente en artículos anteriores, la desigualdad no es un problema en si misma, el verdadero problema es la pobreza. Pero de acuerdo al índice de Gini de riqueza, Holanda, Suecia, Dinamarca y EEUU están entre los 10 países con mayor desigualdad de riqueza. Por su parte, Timor-Leste, Bielorrusia, Etiopía y Eritrea están entre los 10 países con menor desigualdad de riqueza. ¿Qué grupo de países ha sido más exitoso superando la pobreza?
El impuesto a la riqueza es un pavoneo inmoral de populismo que le puede costar muy caro a nuestra economía.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia)